8 de noviembre de 2011

Historia de Europa Siglo XXI (I): La Europa revolucionaria, 1783-1789, de George Rudé


Europa. Jerarquía y revuelta, 1320-1450, de George Holmes
La Europa del Renacimiento, 1480-1520, de J.R. Hale
La Europa de la Reforma, 1517-1559, de G.R. Elton
La Europa dividida, 1559-1598, de John H. Elliott
Europa en crisis, 1598-1648,de Geoffrey Parker
El despliegue de Europa, 1648-1688, de John Stoye
La Europa del antiguo régimen 1715-1783, de David Ogg
Europa: Privilegio y protesta, 1730-1789, de Olwen H. Hufton
La Europa revolucionaria, 1783-1815, de George Rudé
Europa, restauración y revolución. 1815-1848, de Jacques Droz
La Europa remodelada, 1848-1878, de J. A. S. Grenville
La Europa transformada, 1878-1919, de Norman Stone
La Europa de los dictadores, 1919-1945, de Elizabeth Wiskemann

La Historia de Europa Siglo XXI es una magnífica colección, partamos de ello, y con esta entrada inicio una serie dedicada a ella y que, periódicamente, iré completando. No es una colección de libros especializados, sino una obra colectiva abierta a un amplio público, interesado en la Historia con mayúsculas pero no necesariamente erudito. Recoge un amplio período, desde la Baja Edad Media y hasta 1945, y es también una colección incompleta para el público hispano: dos volúmenes previos no traducidos trazaban una panorámica de la Alta Edad Media, desde la caída del Imperio Romano. Es una colección que ya tiene sus años: los diversos volúmenes se publicaron en inglés en los años sesenta y setenta, mayoritariamente, en una época en que la historiografía europea aún se debatía entre los ecos de la Escuela de Annales, la influencia de Braudel y el ímpetu de su tercera generación, la llamada Nueva Historia (la historia de las mentalidades). Pero, eso sí, es una colección con grandes nombres entre sus autores: John H. Elliott, Geoffrey Parker, Jacques Droz, Norman Stone,… Y es una colección de cariz muy anglosajón: volúmenes con un elemento de (alta) divulgación no reñido con un componente erudito, y con una capa de amenidad en la que el elemento social y económico es mínimo frente a una narración lineal de hechos y sucesos en los que se mezcla la política, los avatares militares y la cultura. El resultado es una colección asequible y accesible para todos los públicos.

El noveno volumen de los finalmente publicados y traducidos en castellano se refiere a la Europa revolucionaria entre 1783 y 1815. Su autor es George Rudé (1910-1993), historiador marxista británico, especializado en una «historia desde debajo», fruto de la cual son obras como La multitud en la Historia: estudio de los disturbios populares en Francia e Inglaterra, 1730-1848 (Siglo XXI, 1971), Protesta popular y revolución en el siglo XVIII (Ariel, 1978), Revuelta popular y conciencia de clase (Crítica, 1981), El rostro de la multitud: estudios sobre revolución, ideología y protesta popular (Centro Francisco Tomás y Valiente UNED Alzira-Valencia, Fundación Instituto de Historia Social, 2001) y Revolución industrial y revuelta agraria: el capitán Swing (Siglo XXI, 1985), escrito en colaboración con Eric J. Hobsbawm. Pero Rudé también analizó a fondo la dinámica y los desafíos de la nobleza europea en Europa en el siglo XVIII: la aristocracia y el desafío burgués (Alianza, 1978).

Junto a estos estudios de historia social, Rudé fue, junto con Albert Soboul o Jacques Godechot uno de los mejores especialistas sobre la Revolución Francesa. Y entre sus estudios encontramos esta obra, La Europa revolucionaria, 1783-1789, publicada en su edición original en 1964 y que es un libro que repasa la historia francesa de este período, además de la europea a grandes rasgos, desde los precedentes de la Revolución, la propia Revolución y el período imperial de Napoleón. En una primer parte, Rudé introduce al lector en la Europa de los años previos al estallido de la Revolución: la situación económica y social (una sociedad aún de base agraria, con un comercio que se nutría en gran parte de las colonias ultramarinas y en la que el privilegio de determinados sectores sociales sigue siendo preponderante en el Antiguo Régimen), un panorama político en el que las monarquías absolutas (Francia, Rusia, España, Austria, esencialmente) predominan sobre las monarquías parlamentarias (Gran Bretaña) o sobre las repúblicas (las Provincias Unidas). ¿Por qué estalló precisamente la revolución en Francia?, se pregunta Rudé cuando da paso a la historia de este proceso. Las debilidades internas del Estado absolutista, junto con las dificultades económicas (por no decir la práctica bancarrota del Estado) y las pugnas de los sectores privilegiados (nobleza y clero) frente a las tendencias de un Tercer Estado que tiene en la burguesía urbana su espolón de proa son algunas de las razones aducidas. 

