23 de mayo de 2012

Bye, bye, Doctor House...

El pasado lunes 21 de mayo terminó House M.D., tras ocho temporadas, las tres últimas, en mi humilde opinión, innecesarias. Pero llegó el final y, sorprendentemente ha sido un buen final. Coherente con el personaje. Holmesiano, y hasta ahí puedo leer. Pero lo interesante ha sido que se cierra dignamente la serie, planteándose incógnitas que no es necesario que se resuelvan, quedando a la imaginación del espectador. Se cierran, pues, ocho años. Ocho años de una serie con una fórmula episódica recurrente, y que a pesar de todo funcionaba: el teaser inicial con el paciente, el caso llega a House y su equipo («»¡Diagnóstico diferencial, gente!»), con la pertinente lluvia de ideas y con House escribiendo en la pizarra; se le practican todo tipo de pruebas, House mientras tanto atiende pacientes contra su voluntad enla consulta clínica (y se cachondea de ellos); se producen errores en el diagnóstico, más tratamientos; el paciente mejora, anteriormente House se metía con Cuddy, su escote o su trasero, ahora con Wilson o Foreman; el paciente empeora, más  pruebas, más diagnósticos, el paciente casi muere; House en más consultas o de chascarrillo con Wilson, y por fin la epifanía de House, la revelación, la resolución del caso. Y así ocho temporadas, con pocas variedades. Pero funcionaba. [Un episodio típico de House.]

La serie me fascinó desde el principio. Sí, por el carácter rupturista de House, su nihilismo, su manera de ser, su anarquismo (relativo, de todos modos). Me interesó la trama de fondo, el tratamiento de personajes, el modo en que la serie evolucionaba cuando parecía (y en cierto modo lo hacía) estancada. Soy de los que piensan que la mejor temporada fue la 4ª, con esa primera parte de House reconstruyendo el equipo médico, con la aparición de personajes secundarios impagables o Amber Zorra Implacable Volakis o Lawrence Kutner (no es casualidad que ambos aparezcan en el episodio final), o incluso Remy Trece Hadley. Los diálogos, las situaciones, las tramas de esa cuarta temporada, corta a causa de la huelga de guionistas de 2008, fueron frescos, vivaces, carcajeantes, simplemente geniales. La 5ª temporada no le fue a la zaga, con una evolución no menos atractiva, hasta un final que debió ser, en mi humilde opinión, el auténtico final de la serie: un genio como House no podía acabar sino en un hospital psiquiátrico, su humanidad había tocado fondo, ya no le quedaba nada. Pero sí, los guionistas sacaron tres temporadas más, salvable la 6ª, interesante a priori la 7ª, de piloto automático la 8ª. Y llegamos a ese final de serie… que no comentaré.

Comentaré lo que me ha interesado de la serie, además de lo ya mencionado. Especialmente en sus primeras tres temporadas: la filosofía que subyace en House, el personaje y la serie. Las dos primeras temporadas nos mostraron a ese House en estado puro –nihilismo («la vida es un asco y la suya es peor que otras. Aunque las hay peores, lo cual también es deprimente»), anarquismo, autoritarismo («a no ser que me hayan declarado el cuarto miembro del eje del mal invadido y ocupado, esto sigue sin ser una democracia. Se queda»), utilitarismo, paternalismo, existencialismo,…–, con una evolución/involución del personaje en el inicio de la 3ª temporada, cuando parecía que su cojera estaba curada, para luego encontrarse con su particular Moriarty (el inspector Tritter) y el modo en que House y su colaborador más cercano, Foreman, entraban en una creciente divergencia, para llegar a la disolución del equipo médico a final de temporada. Para entonces hubo un reset (maravilloso reset) y el resto ya lo sabéis. En esas tres temporadas, pues, veíamos los elementos que nos permitían intuir por qué el personaje de Gregory House nos gustaba tanto: su disyuntiva entre héroe y antihéroe (prefiriendo él la segunda opción, probablemente), su excentricidad, por no decir locura, su dicotomía como buen médico enfrentado a una ¿mala persona?, su condición de eterno paciente a causa de esa pierna lisiada (cuyas causas conocimos en el episodio final de la primera temporada) y, por qué no, la rareza de los casos médicos. Pues citando a Andrew Holtz, especialista en divulgación médica, «en el mundo de la medicina, una cebra es el caso raro que aparece muy de vez en cuando rompiendo la rutina y demostrando nuevamente que todas las leyes de la probabilidad y demostrando nuevamente que todas las leyes de la probabilidad juntas son incapaces de impedir la aparición de lo improbable». Pero House no ve cebras, sino unicornios…

Con House aprendimos medicina desde el sofá de nuestra casa («¡es lupus!»), todo tipo de síntomas (la escala midnight, mencionada en un episodio de la primera temporada) e incluso nos reímos cuando en un momento determinado el peculiar médico le soltó a Cuddy «¿es aún ilegal practicar una autopsia a una persona viva?». Y ahondamos en el método científico. Por ejemplo, en el episodio 1x03, “La navaja de Occam”:
Foreman: La navaja de Occam. La explicación más sencilla es la mejor. 
House: ¿Uno es más sencillo que dos?

