12 de enero de 2014

Crítica de cine: La ladrona de libros, de Brian Percival

En Alejandro Magno de Oliver Stone (2004) hay un par de secuencias en las que, en el palacio del viejo Tolomeo en Alejandría, hay un mapa-mosaico colgado en la pared en el que los nombres de lugares, ríos o ciudades aparecen en un momento determinado en latíon y en otro en inglés. Lo lógico habría sido que aparecieran en griego, en koiné para hacerlo más "común", de modo que fuera consecuente con el período que se estaba mostrando. Obviamente, es una licencia que el espectador moderno agradece y que no considera que es una errata (que lo es, de todos modos). Ver la película en versión original nos trasladaba, a pesar del idioma inglés que hablan los personajes, a una historia que mantenía atento al espectador (pelucones rubios de Colin Farrell al margen, entre otras lindezas). La magia del cine era tal que, gustándote o no el resultado de la película, te interesaba lo que veías en la gran (y pequeña pantalla). Esa magia no se rompía. No sucede lo mismo con La ladrona de libros, adaptación cinematográfica de un best-seller literario (que no he leído y tampoco estoy interesado en ello). Si bien las primeras imágenes de la película, con ese escenario nevado, una voz en off te va seduciendo con el principio de una historia, para llevarte la cámara al interior de un vagón de tren, donde se desata una tragedia, una vez los personajes comienzan a hablar... la magia desaparece. Te ves fuera de la película. Una decisión que no acabo de comprender me ha sacado de la película. Ya no he podido volver a engancharme en las algo más de dos horas restantes...

Quizá nunca haya deseado ver una película doblada como en esta ocasión. Me habría ahorrado disgustos. Pues escuchar a los personajes hablando inglés con acento alemán, decir frases hechas, palabras determinadas, cantar en alemán... para luego saltar al inglés en la lectura de libros, en los diálogos más cotidianos (trufados de esas expresiones alemanas), me ha sacado de la película por completo. Habría tenido más "lógica" que: a) la película fuera rodada en alemán con actores alemanes y captando con realismo la sociedad alemana; o b) no te complicas la vida, los actores hablan en inglés, escriben en inglés, leen en inglés, y nos hacen creer que estamos en Alemania, entre 1938 y 1945, en una sociedad fuertemente controlada por los nazis, en la que los comunistas y los judíos son perseguidos, la gente vive plenamente convencida (o no) de las bondades del régimen nazi y una niña, una refugiada que encuentra acomodo en un maduro matrimonio, se deja llevar por la magia de las palabras y el encanto de la lectura para sobrevivir en un mundo que se encamina hacia la guerra. Pero no, en vez de ser "coherentes", los productores, guionista y director de esta película han optado por la opción a. Con los riesgos que ello conlleva. Y seguramente si hubiera visto esta película doblada al castellano no me habría importado tanto.

A partir de ahí ya he visto la película con creciente incomodidad, agudizada por una trama superficial, con notables y numerosas incongruencias: ¿por qué sale la bandera austríaca con la esvástica nazi colgada en las calles de esa ciudad si se supone que están en Alemania? ¿Por qué Max, el joven judío, no huye desde Stuttgart al otro lado de la frontera cuando se desata la Kristallnacht? ¿Por qué Liesl, la joven protagonista, no crece en esos siete años en los que dura la acción de esta cinta, del mismo modo que el niño Rudy? ¿Por qué este último es tan imprudente, formando parte además de las juventudes nazis (uniforme negro de las SS incluido o participando en actividades de la organización 'Fuerza a través de la Alegría'? ¿Por qué en ese pueblo nos sospecha nadie lo que ocultan los Huberman? ¿Y por qué tiene que ser, ya en el año 1942, cuando se produzca la expulsión de los judíos, luciendo la estrella amarilla, cuando la lógica del período es que tendrían que haber desaparecido bastante antes, voluntariamente o por la fuerza? Llega un momento dado que las incongruencias son tantas (Max casi se muere de enfermedad en el sótano de la casa de los Hubermann sin que apenas estos parezcan preocuparse por mejorar su bienestar, y en cambio Rudy se tira al río en pleno invierno y no le pasa absolutamente nada) que te resulta imposible creerte lo que te están contando. Quizá es que soy puntilloso, pero lo cierto es que un guión lleno de agujeros (el episodio de la esposa del burgomaestre y su biblioteca, el maniqueo niño Franz Deutscher o todo lo relacionado con Max), unas actitudes impropias con la época (Liesl durante prácticamente todo el metraje), un exceso de casualidades y una trama más bien plana... la película fracasa, en mi opinión. Con lo bien que había empezado en ese prólogo... hasta que abren la boca los personajes. Además, el exceso sentimentalismo (que va más allá de la ñoñez) y la obsesiva necesidad por ser grandilocuentes, como si los productores reclamaran ya una nominación a los Oscars (le pasa lo mismo que a El mayordomo), pasa factura a una película prefabricada y que no esconde su voluntad facilona de impactar... porque sí.

Película más que decepcionante (en mi caso)... Por cierto, ¿tanto costaba subtitular también los vocablos en alemán? Porque los personajes se van soltando perlas y te quedas igual.

1 comentario:

fran dijo...

me mola tu comentario sobre la ladrona de libros, un "puntillosismo" bien argumentao