19 de enero de 2012

Reseña de Escipión y Aníbal. La guerra para Salvar a Roma, de Giovanni Brizzi


Venid, venid todos a mi lado. Pongámonos aquí, sobre este poyete, ante los andamios del templo de Júpiter Capitolino: es el lugar idóneo, como veréis, para hablar de Escipión el Africano. Además, disfrutaremos del espectáculo de las obras: no falta mucho para que esté acabado el estucado de las columnas. ¡Cómo está cambiando Roma estos tiempos…!

Pero volvamos a Escipión: fui soldado suyo antes de la desgracia, aunque no soy mucho más joven que él. Sé muchas cosas de él y os las puedo contar. Qué queréis, creo que cuando está escrito que dos hombres deben encontrarse…

Posiblemente la Segunda Guerra Púnica, la Gran Guerra Romana o el Bellum Hannibalicum sea el conflicto mejor documentado del mundo antiguo. Contamos con fuentes, no de primera mano, pero sí de segunda generación, como son las Historias de Polibio (aunque no completas); textos basados en esta fuente, como los libros de la tercera década de Tito Livio –recomiendo muy encarecidamente la edición de Alianza Editorial en dos volúmenes reeditada recientemente–; algunas biografías de los comandantes romanos de Plutarco (Quinto Fabio Máximo y Marco Claudio Marcelo, por ejemplo); textos muy posteriores, como los de Apiano (Hannibaliké, Libyké, Iberiké, traducidos al castellano en Gredos) o Dión Casio, etc. En cambio, sobre Publio Cornelio Escipión Africanus y su rival Aníbal contamos con muchas menos referencias. No contamos, para empezar, con una biografía plutarquiana, perdida, así como del estratego cartaginés apenas tenemos fuentes fiables de peso. Y, sin embargo, a pesar de la falta de datos completos, Giovanni Brizzi, especialista en la figura de Aníbal y en historia militar de la Antigüedad, ha conseguido crear un libro muy al estilo de las Vidas paralelas de Plutarco: Escipión y Aníbal. La guerra para Salvar a Roma (Ariel, 2009).


Giovanni Brizzi

Con todo, no estamos ante un ejemplo avant-la-lettre de «vidas paralelas», sino, en palabras del autor, de «vidas en paralelo», que se inician en un momento determinado, los momentos previos a la batalla de Zama (202 a.C.), cuando ambos generales se conocen personalmente:

«De esa idea surgió la estructura de este libro, una estructura particularísima porque desde el “círculo rojo” –el encuentro y enfrentamiento decisivo en vísperas de Zama se va primero hacia atrás para recorrer, sobre todo a través de las emociones y los estados de ánimo de los personajes, la mimesis de un modelo, las fases de la aproximación, mental antes que física, y una especie de “asesinato” edípico del padre por parte de Publio, y luego se va hacia delante para seguir las líneas divergentes de dos vidas cuyo ocaso será pese a todo sorprendentemente similar» (p. 344).

Pero también estamos ante un libro en el que el escritor –y el lector– se plantea los hechos con los ojos de los dos protagonistas, Escipión y Aníbal. El componente novelesco está muy presente en este ensayo, tal y como Brizzi hizo anteriormente con una biografía de Aníbal (Annibale. Come un autobiografia, 1994), «dando a menuda rienda suelta a la intuición y la fantasía (algo que el historiador no puede permitirse)» (p. 342). El resultado es una doble biografía, más que un ensayo sobre la Segunda Guerra Púnica (el subtítulo, cómo no, lleva a confusión), y, especialmente, una biografía de Publio Cornelio Escipión. Pues el Africano es el auténtico protagonista de este libro que se estructura en dos partes (antes y después de Zama), mientras que Aníbal parece un secundario en la trama (aún sin serlo).

