29 de noviembre de 2011

Crítica de cine: Cisne negro, de Darren Aronofsky


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Darren Aronofsky es un director con una enorme personalidad, eso ha quedado demostrado con sus películas anteriores: Pi: fe en el caos (1998), Réquiem por un sueño (2000), La fuente de la vida (2006) y The Wrestler (El luchador, 2008). Quizá sea con esta última con la que podamos establecer comparativas respecto a Cisne negro. Pues ambas comparten una estructura narrativa (aparentemente) similar, con el castigo al cuerpo humano como base para el triunfo, el propio deseo de triunfar como leitmotiv, de sacrificarse hasta donde sea necesario.

Esta película narra el esfuerzo de Nina (Natalie Portman) por triunfar en el mundo de la danza como primera bailarina de una compañía que va a presentar un nuevo montaje de El baile de los cisnes, el archifamoso ballet de Piotr I. Chaikovski. Thomas Leroy (Vincent Leroy), el director del nuevo espectáculo, escogerá a Nina para interpretar al Cisne Blanco y al Cisne Negro y como relevo de Beth (casi irreconocible Winona Ryder), una bailarina que ya está más en el ocaso que en su plenitud. Para Nina supone un esfuerzo sobrehumano interpretar al Cisne Negro, por el componente maligno y sexualmente provocativo que Leroy quiere darle, mientras que borda sin problemas el Cisne Blanco, más puro, casi virginal. La búsqueda de la perfección se convertirá para Nina en una obsesión, especialmente tras la llegada a la compañía de Lily (Mila Kunis), una atractiva bailarina. Mientras que Nina es autocontrol y nula sexualidad, Lily se suelta y juega a la provocación. Dos caras opuestas de una misma moneda. Además, Nina vive cohibida con una madre, Erica (Barbara Hershey), que a no pocos recordará a la madre de Carrie en la película de Brian de Palma, que vuelca en ella sus propias frustraciones.

La película podría ser una historia de superación... pero el guión de Mark Heyman, Andres Heinz y John J. McLaughlin se convierte casi desde un principio en un thriller de terror, e incluso va más allá. Y Aronofsky saca partido de ese material para llegar a cotas delirantes. Porque la desmesura se desata en la parte final llegando a un clímax que pretende ser antológico y se queda en lo previsible. Como casi toda la película, que navega en terrenos ya arados (en muchos sentidos) y busca sorprender al espectador con una vuelta de tuerca. Al final, uno se queda sobrecogido, sí, pero también con la sensación de que le han tomado el pelo. Eso sí, una tomadura de pelo muy bien elaborada, eso no se lo quita nadie. Pero para esa resolución de corte capilar se llega a jugar con los estereotipos del mundo de la danza, se pretende darle cancha a ensoñaciones de corte lésbico, hay juegos de poder, relaciones opuestas, amistades que no son tales, elucubraciones mentales por parte de la protagonista y todo lo que se puda poner del ballet de Chaikovski como música de fondo, convenientemente adaptado por Clint Mansell (el compositor habitual de Aronofsky). Añadamos una atmósfera claustrofóbica (la habitación de Nina, por ejemplo), una fotografía sucia, efectos especiales sobre la piel de la Portman para que visualicemos su progresiva metamorfosis en lo que se supone que no es y necesita para triunfar.

Pero, a pesar de esa previsibilidad, no puedo negar que la película atrapa con una cobertura de thriller que consigue justamente eso, enganchar al espectador. La Portman se luce en su papel, nunca la vimos tan intensa (y hay que ver lo que ha madurado desde Beautiful Girls). Merecido Oscar si se lo dan, sería una sorpresa lo contrario, y desde luego sostiene la película por sí misma. Pero al final quizá el salto de Nina hacia la gloria sea excesivo.

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