20 de enero de 2017

Crítica de cine: Figuras ocultas, de Theodore Melfi

En el programa espacial de la NASA, a finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta –«hemos decidido ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al igual que los otros», dijo John F. Kennedy en un discurso en la Rice University., en septiembre de 1962–, participaron muchas personas: ingenieros físicos, matemáticos, informáticos, militares, personal civil de empresas de todo tipo. Todos ellos trabajaron con ahínco durante años, sometidos a la presión para no «ser los segundos en una carrera de dos». El único rival era la Unión Soviética, la meta de la carrera no se circunscribía a la Guerra Fría pero no se entiende sin ella, el premio era colocar a un hombre, estadounidense o soviético, en el espacio, para después llegar a la luna y clavar en ella una bandera. Miles de millones de dólares se pusieron para sufragar un proyecto que hoy en día puede parecer un derroche –pero cuyas aplicaciones prácticas disfrutamos– de talento, esfuerzo y medios. La carrera espacial. Una carrera con nombres, muy conocidos, de Yuri Gagarin a Alan Shepard, de Valentina Tereshkova a John Glenn, del Sputnik al programa Apollo. Pero personas que no fueron conocidas ni recibieron los parabienes de una nación. Hubo mujeres que pusieron su esfuerzo al servicio de la causa. Hubo mujeres negras que dominaron las matemáticas, el lenguaje informático y lo que subyace en una ingeniería, y no recibieron premios ni menciones. Hubo «figuras ocultas», aunque lo más pertinente sería decir que hubo personas «invisibles» o «invisibilizadas» por el color de su piel. Y tres de ellas, Katherine G. Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson compartieron una historia de esas que sin duda merece una película para contarlas.

Figuras ocultas es una película de factura convencional, dejémoslo claro de entrada. Un convencionalismo en el estilo narrativo, en la combinación de géneros que van del drama a la épica espacial y con abundantes dosis de humor; un convencionalismo sobre un tema que ya empieza a estar trillado en las películas de los últimos años, que es el de la lucha de los derechos civiles por parte de la población negra en Estados Unidos en los años sesenta, pero que sigue siendo de candente y necesaria actualidad (y más en los tiempos actuales que corren); un convencionalismo incluso en la fórmula elegida, que evoca películas como Criadas y señoras, Apolo 13 y, por qué no, The Imitation Game, por citar tres películas sobre las que uno puede hacer paralelismos con esta otra cinta… y sin que sea una crítica, al contrario. De las tres películas parece que se “inspira” esta otra, cogiendo lo mejor de cada una y llevándola a su terreno. Pues ponerse a explicar una historia sobre cálculos matemáticos en un producto para todos los públicos no es fácil, y aquí se consigue. Emocionar, como se hacía en el filme de Tate Taylor con esa lucha constante de mujeres negras por superar el racismo institucionalizado de parte de un país que separaba a la población en cuanto a servicios, autobuses y centros de educación por el hecho de ser negro, hay que saber hacerlo bien sin que resulte tópico… o al menos que el tópico esté bien realizado. Y contar una historia sobre un lanzamiento (y sobre todo la reentrada) de un módulo espacial que mantenga la tensión aunque uno sepa que la cosa acabó bien, hay que hacerlo bien. Y en los tres empeños Figuras ocultas sale airosa, jugando bien las cartas de aquello que a priori puede ser un hándicap: el convencionalismo. 