Cameron: Pues claro que lo es.

House: Aparece un bebé. Chase os dice que dos personas intercambiaron fluidos para crearlo. Yo os digo que una cigüeña dejó al pequeño en pañal. ¿Os inclináis por 1 o por 2?

Foreman: Tu argumento es especioso.

House: Y tu corbata también. ¿Por qué uno es más simple que dos? Es menor, más solitario. ¿Y más simple? Son afecciones con probabilidad de 1 entre 1000. La probabilidad de la  conjunción indistinta de 2, es de 1 entre 1 millón de contraerlas a la vez. La de infección cardiaca, según Chase, 1 entre 10 millones... así que, mi idea es diez veces mejor que la suya. Haced los cálculos.
[…]

House: La navaja de Occam. La explicación más sencilla es que alguien la ha cagado. […] De acuerdo, la cagaron dos. No es tan sencillo como uno, pero…

Y paulatinamente descubrimos a House como un Sócrates moderno. Dos tábanos muy parecidos con un método, la mayéutica, de preguntas y respuestas, siempre en busca de la verdad; Platón lo dejó por escrito con sus diálogos, House lo practicó con el método diferencial. Y sabiendo que él no es infalible: «a veces me equivoco. Tengo un don para la observación, para entender a la gente y las situaciones, pero a veces me equivoco» (1x01, “Todo el mundo miente”). House aprendió del error, no por el error en sí mismo («el error nos lleva por caminos misteriosos») sino por lo que se aprende de ese error. Decía Aristóteles en sus tiempos, «el ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona»; House le dice a Foreman: «puedes estar en desacuerdo conmigo. Eso no significa que tengas que  dejar de pensar». Porque dudar no sirve de nada si no lleva a la reflexión, a asumir las limitaciones de uno mismo, a esforzarse más si cabe. House lo tiene claro: «cuando tienes razón, dudar de uno mismo no sirve de nada, ¿no?». O como comenta con Foreman en el episodio 1x09, “No RCP”:
Foreman: ¿Así de fácil? ¿Simplemente ignoro la mofa y el abuso?

House: Oh, ¿cuándo abuso de ti?

Foreman: ¿Cuándo no abusas? Si cometo un error...

House: … te hago responsable, ¿Y qué?

Foreman: El doctor Hamilton perdona. Es capaz de avanzar.

House: ¡Eso no es lo que hace!

Foreman: Fastidié el caso y me dijo...

House: Nunca dijo que te perdonase. Lo oí, dijo que no tenías la culpa.

Foreman: ¿Y?

House: Y era verdad. Te arriesgaste, hiciste algo genial. Te equivocaste, pero era genial. Deberías alegrarte que lo fuese y fastidiarte que fuera un error. Esa es la diferencia entre él y yo. Él cree que haces tu trabajo, mejor o peor. Y yo que lo hago y lo que haces importa. Él duerme mejor por la noche y no debería.
Lo decía el propio Sócrates (o las frases que se le atribuyen): «la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia» (el famoso adagio «sólo sé que no sé nada»). Y House lo formula con sus propias palabras (1x21, “Tres historias”), y volvemos con la cuestión del error:
House: Seguro que esto atenta contra cuanto os han enseñado, pero el acierto y el error existen. Y el hecho de ignorar la respuesta correcta, tal vez no haya forma de averiguarla, no la convierte ni siquiera en pasable.
[…]
House: Eres una inútil. Pero por lo menos lo sabes.
[…]
House: ¿Sabes que hay peor que un inútil? Un inútil ignorante.
[…]
House: La naturaleza de la medicina hace que si lo echas a perder, alguien muere. Si no puedes asumirlo escoge otra profesión.
Pero Gregory House no es un personaje inmune a los defectos: la soberbia, la prepotencia, un nihilismo casi (auto)destructivo. El anónimo personaje que le dispara en el último episodio de la 2ª temporada (2x24, “Sin razón”), y que sirve de particular conciencia en el toma y daca que House realiza en ese episodio consigo mismo, lo tiene claro y se lo dice a bocajarro:
«Pretende ser antisistema, pretende ser un rebelde. Afirma que odia las normas. Pero lo único que hace es imponer las suyas a las comunes. Y tiene una norma estupenda y sencilla: decir la verdad, pura y dura, del modo más descarnado y siniestro. Y que sea lo que Dios quiera. Lo que pase tenía que pasar. Y los demás son unos cobardes. Pero se equivoca. No es una cobardía no llamar idiota a alguien. Las personas no tienen tacto y educación sólo por ser agradables, sino porque tienen un mínimo de humildad. Porque saben que cometerán errores. Y saben que esos errores tienen consecuencias. Y saben que esas consecuencias son culpa suya. ¿Por qué está tan empeñado en no ser humano?
[…]

