23 de mayo de 2016

Reseña de Cómo manejar a tus esclavos, de Marco Sidonio Falco y Jerry Toner

Marco Sidonio Falco es un personaje de ficción muy peculiar… y casi real. En esta creación suya, Jerry Toner reúne diversos modelos de propietarios de esclavos y al mismo tiempo huye de una imagen sesgada sobre el significado de la esclavitud, una institución social y económica inherente al mundo antiguo (y de la que, lamentablemente, sobreviven algunos vestigios en este «moderno» mundo nuestro). La esclavitud no fue privativa de griegos y romanos, como sabemos bien, y perduró cuando ambas civilizaciones decayeron y dieron paso a otras en las que quizá ya no fue económicamente tan viable (el paso de la esclavitud al colonato como fuerza de trabajo en el campo en la Antigüedad Tardía); pero tenemos una imagen de la esclavitud, en ocasiones tendenciosa, que deriva de la época romana. Quizá porque el ámbito romano trató la esclavitud con una cierta perspectiva, porque la integró en la estructura social (el caso más evidente es la figura del esclavo manumitido, el liberto, que tuvo una presencia pública que fue mucho menos habitual en el mundo griego) y quizá también porque supo, de primera mano, acerca de los peligros que podía suponer una revuelta de esclavos. Revueltas como la de Espartaco (73-71 a.C.), que, no obstante el eco en el mundo antiguo, también han sido exageradas en cuanto a su alcance. Sea como fuere, sabemos mucho de los esclavos en Roma a través de diversas menciones en la literatura y de la epigrafía. Y gracias a esos datos cuesta poco imaginarse a un personaje tan «real» como Falco (y que me venga siempre a la cabeza «otro» Falco…). 

Jerry Toner.
En Cómo manejar a tus esclavos (La esfera de los libros, 2016), Jerry Toner –de quien tenemos en castellano su excelente libro Sesenta millones de romanos. La cultura del pueblo en la antigua Roma (Crítica, 2012)– se vale de la figura de un rico ciudadano romano, latifundista y, cómo no, dueño de numerosos esclavos, para trazar un retrato desenfadado, ameno y magníficamente documentado de una institución tan importante en la economía antigua como fue la esclavitud. No sabemos cuántos esclavos pudo haber en el Imperio romano, pero sin ellos la economía se hubiera hundido y la sociedad resentida. Y no tanto porque hubiera grandes propiedades agrarias (privadas e imperiales), minas o talleres artesanos que dependieran de la mano de obra esclava (que también), sino porque debía de ser poco habitual que un habitante medio del Imperio no tuviera un esclavo. Qué casa no habría tenido al menos un esclavo, probablemente adquirido en el mercado local; qué finca no tendría, además de jornaleros temporales, una cuadrilla de esclavos encargada de labrar la tierra, recoger la cosecha, talar madera, construir establos y graneros, pastorear el ganado o encargarse de manufacturar productos artesanos de uso local. Qué minas propiedad del Estado romano no serían explotadas, probablemente en condiciones muy duras, por esclavos condenados a tal labor, y qué taller, tienda o taberna urbana no tendría a uno o dos esclavos para ayudar en las labores. Y eso que adquirir un esclavo, cómo relata Falco (a partir de numerosos datos) no era precisamente barato, especialmente los esclavos más especializados. En época imperial, con un número más reducido de guerras exteriores que generaran miles de prisioneros que vender como esclavos y, de este modo, surtir los mercados locales, la manera más cómoda de garantizar un número de esclavos estables era criarlos en casa, nacidos de otros esclavos. 

Mosaico de Dougga, en la provincia de Africa (actual Túnez), fechado en
el siglo II y el que aparecen algunos esclavos acarreando ánforas de vino.
Toner, perdón, Falco, nos traslada a la esclavitud en la antigua Roma a través de este particular «manual» para manejarla y gestionarla, y sobre diversos aspectos que debes tener en cuenta, ciudadano, si quieres sacar el mayor partido a tus esclavos: dónde adquirirlos y cómo detectar que no te dan gato por liebre, cómo utilizarlos ya sea en tu villa en el campo o en la casa que posees en la ciudad (y hay notables diferencias al respecto), cómo cuidarlos y mantenerlos en un estado aceptable (pues a fin de cuentas son una propiedad más y, por tanto, hay que cuidarla si quieres que te salga rentable), cómo «educarlos» y castigarlos cuando sea necesario (no seas tampoco demasiado severo: sé listo y recuerda que por muy mal que se haya portado un esclavo puede seguir siéndote de mucha utilidad) y qué hacer para liberarlos si quieres recompensarlos tras una larga vida a tu servicio. Una vez libres, los libertos en Roma, a diferencia del ámbito griego, podían seguir vinculados a su antiguo amo (ahora patrón) como clientes y seguir sirviéndote lealmente, aunque ya no tendrás que preocuparte de alimentarlos ni protegerlos. Como clientes tuyos, además, pasarán a ser ciudadanos y unirse al cuerpo social romano. Roma podía ser muy brutal con los sometidos, pero también pragmática e integraba a quienes habían sido esclavos… o eran provinciales. 

El relato de Falco, complementado con unos pertinentes comentarios a cargo de Toner, ofrece una amplísima y rica en detalles (y matices) panorámica sobre la importancia de la esclavitud en el Imperio romano; nada se le escapa (de manera necesariamente inverosímil) a Falco, que tanto se fija en los consejos de un Catón como en la extravagante actitud de un liberto (también ficticio) como Trimalción. Observamos en Falco la mentalidad de un romano poseedor y explotador de esclavos, quien asume la idea aristotélica del esclavo como un instrumentum vocale – «un hombre que no es más que una herramienta con capacidad para hablar» (p. 18–, pero al mismo tiempo es lo suficientemente práctico para admitir que, por muy cosificados o «mobiliarios» que puedan ser los esclavos, no dejaban de ser personas, seres humanos con alma. Hay, por supuesto, una visión muy paternalista respecto al esclavo, que en ocasiones parece incluso una figura infantilizada y simple, pero con esta idea Toner recrea la imagen que muchos romanos poseedores de esclavos podían tener, especialmente en las clases más privilegiadas (un Catón, un Séneca, un Cicerón incluso). Y es lógico: cuidar, mantener y hasta cierto punto «respetar» a los esclavos era algo habitual si uno quería sacar el máximo partido de ellos. El fantasma de las revueltas de esclavos en Sicilia o el «coco» de Espartaco como recuerdo de lo que no debe volver a suceder estaría también muy presente en la mentalidad de los romanos de la época… sin que por ello haya que sobredimensionar unas revueltas localizadas y que se debieron a otros factores además del meramente esclavista. 

"Aquí yace Eros, el cocinero de Posidipo, un esclavo". Estela funeraria.
Nos queda, pues, un valioso y entretenido compendio que nos sirve para valorar la esclavitud en el mundo romano, cuál fue su impacto en la economía y la sociedad, y llegar a algunas conclusiones en cuanto a su significado, alcance y consecuencias. El estilo ameno empleado para tratar una cuestión que puede ser compleja como es el estudio de la esclavitud está entre los méritos de un libro que además está espléndidamente traducido –quitando alguna frase a revisar, por el anacronismo que supone dicha por un «romano», como «los esclavos necesitan combustible para trabajar con eficiencia» (p. 57). Un libro que nos cuenta cómo se manejaban los esclavos en la antigua Roma y qué despierta el apetito por indagar tanto en las fuentes antiguas como en la bibliografía secundaria moderna. Y eso, amigos lectores, no tiene precio.

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