Con este punto de partida, Brizzi nos relata la vida de Publio Cornelio Escipión con el telón de fondo de sus campañas militares: su primer ««encuentro» con el ejército de Aníbal en Tesino (218 a.C.), siendo apenas un adolescente; su participación y supervivencia en Cannae (216 a.C.) y su matrimonio con Emilia Tertia (la hija del malogrado cónsul Lucio Emilio Paulo, muerto en este desastre militar); su edilidad y su creciente rivalidad con la pars de Quinto Fabio Máximo Cunctator; su no demasiada sorprendente elección como procónsul en Hispania, a los veintiséis años, tras la muerte de su padre Publio y su tío Cneo; sus éxitos en tierras hispanas y el nacimiento de la leyenda sobre Escipión; el retorno a Roma, la elección como cónsul (siendo un privatus) y el encargo de llevar la guerra a África (a pesar de la oposición de los Fabianae); el triunfo en Zama, una censura sin pena ni gloria, su implicación en la guerra macedónica y, después, su participación en la guerra contra Antíoco III de Siria; y, por último, los procesos a sus colaboradores y él mismo, con Marco Porcio Catón como el ariete de sus rivales conservadores en el Senado romano. El final de su vida, amargado y prematuramente envejecido, nos presenta a un Escipión retirado en su finca de Literno, esperando una muerte que le sorprenderá a los cincuenta y tres años. Ese mismo año (183 a.C.), exiliado de su país, sin encontrar ya más refugios, también fallecía su «cordial» enemigo, Aníbal, en Bitinia, aunque en este caso por su propia mano, huyendo del acoso de los romanos que iban a detenerle.

La relación en la distancia de ambos personajes se nos muestra como la de unos no reconocidos Maestro (Aníbal) y Alumno (Escipión). Una única vez se vieron en persona, en Zama, y sin embargo estuvieron «conociéndose» durante años. La táctica de Aníbal en Cannae, la destructiva tenaza que rodeó y exterminó a cincuenta mil romanos y aliados, fue adaptada por Escipión en Zama, aunque a punto estuvo de convertirse en un desastre:

«Escipión, quien tenía la intención de dispersar al enemigo ejecutando una maniobra idéntica [a la de Aníbal en Cannae], había asistido con un estupor creciente a su ejecución por parte de un ejército en gran medida inferior al suyo por disciplina e instrucción, un ejército que, aunque con algún problema, había sabido desplegarse bajo su mirada en medio de la llanura. Pasmado y admirado, Escipión comprendió entonces hasta qué extremo llegaba el genio de Aníbal. Mientras él había necesitado años para penetrar sus secretos tácticos, el cartaginés no había requerido más de unos meses para elucidar la variante puesta en práctica por su enemigo y retorcerla en su contra. Ahora se veía obligado a seguir adelante con la maniobra preseleccionada, pero ya no para destruir un enemigo tomado por sorpresa, sino para evitar que lo rodearan» (pp. 206-207).

Sólo el valor y la resistencia de las legiones cannenses, los soldados derrotados y humillados por Aníbal entonces, castigados por Roma a no licenciarse y a vivir casi como parias, pudo evitar otro desastre romano (además de la caballería númida de Masinisa, desde luego):

«A pesar de que sus líneas raleaban hasta extremos inverosímiles porque se oponían a fuerzas que los duplicaban en número, cansados, desgastados, los legionarios no dieron un solo paso atrás: jamás había sido testigo Aníbal de tanto heroísmo desesperado, de un furor tan disciplinado, como confesaría más tarde. Frente a él tenía a los vencidos de Cannas y otras mil batallas libradas en suelo italiano. Estos hombres, tanto tiempo rechazados por indignos y despreciados por su propio pueblo, habían abierto una segunda vía: frente a él preferían morir a ceder de nuevo. Sustraídos a sus antiguas miserias por Escipión, estaban resueltos a pagar con la vida los bienes con que los había colmado aquel que había creído en ellos y les había devuelto la dignidad perdida» (p. 207).