Cree que la verdad que importa es la verdad que puede medirse.
Las intenciones de Dios no cuentan. Lo que hay en el corazón no cuenta. El cariño no cuenta. Pero la vida de un hombre no puede medirse por la cantidad de lágrimas derramada cuando muere. Aunque no pueda contarlas. Que no quiera contarlas no significa que no sean reales. […] Y aunque me equivoque, sigue siendo un infeliz. ¿De verdad cree que el propósito de su vida era sacrificarse sin obtener nada a cambio? No, cree que no hay propósito para nada. Hasta las vidas que salvas las desprecia. Lo único que decente que hay en su vida lo mancilla, le arrebata su significado. Es usted ruin para nada. No sé por qué quiere vivir».
Pero House, más allá del anarquismo y el nihilismo del que siempre hace gala (no importa quién trate de controlarlo: Cuddy, Wilson o Foreman), también tiene un compromiso con sus pacientes; o el caso, el enigma, el puzzle, se podrá argüir, qué es lo que le importa resolver. Las personas no le interesan, le dirá un paciente («¿por qué trabajar con gente cuando obviamente usted odia a la gente?»), pero es capaz de empatizar con alguien; quizá la muestra sea más evidente sea el niño autista (3x04, "Líneas en la arena"), pues se identifica con él, con sus problemas de comunicación y su desconexión de los usos sociales:
House: Verás: los blancos flacuchos socialmente agraciados trazan un bonito circulo. Los de dentro del circulo son normales. A los de fuera hay que darles una paliza, machacarlos y reprogramarlos para meterlos en el circulo. Si eso falla hay que internarlos o compadecerlos, que es peor.
Cameron: ¿Así que esta mal sentir lastima por ese niño?

House: ¿Por qué sentir lastima por alguien redimido de las inanes normas de cortesía que son una completa idiotez, hipócritas y por tanto degradantes? El chico no tiene que fingir que le interesa tu lumbalgia, ni tus excreciones, ni donde le pica a tu abuela. ¿Te imaginas lo liberador que sería tener una vida exenta de todas esas empalagosas idioteces? No lo compadezco. Lo envidio.
“Usted no es Dios, House”, le dirá el doctor Darryl Nolan en el psiquiátrico de Mayfield, en el inicio de la 6ª temporada. A pesar de ello, nada le impide a House resolver el rompecabezas, el puzzle, que es lo que siempre le ha interesado: «he aquí un axioma sobre la condición humana, todo el mundo miente. La única variable es en qué». Sabiendo perfectamente que los pacientes mienten (como él mismo). No le interesa la humanidad en la medicina:
Foreman: Para tratar pacientes nos hicimos médicos.

House: No, para tratar enfermedades somos médicos. Tratar pacientes es el inconveniente de ser medico.
No le interesa tratar bien a la gente (hope is for sissies): «¿preferiría un médico que le coja la mano mientras se muere o uno que le ignore mientras mejora? Aunque yo creo que lo peor sería uno que te ignore mientras te mueres…». Y aunque se muestre como un inveterado ateo a lo largo de toda la serie («si hablas con Dios eres religioso; si Dios habla contigo, eres psicótico»), en realidad, él querría creer en algo, en Dios o en lo que sea (episodio 5x15, “Descreído”):
Padre Daniel: ¿Quiere hablar de hipocresía? Hable de usted. Actúa como si no le importara nadie. Pero se dedica a salvar vidas.

House: Resuelvo enigmas. Salvar vidas es un efecto secundario.

Padre Daniel: Ya, muy hábil. No busca a alguien que pruebe que acierta, busca a alguien que pruebe que se equivoca, que le dé esperanza. Usted quiere creer, ¿verdad?

House: Sí, quiero salir y estar en un bosque de árboles puta. Pero no veo bien decir a la gente que se folle a una pera.
Stacy Warner, su primera esposa (tampoco es casual que aparezca en el último episodio), conocía bien a House, y lo definió de un modo maravilloso (2x10, “Problemas de comunicación”): «eres como el curry. Eres ácido e irritable y aunque te encante el curry, si comes mucho te acabas quemando el estómago y pasas una temporada sin comerlo. Pero un día te despiertas y piensas: Dios… cómo echo de menos el curry».

A estas alturas, pues, está de más decir que sí, que echaré de menos al ácido e irritable doctor House. A pesar de esas tres prescindibles tres últimas temporadas. Porque nos quedó lo mejor antes. Porque lo seguiremos repasando, sin cansarnos. Porque, a pesar de ser reiterativo, era House. Y Dios… cómo echo de menos el curry…

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