9 de junio de 2014

Crítica de cine: X-Men: días del futuro pasado, de Bryan Singer

Con X-Men: la batalla final (2006) el universo de estos personajes de cómic parecía finiquitado: muertos el profesor Xavier, Jean Grey y Scott, con la cura para la mutación como una alternativa que, voluntaria (Pícara) o involuntariamente (Mística, Magneto aparentemente...) y con un nuevo escenario de plena y por fin pacífica convivencia entre humanos y mutantes, las tramas parecían acabadas. Luego vinieron las precuelas con Lobezno y, en 2011, el reboot de la saga con X-Men: primera generación, que era volver a los personajes en sus orígenes. Para entonces, las viejas caras habían sido sustituidas por nuevos rostros en los personajes ya conocidos: Michael Fassbender como el joven Erik Lehnsheer/futuro Magneto, James McAvoy como Charles Xavier, Jennifer Lawrence como Raven/Mística (estableciéndose una relación muy cercana entre los tres personajes), Nicholas Hoult como Hank McCoy... Quedaba por conocer los personajes del futuro, pues nos trasladábamos al pasado, a 1962 y la crisis de los misiles de Cuba. Con un malvado Sebastian Shaw (Kevin Bacon) como elemento que daba alas a los mutantes del pasado, y que tenía mucho que ver con Erik, la película de Mattew Vaughn nos deparó un interesante reinicio, algo alejado de la esencia que planteara Bryan Singer con las dos películas seminales de 2000 y 2002. Doble pasado para una misma serie: los mutantes de Singer que recordábamos como algo que ha había sucedido, y el salto atrás en el tiempo con algunos de esos personajes cuatro décadas atrás. El único personaje que faltaba para llenar el vacío entre ambos períodos/mundos era Lobezno (Hugh Jackman), que tenía un momento hilarante en la película de Vaughn. Ahora que Singer vuelve a sentarse en la silla de director (en la película de 2006 fue productor ejecutivo, controlando los hilos desde lejos), y tras la espantá de 2006, es precisamente Lobezno el elemento central de la nueva pelíciula, X-Men: días del futuro pasado.

No soy comiquero, pero leo por ahí que esta película adapta (muy libremente) un cómic, Días del futuro pasado, publicado a principios de los años 80. El planteamiento inicial traslada la acción a un futuro distópico: humanos y mutantes han sido barridos de la faz de la Tierra por unos robots llamados Centinelas, que son capaces de distinguir el gen mutante y aniquilar a estos; la especie humana, por su parte, también ha sido aniquilada por ser portadora del gen. El futuro es asolador, con ciudades destruidas, un cielo oscuro y unas máquinas como armas decisorias de quien vive y muere. Y todo provino del pasado, de cuando un científico, Bolivar Trask (Peter Dinklage) desarrolló la tecnología necesaria, en 1973, para actuar contra unos mutantes que por entonces apenas eran conocidos (incidente de Cuba de la película anterior aparte). Mística acabó con él pero fue capturada y se le extrajo el ADN con el que investigar en el proyecto de Trask, dando un paso de gigante que llevaría a la aniquilación de humanos y mutantes en el futuro. Con unos escasos mutantes (Xavier, Magneto, Tormenta, Lobezno, Kitty, Bobby y algunos más) resistiendo en un refugio en China y los Centinelas aproximándose para el exterminio final, se plantea la posibilidad de viajar al pasado mediante la mente, y Lobezno es elegido para "viajar" a 1973, advertir a los mutantes del pasado, detener a Mística e imposibilitar que Trask desarrolle el programa de los Centinelas. Y dicho y hecho... 

La película juega con las dimensiones temporales: pasado, presente y futuro. Pasado, en 1973 y los acuerdos de paz de París que conllevaron el final de la intervención estadounidense en Vietnam (si en la anterior película el contexto era 1962 y la crisis de los misiles, ahora nos centramos en otro momento esencial para Estados Unidos... y con los mutantes en el meollo). Presente, que se diversifica, al ser el momento en el que la acción tiene lugar (1973) y el futuro que ha de llegar (distópico). Y futuro, consecuencia lógica de los acontecimientos sucedidos en el pasado/presente. Para el espectador es todo en uno, para los personajes una cosa u otra; para Lobezno es la ubicuidad temporal. Es interesante este juego cronológico pues la película diversifica los escenarios y plantea la trama como si fueran dos pantallas, pasando de una a otra, con dinamismo y sin perder fuelle en sus algo más de dos horas (y tiene mérito). La trama tiene tres momentos fuertes: la fuga de Magneto del Pentágono (¿por qué?, se preguntará el espectador), con un Quicksilver/Evan Peters que aporta un punto de humor, la firma de los acuerdos de paz en París y la escena esencial en Washington, en el tercio final, que "sucede" al mismo tiempo que en el futuro se decide el destino de los mutantes. Pero no hay valles entre esas tres escenas, sino que la trama llena los huecos con respuestas para las preguntas que el espectador se hace desde el principio: ¿por qué aparece Xavier en el futuro si se supone que murió en el pasado (X-Men: la batalla final)? ¿Por qué su versión de 1973 puede caminar si en X-Men: primera generación había quedado impedido por culpa de Erik? ¿Por qué el propio Erik está encarcelado? ¿Qué ha pasado con los mutantes en el intervalo de la película anterior? ¿Quién mató a Kennedy, por cierto? 



Es inevitable pensar en algunas secuencias de Watchmen (2009) de Zack Snyder durante la película, del mismo modo que Bryan Singer parece recuperar alguna escena de su fallido Superman Returns (2006), como en el momento en el que Magneto levanta el estadio de béisbol que después servirá para "rodear" y encerrar la Casa Blanca (y que evoca la secuencia del avión que está a punto de estrellarse en otro estadio de béisbol en la película del superhéroe en mallas). Es harto interesante pensar en esa imagen del doble exterminio mutante (en el pasado y en el futuro) y en la reaparición de personajes del anterior universo mutante de Singer (el general Willam Stryker, joven oficial en 1973). Lobezno asiste como testimonio, como hombre que todo lo ve/ha visto, y como actor fundamental de los acontecimientos en los que participa. Desde su óptica personal, el universo de la saga, con sus películas y precuelas, tiene un sentido y una forma de ser, de modo que todo concuerda. Al final, la película se erige en ¿voluntario? reset y en particular damnatio memoriae de lo que el espectador ha visto y conoce. Y deparará alguna que otra sorpresa para el espectador en la secuencia final...

Adictiva y bien planteada nueva mirada al universo de los X-Men, de la que Singer y su equipo ya preparan continuación, X-Men: Apocalipsis, para 2016...

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