2 de septiembre de 2013

Reseña de Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil, 1936-1939, de James Matthews

¿Hubo una tercera España entre los combatientes de la Guerra Civil española? Pregunta que no es baladí y que tampoco pretende jugar a la equidistancia ideológica. Habitualmente tenemos la idea de que se enfrentaron dos bandos: por un lado, el sublevado y representado por una gran parte del ejército español y una amalgama de partidos y fuerzas políticas, que adquirieron el calificativo de nacionales, y que diversos y múltiples estudios en las últimas décadas muestran que ya empezaron a preparar la sublevación tras las elecciones de febrero de 1936. Y por otro, el bando republicano, aquel que defendía la legitimidad del régimen y del Gobierno imperantes el 18 de julio de 1936, y que adolecía de la unidad y la fortaleza de los sublevados. El pronunciamiento militar que surgió desde África el 17 de julio, que el 18 ya fue general en toda la península, y que fracasó al cabo de unos pocos días, al no lograr hacerse con la capital y las principales ciudades españolas, se convirtió automáticamente en guerra civil, y ahí entraron en liza otros factores. Uno fue el reconocimiento y el apoyo internacional a uno u otro bando. Otro, y fundamental, el reclutamiento forzoso de soldados en cada uno de los dos bandos. Y precisamente de ello trata el libro de James Matthews, Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil, 1936-1939 (Alianza Editorial, 2013).

Mencionaba antes la tercera España, aquella que no se decantó por uno de los dos bandos, y que sin embargo se vio forzada a participar en la guerra. Desde el principio, tanto los nacionales como la República inició la recluta de de soldados de reemplazo, una vez que se percibió que solamente con voluntarios no se iba a ganar un conflicto que partió el país en dos zonas. El estudio de James Matthews, joven investigador británico, parte de una tesis doctoral y toca aspectos que nos parecen novedosos, más que nada porque en la historia militar del conflicto la historiografía se ha centrado en la narración y el análisis de las operaciones militares y de los componentes políticos y sociales (en el caso del Ejército Popular de la República, con mayor hincapié, a partir de obras pioneras de Ramón Salas Lazarrábal, pues se trató de un ejército que, a diferencia de su homólogo enemigo, tuvo que crearse prácticamente de cero y tardó al menos un año en comenzar a tener cara y ojos). Y es importante que nos centremos en aspectos como la militarización y el reclutamiento en tiempos de guerra, y en los propios mecanismos de reclutamiento. Ambos bandos supieron que era esencial encontrar reclutas. Las cifras al respecto son elocuentes y a menudo se han subestimado: en los casi tres años de conflicto, la República movilizó a 28 reemplazos, sumando un total de 1,7 millones de soldados al final del conflicto; los nacionales, por su parte, llegaron a movilizar 15 reemplazos, totalizando 1,26 millones de hombres. Los voluntarios fueron esenciales en los primeros meses: unos 120.000 hombres (y también mujeres) se presentaron voluntarios para luchar por la República. Una cifra que no sorprende ante la pluralidad de fuerzas milicianas (anarquistas, comunistas, socialistas…) que se levantaron para impedir el golpe de Estado militar; el bando nacional reunió en el verano de 1936 a unos 100.000 soldados voluntarios (falangistas, carlistas, monárquicos…). Pero son los reemplazos movilizados obligatoriamente por los dos bandos los que nutrieron las fuerzas en liza ya desde el otoño de 1936: «a diferencia de lo que cuentan los análisis históricos dominantes, la Guerra Civil fue también un conflicto en el que millones de españoles que nunca habían sido voluntarios lucharon entre sí durante tres años, y en el que la obligación de matar en nombre de una determinada ideología le fue impuesta a muchos soldados. La historia de estos hombres forzados a luchar arroja mucha luz sobre la naturaleza de la guerra y las estrategias de supervivencia utilizadas por los que se vieron envueltos sin quererlo en la caótica erupción del conflicto» (p. 27). 