El movimiento revolucionario francés no fue radical en los primeros dos años: la Declaración de Derechos establecía la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley pero no era propugnaba una igualdad de clase; la Constitución de 1791 era claramente moderada, estableciendo las bases para una monarquía parlamentaria que intentaba asemejarse en algunos aspectos a los recientes Estados Unidos de América pero que no planteaba un radicalismo político. Las vicisitudes de la monarquía de Luis XVI (errático y desestabilizador) entre 1789 y 1792, el papel jugado por la diplomacia europea en cuanto a la factibilidad de intervenir en Francia y restaurar la situación anterior, una crisis económica que afecta a los sectores más desfavorecidos (y que agudiza las tensiones entre los sans-culottes de París y la clase dirigente) y la radicalización de las posturas por parte de algunos demócratas (el Club de los Jacobinos, por ejemplo) dan paso a la Convención. La monarquía cae por sus propios errores y la amenaza ya firme de guerra con los países circundantes (la Primera Coalición), se establece un régimen republicano inicialmente moderado, pero que pronto da paso al radicalismo de los sectores jacobinos.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/43/Sans-culotte.jpg
Louis-Léopold Boilly, Retrato de un
sans-cullotte.
Rudé analiza las divergencias de la Convención entre la caída del rey en agosto de 1792 y la ejecución de Robespierre en el sangriento Termidor de 1794. Dos años de triunfos en la guerra contra las potencias extranjeras, que abrirán el camino para ambiciosos generales que se forjan en estos años, como Napoleón Bonaparte, pero también de constantes crisis entre primero los llamados girondinos y el bloque jacobino, y después entre los propios jacobinos. Brissot, líder girondino, caerá apenas unos meses después de la ejecución de Luis XVI y los jacobinos pronto se escindirán entre la derecha del movimiento (Danton, Desmoulins) y el bloque de Robespierre y Saint-Just, que imponen un Terror contra sus rivales, tanto entre los moderados de la Gironda como entre los jacobinos menos radicales. Pero la Revolución acaba por devorar a sus propios hijos y Robespierre y sus aliados caen a su vez cuando apenas han tenido tiempo de disfrutar del triunfo sobre los dantonistas. A todo ello la República radical jacobina se granjea la feroz oposición de Gran Bretaña, Rusia, Prusia, Suecia y España, que se unen en la Primera Coalición. La guerra contra Francia se volverá contra estos países que, entre 1795 y 1797, individualmente irán firmando la paz con la República francesa. Una República que ha pasado de defenderse de los ataques exteriores a iniciar una expansión territorial por los Países Bajos, el norte de Italia y el oeste del Rin en el Imperio. 

La caída de Robespierre da paso a la Convención Termidoriana y, posteriormente, a la etapa burguesa del Directorio (1795-1799), en el que los sectores más moderados, con apoyo de monárquicos que han regresado del exilio, plantean un régimen cada vez más conservador, que aplasta las tendencias neojacobinas y de izquierdas (Babeuf, por ejemplo), para, poco a poco, preparar el terreno para una restauración monárquica, aunque no en la figura de un monarca Borbón, sino de un ambicioso general, de orígenes humildes y que supo navegar entre las aguas de los jacobinos y los dirigentes conservadores del Directorio. El golpe de Brumario de Napoleón Bonaparte fue el final de una etapa revolucionaria de diez años, aunque la propia Revolución se cortó en seco en 1794 y entró en una línea próxima a los postulados moderados iniciales con la Constitución de 1795. Bonaparte crea el Consulado (1799-1804), con dos etapas, aunque controlando el poder desde un principio. La evolución propia de este período fue el establecimiento de un régimen monárquico, el (Primer) Imperio Francés (1804-1814/1815), creado por y para la figura preponderante de Napoleón I, Emperador de los Franceses. 

En la última parte de su libro, Rudé analiza las esferas de poder de Napoleón I, sus logros para la posteridad (el Código Napoleónico, por ejemplo), la construcción de un imperio que controló férreamente la Europa continental (bloqueando económicamente a Gran Bretaña, aunque con escaso éxito a la larga), haciendo y deshaciendo reinos e imperios (la disolución del Sacro Imperio Germánico en 1806, que fuerza al emperador Francisco II a asumir la corona imperial de Austria como Francisco I), las campañas militares y el desastre de los últimos dos años. El resultado final fue la caída del Imperio Francés y la persecución de su legado revolucionario en Europa, de lo que se encargaron Austria y Rusia.

El libro de George Rudé, pues, es una interesante y amena panorámica sobre treinta años de historia europea, poniendo el énfasis en el proceso revolucionario de Francia, pero sin perder de vista cómo las oleadas revolucionarias se expandieron por todo el continente. Rudé destaca qué hicieron los países vecinos de Francia (Gran Bretaña incluida) para cortar de raíz los ímpetus revolucionarios, aunque la semilla estaba sembrada para un cambio, a largo plazo. El Antiguo Régimen tenía ya fecha de caducidad desde 1789, cuya herencia permaneció y sobrevivió a las posteriores experiencias contrarrevolucionarias. Hay que decir, sin embargo, que el relato de Rudé es anterior a la reevaluación del proceso revolucionario francés por parte de Albert Soboul y Jacques Godechot; de hecho, Rudé no comparte el planteamiento de revoluciones atlánticas que ya en esos mismos años Godechot sugiere en cuanto a la relación de causa y efecto entre la revolución norteamericana de 1776-1783 y el proceso revolucionario francés de 1789 en adelante. 

En definitiva, una interesante obra de conjunto, digna de una colección que vale la pena leer como una segunda aproximación, de mayor calado, a la historia europea de los últimos quinientos años.

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