9 de marzo de 2015

Crítica de cine: Maps to the Stars, de David Cronenberg


Que David Cronenberg siempre ha ido por libre no es novedad. Quizá lo sea que su última película se haya rodado y transcurra su trama en ese Hollywood que tanto ha despreciado (y sigue despreciando), del que siempre se ha mantenido alejado y que habitualmente suele darle la espalda, a nivel de industria cinematográfica (no tanto de actores). El director canadiense no se casa con nadie, hace lo que quiere, suele realizar coproducciones canadienses-europeas, mantiene una cierta coherencia (en cuanto a estilo, aunque con matices) y se permite el lujo de rodar cómo y cuándo quiere. No siempre está acertado (Cosmópolis, su anterior película, es un fiasco y una de sus películas más incomprensibles). Queda algo lejos el director de un cine impactante, en el que el horror era elástico y la viscosidad de la sangre que manaban sus cintas variaba en cuanto a densidad. Quizá por ello el espectador que se acerque a una sala de cine a ver Maps to the Stars puede llegar a pensar que este no es el Cronenberg al que estamos acostumbrados (¿cuál de ellos, por cierto?), que ha dejado su coherencia en un cajón y se ha ido a rodar a Hollywood (aunque sea para realizar una escabrosa sátira de ese mundillo cinematográfico) o que incluso se haya pasado a un cine impersonal, fatuo o, lo peor de todo, vacío de contenido. Y quizá sea esa una primera impresión tras visionar esta película: que no es Cronenberg quien está detrás de la cámara, sino alguien desconocido que parece querer ponerse en la piel de Bret Easton Ellis (a ratos tenía la sensación de "ver" novelas como Menos que cero o, sobre todo, Glamourama). Pero, a medida que avanza el metraje, encontramos esos elementos habituales en la filmografía del director canadiense (la violencia, la sangre, un cierto nihilismo ambiental y argumental, el desamparo, la posmodernidad llevada al límite). Sea como fuere, Maps to the Stars es una película que merece ser tenida en cuenta y reflexionada. Si ello es posible.

Admito que tentado estuve de abandonar la película tras una media hora de metraje que me dejaba malas sensaciones. La trama, con todo, tiene su qué: la llegada a Los Angeles de Agatha (Mia Wasikowska), una chica que oculta la mayor parte de las cicatrices de su cuerpo, quemado en un accidente doméstico años atrás. Su presencia en la Ciudad de las Estrellas afectará la existencia de una serie de personajes con los que se relaciona: Havana Segrand (Julianne Moore), un actriz madura que trata de superar un trauma familiar relacionado con su madre... al tiempo que pugna por un papel en el que, irónicamente, interpreta a su madre, una actriz muerta décadas atrás; Benjie Weiss (Evan Bird), un actor adolescente que la petó con un taquillazo en cartelera y que acaba de rehabilitarse de su adicción a las drogas; Stafford Weiss (John Cusack), su padre, un gurú de la autoayuda (y todo un vendehumos de tomo y lomo), que se preocupa más de la promoción de los libros que vende que de los problemas de su problemático hijo; y Christina (Olivia Williams), la madre de Benjie y su agente, traumatizada por un accidente del pasado y que oculta algo de su relación con Stafford; y Jerome Fontana (Robert Pattinson), chófer de limusinas, actor en formación y guionista en ciernes, y con quien Agatha congenia pronto. La llegada de Agatha, no en balde relacionada con la familia desestructurada de los Weiss, se asemeja a un virus que se inocula en la vida, aparentemente tranquila del resto de personajes (todo lo tranquila que puede ser la vida de actores de Hollywood, escritores de medio pelo, chóferes, agentes, productores de cine, estrellas adolescentes...). Que la película tenga una estructura coral, en cuanto a un rol más o menos parecido de todos los personajes mencionados, recuerda a películas de Robert Altman; que Cronenberg no se corte en un pelo a la hora de mostrar alguna secuencia de sexo o que el guion de Bruce Wagner ponga en boca de los personajes diálogos escabrosos e incluso desagradables, puede epatar pero también tiene sentido con esa sátira teñida de drama que en esencia es la película. Quizá un espectador más acostumbrado a películas como Una historia de violencia o Promesas del este se sienta algo estafado (¿es el mismo director?), pero si recordamos Cosmópolis... película que se despeñaba hacia la nadería y cuya senda en ocasiones da esta otra señales de seguir.


Bruce Wagner (el personaje de Robert Pattinson es claramente un alter ego suyo) escribió una crónica autobiográfica en la que radiografiaba las miserias del Hollywood de hace un par de décadas, y es la materia básica de este filme. Quizá sea eso lo que haya interesado a Cronenberg y le haya impulsado para rodar por primera vez en la Meca del Cine... poniéndolo a caldo. La película navega entre esa mirada vitriólica, descarnada (cruel incluso) de las miserias de los diversos personajes de la cinta (la chica desequilibrada, los padres que explotan la carrera de su hijo, la actriz veterana que roza el esperpento, los actores novatos dispuestos a todo por triunfar o aquellos otros que se han hecho famosos por básicamente no hacer nada); puede llegar a aburrir esa imagen estereotipada de las estrellas hollywoodienses (con o sin talento) abonadas al abuso de drogas, con una vida sexual desenfrenada y una vacuidad interior de la altura de un campanario (que Benjie parezca estar al borde del precipicio en todo ello resulta casi tan escandalizable como verosímil); también hay momentos en que la trama deriva en lo previsible (Benjie y la relación con otro niño prodigio, el momento pistola, la seducción del chófer por parte de Havana, el tramo final). Hay ocasiones en que no sabes si te seduce la trama o te asquea, y quizá lo peor de la cinta es que ni Wagner ni Cronenberg parezcan no preocuparse lo más mínimo por lo que pueda sentir el espectador (pero, tras El lobo de Wall Street, ¿estamos para escandalizarnos en cuanto a desenfreno sin límites?). La sátira está bien, así como la ausencia de asideros morales o incluso de escapatorias (de esperanza incluso) puede tener un cierto sentido. El problema de la película, sin embargo, es que tras terminarla no deja más poso que un sabor acre y metálico en la garganta y un nulo interés por (querer) volver a verla. Incluso la idea de cine dentro del cine, que recientemente hemos visto en Birdman, o de aproximarnos a las miserias de los actores y del mundillo de la farándula cinematográfica, puede al final desvanecerse como un azucarillo en un vaso de agua hirviendo... de modo que también acabas escaldado (o quemado, en este caso) como el personaje de Agatha.


En definitiva, estamos ante una película que no es para todo el mundo (ni para todos los públicos) y que deja la semilla de la desconfianza en cuanto a la carrera reciente de David Cronenberg... lo cual sí que sería una decepción si sus futuras películas siguen la senda del nihilismo sin sentido.

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