1 de mayo de 2017

Crítica de cine: Maravilloso Boccaccio, de Paolo y Vittorio Taviani

Como ya sucediera con su anterior (y espléndida) película, César debe morir (2012), Maravilloso Boccaccio de los veteranísimos hermanos Paolo y Vittorio Taviani llega con un cierto retraso a las salas españolas, pues fue estrenada en Italia en 2015; y es probable que la película, que presumiblemente se estrenará en pocas salas, pasará desapercibida en estos tiempos en el que lo que abunda es el cine de superhéroes, precuelas y secuelas, y comedias gamberras, que suelen ser los géneros en boga para el público que suele ir semanalmente a las salas de unos (también presumiblemente) multicines en un centro comercial: la gente joven. Por ello, películas de corte artesanal, de sello argumental más contemplativo, películas más “relajadas” (aburridas, se dirá), preciosistas en ocasiones, suelen pasar de puntillas por la cartelera y apenas duran un par de semanas antes de convertirse en veneno para la taquilla. Reconozcámoslo, el cine (en un porcentaje altísimo) está hecho para ganar dinero, vender palomitas y retroalimentarse constantemente con remakes y franquicias. Y, sin embargo, queda hueco para películas diferentes (antes no lo eran, lo “diferente” era lo que abunda hoy en día). Dejemos aquí, por tanto, la pataleta.

¿Una película inspirada libremente en el Decamerón de Boccaccio? Parece una rareza (sobre todo para quienes no hayan conocido el cine europeo de los años setenta y ochenta). Y de hecho lo es en el panorama cinematográfico actual. Pero es el empeño de dos directores que siempre trabajan juntos y que con sus 88 (Vittorio) y 86 años (Paolo) no renuncian a hacer un tipo de cine “de toda la vida”, con historias que no requieren de parafernalias visuales para atrapar al espectador. Y este es el caso de Maravilloso Boccaccio, que remite a los cuentos e historias de este escritor medieval italiano y que se ambientan en Florencia (la Toscana, de hecho) en 1348. La Peste Negra ha llegado a la ciudad del Arno y la gente huye de la ciudad, abandonando aterrorizada a familiares y amigos enfermos de la epidemia, a los que dejan atrás. Siete muchachas se reúnen en la iglesia de Santa María Novella y, acompañadas de tres mozos, se refugian en una villa a salvo de la pestilencia que se ha apoderado de sus hogares. 
En medio de la naturaleza, los diez jóvenes deciden que pasarán los días hasta que remita la peste contando relatos, a razón de uno por día. Son cuentos sobre el amor, la voluble Fortuna y la condición humana. A cambio, dejarán los placeres carnales a un lado, aunque ello suponga que los tres muchachos no puedan disfrutar del amor con tres de las muchachas de las que se han enamorado. Y así pasarán quince días hasta que la peste se haya desvanecido y puedan regresar a una Florencia vacía pero ya sana. Sin duda lo mejor de esta película esté en los primeros quince minutos, que muestran los estragos de la Peste Negra en una Florencia de calles vacías, con hombres enfermos que saltan de lo alto de las torres, familias que huyen y carromatos que recogen los cadáveres abandonados en las calles para ser enterrados en las afueras. La sensación de soledad sobrevuela en esos primeros minutos, acompañada de una música ciertamente peculiar que evoca, por la tensión implícita, ambientes de horror y el pavor desatado por la pestilencia (o, por qué no, a series ochenteras como La Piovra de la RAI; búsquese la música de Ennio Morricone para esta producción televisiva y compárese). 

Ante ese panorama de devastación, agudizado por la soledad de las calles de Florencia, el colorido de los vestidos de las siete muchachas atenúa el desamparo de unos personajes que, entre la frondosa naturaleza que rodea la villa en la que se refugian, disfrutarán de esa vida desbordante que se opone a la muerte en la ciudad. También resultan interesantes, divertidas en algunos casos, las historias que los jóvenes cuentan y que contienen una moraleja, en ocasiones implícita y otras veces dejadas al albur de quien las escucha (o en este caso, como espectadores, vemos). Lo bucólico se mezcla con lo “costumbrista”, con el amor (fugaz, imperecedero o imposible) como gran tema que nutre los cuentos, con lo irreverente en cuanto a la práctica religiosa (y es que nos situamos en el siglo XIV, la época del exilio del Papado en Aviñón y el temor al Fin del Mundo que la peste parece anunciar) y, también es obligado decirlo, con una cierta rutina expositiva.

Pues, inevitablemente, la sucesión de historias que intercalan el guion de esta película corre el riesgo de caer en la monotonía, aun manteniendo cierto interés para el espectador. Pero no, no se aburrirá este espectador si “entra” en el meollo de una película de forma y fondo sencillo, con una hermosa fotografía y un acompañamiento musical variado. Si se deja llevar por lo que dos cineastas tan artesanales en la filmación y con una personalidad tan marcada (muy italiana también en estilo y contenido) como son los hermanos Taviani, uno pasará un buen rato. Quizá el final, por demasiado abrupto, deje una sensación extraña, incómoda incluso. 

Pero al margen de eso, Maravilloso Boccaccio es una película que no está hecha para impactar (aunque inicialmente pueda hacerlo) ni sacudir al espectador más propenso a ritmos narrativos más acelerados como los actuales. No, no es el caso. Es una película, si el lector entra (y quiere hacerlo) en su mundo (ese microuniverso bajomedieval, con todo lo que conlleva en cuanto a actitudes sociales y mentalidades), que denota las inmensas ganas de vivir en medio de la tragedia y el desastre, por encima de convencionalismos y contra viento y marea. Vida y amor. No es poco para una serie de cuentos que Boccaccio escribiera hace casi setecientos años…

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