26 de septiembre de 2014

Crítica de cine: La isla mínima, de Alberto Rodríguez

Es inevitable pensar en la serie televisiva True Detective cuando ya han pasado unos quince minutos de metraje y estás cómodamente sentado en la butaca de la sala del cine y absorbido por una atractiva trama. Y sí, son muchas las coincidencias argumentales: dos policías, muy diferentes entre sí, que investigan la desaparición de dos adolescentes, pronto convertida en asesinato; un paraje de marismas e islas que llegan hasta más allá del horizonte; un mundo de miseria y agricultura de subsistencia, acompañada de contrabando de tabaco y droga entre cosecha y cosecha, y en el que el tiempo parece haberse detenido; y, por último, una atmósfera opresiva en el que el crimen forma parte del ecosistema local, pegajoso, asfixiante y con muchas caras. Pero las coincidencias son eso, meras coincidencias, pues el guión de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos llevaba en un cajón desde hace un tiempo y la serie de HBO se estrenó cuando prácticamente se había terminado el rodaje de La isla mínima. Lo que está claro, sin embargo, es que con su sexta película Alberto Rodríguez firma su mejor cinta y se consolida como un director de género, el del crimen en la gran pantalla, con el que se siente cómodo. Y nosotros, como espectadores, también.

7 vírgenes (2005) nos acercó a la marginalidad, After (2009) a unos personajes en crisis en sus treinta años y Grupo 7 (2012) a una trama policial que se movía con soltura. Con esta última, además, Rodríguez se acercaba a una época reciente de la historia española: mediados de los años 80, la Sevilla que inicia los trabajos de construcción de la Expo 92 y el período candente del Gobierno socialista de Felipe González. Con La isla mínima viajamos ahora a 1980, a la época convulsa de una Transición democrática española en la que "lo viejo" no se acaba de ir y "lo nuevo" no se decide a llegar para quedarse, y en la que no todo fue de color de rosa ni como nos lo contaron. Una época que simbolizan los dos protagonistas de esta película, esos policías tan diferentes el uno del otro y obligados por necesidad a trabajar juntos: Juan (excelente Javier Gutiérrez en un papel que huele y sabe a premios) es un ex agente de la Brigada Política Social franquista y oculta mucho detrás de su menuda estatura, aunque no puede esconder mucha ira y violencia; por su parte, Pedro (el siempre eficaz Raúl Arévalo) es un policía "moderno" que ha tenido sus rifirrafes con la autoridad y que espera que España cambie ya y definitivamente. Ambos recuerdan a los personajes que trazaron Matthew McConaughey y Woody Harrelson, pero al mismo tiempo muy diferentes. Muchos silencios entre ellos, mucha más realidad y adaptación a un medio hostil. Pues el medio, esas marismas del Guadalquivir, esos pueblos perdidos que viven del arroz y el contrabando y en el que la Guardia Civil es al mismo tiempo una protección y una amenaza, es también deudor de la época en el que transcurre la trama: la tensión social por las huelgas que nutrieron la Transición, la pobreza endémica de unos lugares en los que el trabajo es estacional y precario.

La trama detectivesca está muy bien hilvanada, con tres casos criminales a la vez, en presente y pasado. La tensión se mantiene en todo momento, los personajes son muy sólidos y el espectador enseguida se los cree, ya sea la pareja de policías, esos padres desgarrados y en los que la agresividad del padre (y los maltratos que se perciben con sólo rascar un poco) o la fortaleza de la madre huelen a verismo, así como ese inquietante muchacho que se lleva a las chicas en moto (otra vez Jesús Castro de El Niño), el improvisado confidente de los policías y cazador furtivo, o el fotógrafo de El Caso, que sabe mucho, trapichea lo que puede y trata de ganarse la vida con el morbo mediático alrededor de un caso de sucesos de provincias. Y junto a ellos la fotografía de Álex Catalán (esos planos cenitales) o las imágenes fractales que acompañan los títulos de crédito iniciales y que nos muestran unas marismas con vida y luz propia.

El resultado es una magnífica película de género criminal, con un guión al que no le sobra ni le falta prácticamente nada y unos actores que transmiten mucho. "Todo en orden, ¿no?", dirá uno de los dos policías al final, mientras el otro se queda en la duda de mirar hacia adelante o seguir recordando el pasado. Un pasado que no se acaba de ir en un presente que no termina de decidirse a ser.

No os la perdáis...

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