7 de enero de 2013

Crítica de cine: El curioso caso de Benjamin Button, de David Fincher

Anoche emitieron esta película por televisión y me apeteció verla  de nuevo. Una película que se erige en todo una fábula sobre la fugacidad de la vida. Se basa (más bien diría que se inspira muy libremente) en un relato corto de Francis Scott Fitzgerald, y hay notables diferencias: mientras que en el texto literario la acción sucede desde 1860 y hasta la época del autor (que, a diferencia del protagonista, tuvo una vida relativamente corta y bastante complicada); en cambio, en la película la acción comienza a finales de 1918 (con la celebrarción del final de la Primera Guerra Mundial) y llega hasta agosto de 2005, con el huracán Katrina azotando Nueva Orleans. Recuerdo que en su momento me pareció percibir ciertos desajustes cronológicos, no tanto con el personaje de Benjamin Button, como con el de Daisy y su hija (y que en sí no lastran la película), pero anoche la trama fluyó sin problemas (aunque no parece sorprenderle a nadie que Daisy sea madre ya avanzada la cuarentena...).

Como ya se sabe por lo publicado en sinopsis y reportajes de todo tipo, Benjamin Button (Brad Pitt) nace en la senectud y su vida es un rewind hacia la juventud y la infancia. Su vida es paralela a la de ese reloj en la estación de tren, construido por un hombre ciego, padre de un hijo que murió en el frente europeo, y que decide que las agujas del reloj vayan hacia atrás, con la esperanza de que el tiempo dé la vuelta y regresen los que se fueron. Huérfano de madre y abandonado por un padre asustado de su peculiar aspecto, Benjamin es adoptado por Queenie (Taraji P. Henson), que regenta un asilo en Nueva Orleans. Se va haciendo mayor/rejuvenece, en la adolescencia/tercera edad decide recorrer mundo, se encuentra y se separa del que será su gran amor, Daisy (Cate Blanchett), conoce a otras mujeres (Tilda Swinton), se ve inmerso en la Segunda Guerra Mundial mientras trabaja en un remolcador, etc. Y todo ello mientras el reloj va hacia atrás, mientras todos envejecen y él, en cambio, rejuvenece. La historia se nos cuenta en constantes flashbacks del personaje de Daisy y del propio diario de Benjamin Button, que la hija de la primera va leyendo a su madre, agonizante en un hospital.

La película es un largo recorrido a la inversa, luchando contra el tiempo, contra el peso del mismo. Benjamin va descubriendo el mundo a medida que "rejuvenece", y en ese sentido hay un cierto paralelismo con Forrest Gump (no en balde, el guionista de ambas películas es el mismo, Eric Roth). Pero a diferencia de este personaje, Benjamin evoluciona y sabe que las cosas cambian: sabe que la vejez (en su caso la juventud), es una condena (depende del punto de vista, claro), pues su mente se irá apagando del mismo modo que su cuerpo vuelve a un estadio inicial, menguándose, apagándose. La película, en este sentido, es una fábula, un cuento mágico con ropajes realistas. Y como tal, Fincher construye un universo propio, coral y lleno de matices.

La película es larga, más en la primera hora, cuando poco a poco se construye la historia y aparecen los diversos personajes, pero llevadera. No se me hizo corta, pero tampoco excesivamente alargada. Hay ritmo, algo pausado (no tanto como en Zodiac), pero sí constante. El fresco de las diversas épocas es rico en detalles y matices. Quizá chirríe un poco la cosa en cómo actúa Daisy a lo largo de los años, pero la cosa es bastante pautada.

En definitiva, en su momento la película me gustó pero sin exagerar (ya me esperaba entonces bastante de lo que se cuenta, incluido el final, que en una entrevista a la Blanchett se destripaba). Anoche, en cambio, pude disfrutar de algunos momentos, como los encuentros de Benjamin y Elizabeth Abbott (Tilda Swinton) en un hotel de Murmansk; el vacío que les rodea, el silencio por las noches en un edificio que parece olvidado y en el que no aparece ni un recepcionista, las imágenes de la noche de Murmansk, siempre en vela, esperando el amanecer, me resultaron muy sugerentes. Mejor planificada la trama en la parte de Benjamin como viejo/niño, el tercio final resultó algo apresurado, como si Fincher tuviera prisa por llegar al final (que no podía ser otro...). Por otro lado, resulta interesante esa reflexión constante sobre el juego entre vida y muerte, entre los que llegan y los que se van, entre esa resignación que hay que aceptar para poder realmente disfrutar de la vida (y entender así que el proceso de envejecimiento es necesario). El  canto al optimismo, por encima de todo, cala en el espectador, y a la postre el cariz de fábula, que resuena mejor en  Big fish de Tim Burton funciona muy bien.

Una película sugerente, pues.

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