18 de febrero de 2012

Crítica de cine: Shame, de Steve McQueen

Cuerpos en movimiento, dejándose llevar por el frenesí sexual, contrayéndose, estirándose, llegando al clímax. En Shame, Steve McQueen (no, no es un nombre artístico, así se llama el director de esta película, que además no tiuene ningún parecido fisico con el protagonista de La gran evasión, ni siquiera comparten el mismo color de piel) se centra especialmente en el cuerpo humano mientras practica el sexo. No he visto Hunger (¿se estrenó en España?), su anterior película, y que tenía como trama principal la huelga de hambre de Bobby Sands, miembro del IRA, en la cárcel, y como tema de fondo un cuerpo en descomposición. Aquí es el sexo como leitmotiv, como elemento provocativo y provocador; la adicción al sexo como tema de fondo y que enmascara, en realidad, una carencia emocional grave por parte de un hierático Brandon Sullivan (Michael Fassbender), aparente ejecutivo de éxito. Y unos planos epiteliales como técnica cinematográfica (¿se me va la pinza comentando la película?).

Vayamos por partes, pues. Brandon es adicto al sexo, lo suyo va más allá de la mera promiscuidad, de un apetito sexual difícil de satisfacer. Prostitutas, masturbaciones en la ducha (como Lester Burham en una ya mítica secuencia de American Beauty: "el mejor momento del día, después todo va cuesta abajo, decía), sexo virtual, consumo compulsivo de cine porno, escapadas a los servicios en el trabajo para deshogarse... pura adicción al sexo (¿recordáis a Michael Douglas?). Y es capaz de sentir esa vergüenza social (shame) del título de la película. Pero, en realidad, su vida de aparente éxito está vacía: incapaz de mantener una relación estable (¿algo más que renuencia al compromiso?), "mi piso, mi trabajo" como resumen final de la existencia; una relación extraña con una hermana, Sissy (Carey Mulligan), también carente de cariño pero que lo busca indeciblemente (al menos, en eso es más valiente que Brandon). Pasamos por diversas pinceladas, McQueen más que contarnos una historia lineal (que lo es), nos muestra detalles que ayudan a describir a un hombre que está al límite. Una cena que dice más de lo que parece; escarceos visuales en el metro; voyeurismo; una brusca secuencia en un club gay que más bien descentra al espectador; mucho sexo, mucho rostro desencajado de Fassbender (y unas cuantas secuencias suyas desnudo y con toda naturalidad, sin imposturas). 

¿Me explico? ¿No, verdad? Pues esta película no es precisamente para ser explicada, ni siquiera sintetizada, sino para ser vista y sentida (no literalmente). Y reflexionada. Entonces el espectador se dejará llevar por Brandon y Sissy; o, mejor dicho, por unos fascinantes Fassbender (uno de los actores del 2011) y Mulligan (a destacar su interpretación de New York, New York). Se fijará en a imagen de una ciudad fría en la que el sexo se convierte en algo también frío. Escuchará piezas de Bach junto con un score que se mezcla bien con el tono de la película. Quizá le parezca que McQueen se regodea demasiado en algunas secuencias sexuales. Y empatizará con un personaje principal que va a la deriva. Y quizá le parezca que el final es coherente con una trama llena de grises. 

Interesantísima película, más por las reflexiones que aporta que por una trama de inicio, nudo y desenlace. Y especialmente por unos actores y unas imágenes que impactan. ¿Me ha gustado? Pues sí, la verdad es que sí. Y eso que no es una película cómoda, aunque lo suyo no es incomodar al espectador, precisamente.

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