18 de enero de 2014

Crítica de cine: El Lobo de Wall Street, de Martin Scorsese

En un momento de esta película, Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) atiende a una periodista de la revista Forbes, que escribe un reportaje sobre su fulgurante carrera en Wall Street. Cuando se publica la revista, se enfada porque la periodista le define como un "moderno Robin Hood que roba a los pobres para quedárselo él". Su mujer le dice, para consolarlo, que toda publicidad es buena para el negocio, aunque sea negativa en el mensaje. La ira momentánea de Belfort es curiosa en quien, apenas unos minutos antes, escenificaba ante sus empleados cómo desplumar a los clientes de la firma de brokers que ha fundado y que se basa en el estilo más depurado del pelotazo fácil, de venderle la luna a los posibles inversores (y por luna nos referimos a acciones de empresas que son pura birria), embolsarse beneficios del 50% como comisión y considerar a ese inversor prácticamente como un panoli al que hasta resulta lícito reírsele en su cara. Ese es el Jordan Belfort que se nos muestra en la película: un tipo que vive por y para el dinero, que se ha convertido en un drogadicto (y en un adicto al sexo), que es cualquier cosa menos un emprendedor honesto y que vive la vida no a sorbos, sino a carretadas. Las críticas de algunos miembros de la Academia hollywoodiense acerca de que El lobo de Wall Street llega incluso a enaltecer a un personaje de la calaña de Belfort resultan, ante el orgiástico espectáculo de tres horas que contemplas a ratos boquiabierto y en otras ocasiones descoyuntándote la mandíbula por las carcajadas, curiosas. Y poco fundamentadas. No, Leonardo DiCaprio en el papel, Martin Scorsese tras la cámara y Terence Winter como guionista (los tres pilares de esta película), no pretenden enaltecer a este Gordon Gekko salido de madre.

Money, money, money...
La mención al protagonista de Wall Street de Oliver Stone (1987) quizá no sea baladí. Tampoco el hecho de que la película, tras un prólogo en el que se ve al Belfort en lo más alto de su carrera, comienza precisamente en 1987, con un joven broker que llega a La Meca de los negocios bursátiles (como Charlie Sheen en la película de Stone) a comerse el mundo. Su inicio no puede parecer más prometedor, sobre todo cuando consigue captar la atención del broker Mark Hanna (un Matthew McConaughey que en apenas 10 minutos se come literalmente la pantalla con un derroche de carisma interpretativo), que le cuenta el secreto del éxito en su trabajo: drogas y sexo a raudales. El Jordan Belfort de esos minutos es tímido, ambicioso pero prudente. Poco tardará, cuando la Bolsa se hunda en el Lunes negro de ese mismo año, a reinventarse como agente bursátil... y ahí comienza realmente la película. Una cinta al más puro estilo Martin Scorsese, constante evocación de dos de sus películas icónicas: Uno de los nuestros (1990) y Casino (1995). A partir del libro autobiográfico de Belfort (publicado por Deusto hace unas semanas), que por cierto aparece al final de la película, Terence Winter escribe un guión que saca partido del estilo desenfadado del autor, quien cuenta sus experiencias; en la película, de hecho, Befort le cuenta su historia al espectador, rompiendo en ocasiones la cuarta pared, en la senda de personajes de ficción como los Francis Urquhart y Frank Underwood de las dos versiones de House of Cards, y lo hace cuando está en lo mejor de su plenitud (curiosamente, no le vemos "hablando" con el espectador cuando toca fondo). Winter, bregado en Boardwalk Empire como guionista (otro "producto" de Scorsese, productor ejecutivo de la serie). Scorsese coge ese guión, y a ese personaje, y lo traslada a su universo, a ese que tan reconocible es para el espectador cinéfilo: no son gánsteres o mafiosos en esta ocasión, pero sin duda Belfort y su caterva de secuaces son auténticos delincuentes; no es Las Vegas como escenario, sino Nueva York (aunque la ciudad aparece poquísimo); es el mundo de matones con traje de Armani, de tipos nada sutiles (el encuentro de Belfort en su yate con los agentes del FBI que le investigan es buena muestra de ello), desenfrenados (la sucesión de secuencias orgiásticas, y nunca mejor dicho, metáfora nada velada del exceso por el exceso)... todo eso es puro Martin Scorsese, que a sus 71 años tiene el brío y la velocidad del de hace dos décadas.

¡Desparrameeeeeeee!
Volvemos con Scorsese y su estilo, su manera de narrar una de esas historias de auge, plenitud y caída que tan bien se le dan, y al que echábamos un poco de menos. La historia se narra con una velocidad tal que las tres horas de metraje pasan en un suspiro. El guión de Winter nos deja diálogos ágiles y descacharrantes (la conversación acerca de los enanos, por ejemplo), las arengas de Belfort a sus empleados van más allá de la literatura motivacional, los personajes están tratados con mucho detalle (Jonah Hill como Donnie Azoff, especialmente, y qué decir de Rob Reiner, "Mad Max", el padre de Belfort). Y la cámara se mueve con bravura: las fiestas de Belfort (esa secuencia de la banda en ropa interior, previo paso de las prostitutas, en las oficinas de Belfort), el juego de espejos entre lo que Belfort recuerda y lo que realmente fue (el vuelo a Ginebra, la vuelta a casa en coche desde el club de campo), el raudo collage de momentos de euforia... Todo funciona a la perfección, palabra e imagen. Y nos quedarán secuencias para el recuerdo, especialmente la de la parálisis cerebral de Belfort en el club de campo tras una ingestión masiva de estupefacientes caducados. Impresionante secuencia de humor negro y patetismo... de esas en las que la carcajada constante se une a tus pensamientos estilo "me estoy descojonando vivo y el tipo casi se muere". Y es que Leonardo DiCaprio llena la pantalla interpretando a Belfort, de principio a fin. Nunca le hemos visto tan expansivo, tan ido de olla, tan patético e incluso tan excesivo. Todo es excesivo, parece como si Scorsese buscara la saturación de excesos para conseguir plasmar lo que fueron esos años en manos de tipos como estos... pero consigue hacerlo de manera que no acabes saturado. Y recordando, subrepticiamente, que estos tipos eran mindundis que para las grandes firmas de Wall Street no eran más que payasos con éxito. Firmas tradicionales como Lehman Brothers, Merrill Lynch y otras... que son las que causaron el pánico y la crisis de 2008. Ahí Scorsese está fino: muestra y disecciona a estos gánsteres bursátiles de medio pelo, pero deja la semilla de la reflexión en el espectador (si en los 90 estos impresentables hicieron lo que hicieron, mangoneando en un mundo sin normas, qué no habrán hecho los que iban de "profesionales"...).

Película excesiva, sin duda. Pero un exceso que le sienta bien, que no agota ni aburre. Porque esta película es cualquier cosa menos aburrida. Es un brillante ejercicio de cine por parte de un grande llamado Martin Scorsese e interpretado por una serie de actores estupendos y liderados por un excepcional Leonardo DiCaprio. Le diría a este último que deje de pensar en el Oscar, que no se obsesione con ganarlo: papeles como el suyo quedarán para siempre, por encima de los premios. Y eso no tiene precio.

PS: espectacular banda sonora (canciones), muy bien hilvanada con la trama... como suele tenernos habituados Scorsese. Pero lo cierto es que estás tan metido en la historia que la música de fondo ni la percibes... posiblemente porque no paras de reírte.

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