Y siendo Zama la cima (valga la cacofonía) de la carrera militar de Escipión, cuando aún no había cumplido los treinta y cinco años, uno se podría preguntar qué tenía de extraordinario el genio militar del Africano. Su aprendizaje desde Tesino y Cannae no culminó en un triunfo deslumbrante en suelo africano, la batalla para la que Escipión creía haberse preparado en los últimos quince años; y tampoco su carrera posterior, constantemente discutida por sus enemigos en Roma, parece estar a la altura de semejante parangón. Escipión creó una leyenda, engrandecida con el paso del tiempo, pero que palidece ante las hazañas de su «cordial» rival Aníbal. De hecho, Brizzi, se lo plantea:

«Así pues, ¿es más polifacético el Bárcida? ¿Es la suya, por decirlo así, una grandeza más instintiva, menos fruto del esfuerzo y el penar? Quizá, pero en el fondo, su existencia ha sido en la misma medida fruto del esfuerzo y del penar… probablemente recaeré ahora en el pecado advertido con tanta agudeza por Arnaldo Momigliano, el de arrogarme una vez mas esa intuiciónque caracterizaría a los biógrafos, pero […] el Africano me parece a todos los efectos hijo de la Urbe, de modo que en su caso quizá pueda hablarse de orgullo, del orgullo del [i]nobilis[/i], del gran aristócrata que se mira en el honos, en el consenso público por el cual, para un romano, los actos de un hombre pueden ser ennoblecidos y al cual –como demuestra claramente con ocasión del proceso– Publio no está dispuesto a renunciar por nada del mundo. Por el contrario, me parece que lo que da vida a Aníbal es un sentido del deber categórico, insoslayable–¿engrendrado poruna religiosidad depurada de todo oropel exterior y convertida en la razón íntima y profunda de vivir?–, y que este sentimiento nobilísimo desemboca en una ferocidad que se agota en sí misma» (p. 387).

Incluso podemos ir más allá:

«Me parece por último que, aunque pueda hablarse de genio en ambos casos […], los dos dan muestras de una manifestación distinta de la inteligencia […]. El primero, Escipión, aun siendo capaz al menos en el ámbito de la diplomacia y de la guerra, de elaborar grandes teorizaciones –en el fondo, a él se deben tanto los futuros principios tácticos de la res publica como las concepciones estratégicas que en los primerosveinte años después de Zama guiarán prevalentemente la política exterior de Roma–, se nos presenta más como un razonador sistemático, una especie de gran y metódico estructuralista; el otro, Aníbal, parece en cambio poseer el raro, grandísimo e innato don de la intuición fulminante, que siempre se ha considerado la expresión más acabada de la genialidad, por no decir del genio» (pp. 387-388).

Desde luego, este libro no sólo trata de Escipión y Aníbal: asistiremos también a un momento de transformación de la res publica romana, de ciudad a capital de un creciente imperio mediterráneo. No son baladíes las páginas dedicadas a las pugnas entre partes o facciones de poder en Roma, entre lobbies agrarios y mercantiles, entre Fabios y Ecipiones. Marco Porcio Catón se convierte en el adalid de una causa que él mismo sabe perdida: el mantenimiento de los valores ancestrales romanos (e itálicos), de la igualdad entre los políticos y militares, del respeto a la mos maiorum. Las luchas entre facciones, que un siglo después se convertirán en abiertas guerras civiles, son el síntoma de un cambio que el Senado o los romanos más conservadores no pueden soslayar. Surgirá entonces la batalla contra el helenismo, también perdida de antemano. Escipión se convirtió en el defensor del cambio, aunque muy especialmente por sus propios intereses personales. Por su parte, Aníbal, que contribuyó a arruinar el prístino modelo tradicional que los Fabios y Catón trataron de proteger, también fracasó en su propia ciudad: exiliado desde el 195 a.C., tras un período como sufete y con el que intentó «modernizar» las estructuras del estado cartaginés, no le quedó más que vagar por el Mediterráneo oriental, al servicio de reyes helenísticos, para esperar que la muerte, con ropajes romanos, viniera a visitarle.

Para ir concluyendo, estamos ante un libro amenísimo, diferente en su concepción, muy bien documentado (muestra de ello es la nutrida e interesantísima «Nota sobre las fuentes» de las pp. 341-388), que sorprende gratamente y del que debemos felicitarnos por el hecho de haberlo puesto a disposición del mercado hispano. Un consejo: yo si fuera vosotros no me lo perdería.

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