7 de noviembre de 2011

Crítica de El hombre tranquilo, de John Ford



Últimamente la echan bastante a menudo por televisión (la 2, por ejemplo).

Qué decir de nuevo sobre esta película: una visión idílica y romántica de una Irlanda que no es que no exista (en 1952), sino que está vista a través de los ojos de inmigrantes: el personaje de John Wayne, Sean Thornton, un irlandés que vuelve a casa, a Innisfree (una referencia a uno de los poemas de Yeats más conocidos), tras vivir durante gran parte de su vida en Pittsburgh, Estados Unidos. En Innisfree le echa el ojo a Mary Kate (Maureen O'Hara), cuyo hermano (Victor McLaglen) se opone a la boda.

Finalmente, ambos se casarán, aunque el problema de la dote lastrará las vidas de la pareja: para Mary Kate los muebles, el ajuar y sobre todo el dinero ahorrado y ganado es importante, mientras que Sean desprecia las costumbres y la tradición de su mujer. Un choque de culturas: entre la de los irlandeses tradicionales, machistas, sexistas, y las de aquellos inmigrantes, como Sean, que en Estados Unidos han vivido de otra manera su "irlandesidad". Porque el personaje de Sean no deja de ser la imagen, estereotipada y hasta romántica, que muchos irlandeses afincados en Estados Unidos (como John Ford) han forjado, idealizando la vida que tuvieron sus padres o ellos mismos en su juventud en las praderas verdes de Irlanda.

Y eso que la película se las trae en algunos aspectos, que nos remiten al juego entre realidad, ficción y plasmación de lo ficcionado en la realidad inventada. A destacar ese momento, cuando Sean "arrastra" a Mary Kate desde la estación de tren a la casa de Danaher, olvidando su papel de "hombre tranquilo", y seguido por una creciente multitud que, ahora sí, acepta a quien era un yanqui como definitivamente uno de los suyos (desde minuto 03:55); y dentro de esa larga escena, que remite a las tradiciones irlandesas más arraigadas o, mejor dicho, a esa reelaboración por parte de John Ford (otro yanqui que vuelve a casa) de esas mismas tradiciones, el momento en que una mujer le da a Sean la rama de un árbol para que azote, como ha de ser, a su esposa.

No es que la película, también muy de su época, reivindique que los hombres golpeen a sus esposas, sino que refleja unas tradiciones que, sobre el papel, se interpretan más que se imponen (los guiños sonrientes de Mary Kate a su hermano, para que la "ponga" en su lugar; el hecho de que ella se ofenda cuando su marido no duerme con ella ¡y no la golpea como debe hacerlo!, aunque sabiendo perfectamente que no lo hará, sino que se trata de una puesta en escena, de cara a la galería, de lo que se supone que el hombre debe hacer.
La mujer irlandesa no sólo está sometida al marido (o el hermano), sino que además es feliz siendo golpeada; y de hecho, Mary Kate desprecia a Sean en algún momento de la película porque no se comporta como un "auténtico irlandés".

La religión es un elemento importante. Las disputas, de hecho las puyas indirectas, entre los reverendo anglicano (Arthur Shields) y el sacerdote católico (Ward Bond) reflejan uno de los elementos importantes de la historia irlandesa: la Iglesia de Irlanda, anglicana e impuesta, enfrentada al catolicismo mayoritario de la población. De hecho, hay diferencias discrepantes entre ambos sacerdotes en la película, aunque finalmente el católico le eche un capote al anglicano...visto que éste último apenas tiene cuatro feligreses.

La música de Victor Young, la fotografía; la química entre John Wayne y Maureen O'Hara; el talentazo de actores como Barry Fitzgerald, Ward Bond y Victor McLaglen; la Irlanda reinventada para quienes (Ford) regresan a ella. Y esa larga pelea final... otra reminiscencia irlandesa cien por cien: darse de hostias, literalmente, al salir de misa los domingos.




Buen whisky, peleas y discusiones acerca de la religión son los elementos de fondo de esta película, todo ello desde un punto de vista cómplice, incluso amable y divertido. Olvidemos que se trata de Irlanda y de la religión: la sociedad patriarcal y tradicional de la Irlanda reconstruida por Ford se podría aplicar a otros países y otros regímenes totalitarios. En definitiva, y para no alargarme más, nos encontramos con una película romántica, amable, idealizada y que, no obstante, apunta no pocos detalles de Irlanda, su sociedad y su historia.

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