James Matthews
Pues no se trataba solamente de reclutar, formar, equipar y enviar soldados a los campos de batalla; soldados que no se habían distinguido, a diferencia de los voluntarios, por una afiliación política a uno u otro bando, que se vieron forzados a abandonar sus ocupaciones, y que a medida que avanzaba el conflicto eran movilizados en función de los movimientos tácticos, con mayor desespero para el bando republicano y con escasos escrúpulos por parte de los dos actores en liza en cuanto a su forma física o incluso su corta edad (la famosa «quinta del biberón» en 1939, por ejemplo). Ya Matthews lo deja claro desde el principio: «el análisis del reclutamiento en tiempo de guerra exige estudiar los métodos que se esconden detrás de una movilización masiva de la sociedad, así como la vigorosa interacción entre el individuo y las estructuras militares institucionales» (p. 28). El ámbito de estudio no es toda la península, algo imposible a tenor de la fragmentación de la documentación sobre el tema, sino que se centra en los ejércitos de ambos bandos en la zona Centro de la guerra (Madrid, partes de Castilla la Vieja y León, y algunas provincias de Casilla la Nueva como Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara). Un frente que se mantuvo prácticamente estático desde julio de 1937 y hasta la ofensiva final de los sublevados en marzo de 1939. El método empleado es el de la historia comparada de dos modelos de ejército, de su reclutamiento, movilización, mecanismos para mantener y elevar la moral, avituallamiento y satisfacción de las necesidades básicas, disciplina y castigo de la deserción, el ocultamiento o la defección.

Estos son los principales puntos que en un estudio que parece breve (apenas trescientas páginas), resulta enormemente rico en datos, en detalles organizativos y en aspectos diversos sobre la mentalidad de un soldado reclutado forzosamente, al que había que «convencer» de las bondades del bando en el que se veía obligado a luchar, al que se enseñaba a luchar, al que se le pagaba con regularidad (mejor en cuanto a la retribución en el bando republicano durante el primer año y medio de guerra, mejor en cuanto a la regularidad y la seguridad de que se iban a cobrar las soldadas en el bando nacional), al que se alimentaba y entretenía, y al que en caso de deserción u ocultamiento había que castigar de diversas maneras (desde la ejecución a penas de cárcel). Y en el análisis de estos factores se llegan a conclusiones interesantes. La educación política del recluta fue constante y pasó por la reiteración de consignas, la publicación de periódicos y la reinterpretación de la historia en función del modelo de España que se pretendía que triunfara. Para los dirigentes de ambos bandos, era esencial mantener bien alimentado al recluta, bien pagado y bien entretenido; fue constante la vigilancia y prevención ante los peligros de las enfermedades venéreas (ejércitos estacionados y prostitución eran conceptos indisolubles). El soldado se carteaba con su hogar y la censura en el correo fue un elemento que ambos bandos llevaron a cabo con notable esfuerzo; se popularizaron figuras como las «madrinas de guerra», corresponsales de soldados, mujeres solteras que ayudaban a mantener la moral de los combatientes y que en ocasiones establecían una relación más intima con ellos. 

El mantenimiento de una férrea disciplina fue vital para ambos ejércitos, sobre todo si tenemos en cuenta que los períodos en los que los combates se mantenían estáticos abundaban. La República no ejerció un control menor de la disciplina que los nacionales, y de hecho el análisis de los datos muestra que, aun siendo menos profesionalizada la oficialidad y los mandos que en el enemigo, el Ejército Popular ejerció una represión de las faltas de disciplina o de la deserción con mayor intensidad. Las causas de la deserción fueron diversas (moral baja, situación militar negativa, la falta de atención a las necesidades cotidianas, el recuerdo de la familia,…) y también lo fueron los riesgos que corrió el soldado que abandonaba el servicio; el estudio de Matthews además saca a la palestra cómo los nacionales tuvieron éxito en el reciclaje de reclutas enemigos entre la población de desertores y prisioneros de guerra, para convertirlos mediante una particular «reeducación» en soldados nacionales de nuevo cuño: «Miles de antiguos soldados republicanos se vistieron con el uniforme nacional y lucharon de forma tan eficaz como lo habían hecho antes para el Gobierno republicano –una hazaña que no podrían haber realizado solo por miedo a las represalias, ya que en ese caso muchos de ellos habrían preferido desertar–. La habilidad de los nacionales para asegurarse la participación incluso de los combatientes recalcitrantes les dio una importante ventaja sobre las fuerzas gubernamentales, y es uno de los factores que explica su victoria. Además, a medida que el Ejército nacional ganaba terreno, la perspectiva de la victoria rebelde y la necesidad de adaptarse a esta realidad hicieron el sistema cada vez más irresistible. La disciplina de los nacionales fue en consecuencia más eficaz, y les permitió retener más reclutas en sus filas que sus rivales republicanos» (pp. 323-324). 

En definitiva, estamos ante un valioso estudio sobre los aspectos organizativos de los ejércitos en pugna durante la Guerra Civil, y ante un libro que rompe tópicos y clichés que explotan los clichés ideológicos de los voluntarios de ambas fuerzas militares, de ambas Españas en liza. La manera en que la tercera España, menos apegada a las consignas políticas, fue reclutada a la fuerza nos aporta valiosas conclusiones sobre el desarrollo de la guerra y sobre algunos aspectos que explican la victoria de una España sobre la otra.

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