Esta película tiene tres protagonistas, tres expertas matemáticas que, junto a otras trabajadoras negras, para la NASA estaban no ocultas, sino prácticamente escondidas en 1961-1962, que es cuando transcurre la historia que nos cuentan. Vaughan (Octavia Spencer, ya acostumbrada a este tipo de papeles) lucha porque le sean reconocidos los esfuerzos que hace como supervisora interina de un grupo de empleadas, calculadoras matemáticas, casi apartadas en una ala del complejo aeroespacial (con sus correspondientes «para personas de color»); lucha por ese reconocimiento, en cuanto a estatus, reconocimiento laboral y, cómo no, sueldo, al mismo tiempo que debe lidiar con la llegada de un superordenador de IBM que puede dejar a ese grupo de mujeres sin empleo. Y si no puedes vencer a tu enemigo (aparentemente…), únete a él, con lo que se convertirá en una experta en lenguaje (y funcionamiento) informático. Jackson (Janelle Monáe) aspira a ser ingeniera en un organismo como la NASA que no tiene mujeres informáticas y en un estado, el, de Virginia, que no permite a las mujeres negras asistir a universidades de prestigio. Su lucha es contra el establishment académico e incluso social, y también con ella misma y su entorno para superar actitudes sociales. Johnson (Taraji P. Henson, que le viene que ni pintado el papel, dejando a un lado a la Cookie Lyon de Empire), que acaba siendo la protagonista entre las protagonistas, es un genio matemático que debe superar obstáculos cotidianos (lo que cuesta algo tan sencillo como ir al cuarto de baño, el que debe usar, situado a un kilómetro de su mesa de trabajo), ser aceptada entre sus colegas de departamento y hacerse valer entre supervisores y jefes que o bien la ningunean o bien no le han prestado suficiente atención. Superar obstáculos es el leitmotiv de la película, tanto para estas tres mujeres como para una comunidad negra en aquellos apasionantes y también convulsos años en un país que levantaba la vista al cielo con ilusión y al mismo tiempo miraba hacia otro lado en cuanto al trato a la población negra a ras de suelo. Romper barreras, alcanzar cimas, hacerse ver cuando los demás no te ven y especialmente no te quieren ver, de eso va esta película, y lo hace jugando con elementos seguros y con fórmulas quizá reiterativas. 

Apretando esas teclas y quizá no saliendo del área de confort, esta película se ve y sale ganadora. Con tres actrices que están muy bien en su papel y con eficaces secundarios como Kevin Costner (cada vez mejor en este tipo de roles), que asume el papel del jefe de la Unidad de Trabajo Espacial de la Nasa, Jim Parsons, como el ingeniero jefe de dicha unidad (un personaje incómodo ante un estado de cosas que especialmente le incomodan), Kirsten Dunst como una dura jefa de personal o un cada vez más cotizado Mahershala Ali. La factura visual es espléndida, cómo no va a ser en una película sobre la NASA y las primeras misiones espaciales –otro aliciente: centrarse en los vuelos de Shepard y sobre todo Glenn, menos conocidos que el programa Apollo que llegaría a la Luna. La música es otro elemento a destacar, tanto en la selección de temas musicales de la época (y canciones expresamente escritas para la película por Pharrell Williams, como “Runnin’”), como por un score a cargo de un contenido Hans Zimmer, que en ocasiones evoca a James Horner. Todo funciona bien en la película, hay secuencias, situaciones y discursos que los guionistas saben que nos van a gustar, por la dignidad que muestran, y aunque la película supera las dos horas no se hace nada pesada: al contrario, es la mar de entretenida. Tanto como, reitero, convencional. Sí, lo es, ¿y qué? Ojalá hubiera más convencionalismos cinematográficos como este. 

En conclusión, una película hecha para inspirar y reivindicar, sobre todo la figura de tres mujeres –Katherine Johnson sigue vive, a sus 98 años– que a su manera hicieron historia y fueron protagonistas de una Historia, la del programa espacial, que echaron abajo muros y abrieron oportunidades para muchas otras mujeres en la NASA y son motivo de reconocimiento en la actualidad, en unos tiempos que se prevén difíciles; es curioso como la nostalgia por un pasado, y por los triunfos de una lucha, pueden teñirse de inquietud en estos tiempos que corremos ahora. Tiempos inciertos, en cierto modo lo contrario de aquellos tiempos que muestra esta película, aquellos de hace 55 años, en el que la esperanza y la ilusión eran quizá las armas necesarias para combatir contra instituciones, ambientes y sobre todo mentalidades. Alas... que dicen en English.

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