7 de agosto de 2012

Reseña de Roma. Una historia cultural, de Robert Hughes

In memoriam: Robert Hughes (1938-2012)

Roma, qué decir de Roma que no se haya dicho ya... Y sin embargo, hay tantas Romas en una sola ciudad... La Roma etrusca de la que apenas la Cloaca Máxima y la imaginación desde lo alto del Palatino o el Campidoglio nos queda como sombrío recuerdo y que palidece ante la magnificencia de la Roma clásica, encajonada primero en las murallas servias y liberada después en el Campo de Marte y la colina Vaticana, para terminar siendo cantera local de la Roma medieval, poco conocida, y sobre todo de la Roma renacentista: la ciudad juliana, paulina y sixtina, la ciudad artística y aún en plena ebullición, la ciudad receptáculo y receptora de artistas de toda Italia, por no mencionar Europa. La Roma barroca, borrominesca y berniniana. Risorgimentista. También piononana. Y vittorianesca. Mussoliniana. Posfascista. Felliniana. Eterna.

Pasear por la Ciudad por antonomasia, la Urbe, la Città, la hija de la tríada capitolina y la madre del Trastevere, es dejarse llevar por el encanto de la diversidad, el hartazgo de los millones de almas que la (mal) visitan, los olores del Campo dei Fiore, las postales desde el Gianicolo, la piedad del Vaticano y el silencio del Gesú. Olvidarse de mapas y rutas, sólo pasear por sus calles, del bullicio de Via del Corso al sinsentido de la Via dei Fori Imperiali. Villa Borghese o el refugio del caminante. Termini o el final/principio del camino. Y siempre una, mil, Romas en cada viaje. Y siempre volver y empezar, y regresar y partir, y soñar y despertar. 

Robert Hughes (1938-2012)
Leer Roma. Una historia cultural de Robert Hughes (Crítica, 2011) es sinónimo de peregrinar a Roma en cada capítulo. De entrada el libro no es perfecto, ¿pero acaso la Urbe lo es? Dedica Hughes demasiado espacio a la Roma de los libros de historia clásica, a su historia y las costumbres antiguas, tan conocidas y tan reiterativas que te preguntas si para ir a Roma hacían falta tales alforjas. Pero es ideal para neófitos en la materia y tienes que asentir y seguir leyendo. Porque incluso en esos capítulos que al conocedor de la Roma clásica le saben a sabores ya paladeados, incluso en la repetición, hay belleza y vemos al Hughes crítico de arte. El Hughes que nos deleitó con su particular visión de Barcelona (publicada en Anagrama) y que ya en el prólogo de este libro, a la sombra de la estatua de Giordano Bruno, nos abre el apetito. Porque a pesar de que saben a deglutidos esos capítulos iniciales, te dejas llevar. Y luego viene un capítulo sobre la ciudad medieval, con las intrigas papales o la soberbia de un Cola di Rienzo, preludio del plato principal renacentista. Y ahí el libro va de menos a más. Y precisamente por contar algo ya archisabido, pero no por ello menos apasionante. La Roma irreconocible de finales del siglo XV y que da paso a los grandes planes de Julio II, primero, y unas cuantas décadas después, a la ciudad que sobre plano creó Sixto V. Buenos platos en este menú, quizá los capítulos romanos eran el antipasto de esta comida y para cuando llegas a la Roma renacentista (y barroca), el pasto de este banquete cultural.

Los capítulos centrales del libro, pues, los dedicados al arte de los pintores y arquitectos del Cinquecento, al enfrentamiento ente Borromini y Bernini, al genio de Caravaggio, al urbanismo de principios del siglo XVII, son los mejores, los que cimentan este libro, en cierto modo. No menos interesantes resultan los capítulos dieciochescos (el inicio del futuro turismo de masas) y decimonónicos (del desastre estético del Vittoriano, la Zuppa Inglese como lo llamaron los romanos de la época, para después ser la macchina da scrivere tras la Segunda Guerra Mundial, a los lamentos de Pío IX sobre la decadencia de la ciudad). Y se saborean como postre los capítulos finales, Roma futurista/fascista y, cómo no, la Roma felliniana, mastroianna y ekbergniana que subyace en la Fontana di Trevi.

Al final del libro finaliza el paseo, pero comienza la nostalgia. Y aunque como en todos los viajes hay momentos que mejor olvidar, el libro de Hughes, no siendo todo lo que uno podría esperar a priori, deja buen poso. Insufla vida, nos llena los pulmones de aire fresco (esperemos que no contaminado por el enrarecido ambiente de la Roma actual), nos invita a hacer la maleta y a dirigirnos al aeropuerto. El viaje terminó, pero quizá vuelva pronto a empezar. Un cappuccino delante de Santa María en Trastevere nos está esperando…

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