2 de junio de 2014

Crítica de cine: Viva la libertà, de Roberto Andò

Viva la libertà es una película que parece tópica. El punto de partida es incluso manido: la figura de dos personas iguales pero diferentes, ya sean hermanos gemelos como en este caso, o individuos que no se conocen de nada y que casualmente comparten la misma fisonomía, y que ya hemos visto en películas como Dave, presidente por un día o Espérame en el cielo. Incluso tiene reminiscencias literarias, como en El príncipe y el mendigo de Mark Twain, y más si pensamos en la figura del Doppelgänger, del doble, del doctor Jekyll y el señor Hyde y que en cierto modo sobrevuela esta película. Lo interesante es darle la vuelta de tuerca a la suplantación de un personaje por otro con una lectura en clave política, que a priori parece también un retrato de la política italiana (trascendiendo la geografía y erigiéndose en un reflejo del desencanto social respecto a los políticos que vivimos hoy en día), para añadirle el elemento discerniente: el político de turno, en el que nadie confía, desaparece para regresar con la actitud vital de un filósofo; y un filósofo que para más señas sufre un trastorno bipolar y acaba de salir de un manicomio. No me negarán que la reflexión de fondo es más que interesante...

Enrico Oliveri (Toni Servillo) es el secretario general del principal partido de la oposición en Italia, pero los sondeos vaticinan un batacazo en las elecciones generales. Oliveri ha perdido la confianza de la ciudadanía y de la ejecutiva de su propio partido (por motivos netamente diferentes), y la depresión le acecha. Una noche, tras un acto electoral, decide desaparecer ("a ver qué hacen sin mí", piensa, en referencia a sus correligionarios, que ya engrasaban la guillotina) y durante unos días cunde el desconcierto; mientras, él se refugia en el hogar de una antigua amiga (¿y algo más?), Danielle (Valeria Tedeschi bruni) en París. A uno de sus asesores, Andrea Bottini (Valerio Mastandrea), se le ocurre la idea de acudir al hermano de Enrico, Giovanni Ernani (Servillo), en busca de pistas para saber dónde se oculta el político. Y sin que apenas se dé cuenta surge la idea de sustituir a un hermano por el otro; pero al mismo tiempo es la sustitución del político caído por alguien que físicamente es igual, pero cuyas primeras palabras en público ya suponen un giro copernicano. Apelando a un lenguaje que puede parecer naïf e incluso fuera de época, Giovanni/nuevo Enrico se presenta ahora como un soplo de aire fresco, con unos eslóganes totalmente diferentes y "nuevos", aunque sea recordando a Bertolt Brecht. Ciudadanos y políticos pasan del desconcierto a la magia en un proceso que en ocasiones resulta bastante difícil de creer; quizá sea que el desencanto nos impide creer en los milagros y en la credibilidad del político, figura actualmente denostada y amortizada.

Pero es interesante cómo se percibe un retrato de la política actual italiana, en la que el político clásico está en decadencia, surgen los populismos (y el nuevo Enrico tiene forma de populista... aunque con fondo elaborado) y la ciudadanía ejerce el voto más como castigo que como muestra de confianza. Que sea un loco quien hable con claridad y elocuencia, con fondo y trasfondo, apelando directamente al individuo y diciéndole que en sus manos está el poder, tiene su miga. Quizá a la película, en su apenas hora y media de metraje, le falte algo más de desarrollo y de mordiente. Quizá la postura desencantada del espectador en la butaca sea una barrera difícil de superar. Quizá estemos ante una cinta interesante y que deja poso, pero también con la sensación de que pudo ser y se quedó en un estadio medio. Pero Viva la libertà es un filme que no cae en saco roto, que oportunamente nos recuerda que la política es cosa de locos y maquiavelos, pero que en última instancia la responsabilidad queda en el individuo. O quizá acabemos como Enrico/Giovanni, tarareando la obertura de La forza del destino de Verdi...

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