29 de septiembre de 2013

Crítica de cine: Rush, de Ron Howard

Fórmula 1, años setenta. Un mundo de competición (lo de deporte siempre lo cojo con pinzas) muy diferente al actual. Entonces el glamur de los pilotos de un Fórmula 1 se vivía diferente (hoy en día el vil metal lo ha fastidiado todo). Las carreras apenas tenían nada que ver con las que vemos en la actualidad: público casi a pie de pista, comisarios con la bandera de cuadros en la misma calzada, accidentes cotidianos, carreras muy largas (22 km. tenía el circuito de Nürburgring... o eso escuchas en la película), puntuaciones más ajustadas... Todo era diferente. Y pilotar era jugarte la vida en prácticamente cada carrera. Es curioso, por ejemplo, que en la fatídica carrera alemana otro piloto tuviera un grave accidente. Un mal augurio, se podría argüir... Los pilotos eran caballeros andantes ("we are knights", le espetará un piloto a otro en esta película), jugándose el todo por el todo. Y despertaban un sex appeal no tanto por ganar mucho dinero, vivir a cuerpo de rey y la posibilidad de ser campeones del mundo. Se jugaban la vida, eso les daba un plus de atractivo sexual para muchas mujeres que deseaban pasar una noche con ellos. Todo muy macho, vamos, pero que antropológicamente tiene diversas lecturas y recoge muchas tradiciones. Y por encima de todo, la rivalidad de dos hombres: el hedonista, atractivo y británico James Hunt (Chris Hemsworth) frente al cerebral, arrogante y austríaco Niki Lauda (Daniel Brühl). 

Rush sería una película "deportiva" más, o incluso una cinta que acumular en la carrera de Ron Howard, si no fuera por un elemento que le da un plus especial. Bueno, dos: la Fórmula 1, cómo no, lo cual la convierte en película más que interesante para cualquier aficionado a esta disciplina, y el guión de Peter Morgan (El desafío: Front contra Nixon). Personalmente, mi interés estaba en ambos alicientes. De Ron Howard podemos esperar un estilo más convencional en la dirección, como ya nos tiene acostumbrados. Calidad, sin duda, pero más atemperada por la necesidad de contar una historia que roce o supere la epopeya, aumentado todo por ello por la grandilocuencia de la música de Hans Zimmer. Con Peter Morgan en el guión, sin embargo, te aseguras que la historia no va a ser mínimamente convencional, y que los protagonistas de esta película, más allá del postureo que aporte cada uno de ellos, van a tener que lidiar con algo más que estereotipos. Que los hay (hedonismo frente a frialdad, belleza frente a fealdad, caos existencial frente a orden cósmico, prácticamente). Y convencionalidad, tampoco anda escasa esta película de ello. De lo que sí anda algo dilatada la película es de metraje, todo sea dicho (adelgazar veinte minutos le habría venido muy bien).

De lo que anda bien surtida esta película es de un guión brioso. La historia real de la película ya aporta suficientes alicientes: dos personajes muy atractivos, radicalmente diferentes pero necesarios el uno del otro. Hunt y Lauda tenían que estar ahí, luchar por el objetivo como jabatos y respetarse como se respetan, a pesar de todo. La película comienza con un prólogo en Nürburgring, a punto de comenzar el Gran Premio que casi le cuesta la vida a Lauda, para luego ir atrás el tiempo y que el espectador conozca la vida de ambos personajes y la carrera en paralelo hasta llegar a ese campeonato de Fórmula 1 de 1976. Con buen pulso narrativo, conocemos las carencias y las virtudes de ambos personajes, de qué pasta están hechos y qué persiguen. De una voz en off de cada uno se pasa ya a una narración en la que los hechos se explican por sí mismos. El clímax es doble: el espectador espera que llegue el fatídico accidente de Lauda, que le desfiguró para siempre (aunque la presentación en pantalla se ha suavizado en parte), y luego se come las uñas (aun sabiendo como acabó la cosa) con la carrera final en Japón, la que decidirá quién fue el campeón el mundo en ese 1976.

La grandilocuencia tiñe, inevitable pero necesariamente, la película (es Fórmula 1, señores): los aficionados ansían el rugir de los motores, las carreras vibrantes, la adrenalina en las venas. Esa parte la he disfrutado como un aficionado más a esta disciplina, cómo no, y eso vas a ver en la pantalla de cine. Y te interesa la historia de ambos personajes, el juego de espejos entre uno y otro, la rivalidad casi freudiana que se establece entre dos tipos tan diferentes y al mismo tiempo tan parecidos: la misma pasión, la misma sed de triunfos, la misma ambición por ser los mejores. A su manera, eso sí. Hunt viviendo cada día como si fuera el último; Lauda con sus porcentajes y prevenciones de seguridad.

Está de más decir que si eres aficionado a la Fórmula 1 la película la disfrutas con un extra de emoción. Pero también te dejas llevar por un guión que funciona, que se alarga quizá en exceso, y que inevitablemente acaba en esa convencionalidad que productos de este tipo tienen y explotan. Tampoco habríamos esperado otra cosa...

PS: atención al acento austríaco de Daniel Brühl en la versión original...

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