20 de julio de 2012

Crítica de cine: El Caballero Oscuro: la leyenda renace, de Christopher Nolan

En un momento de El Caballero Oscuro, Joker (Heath Ledger) declamaba uno de esos monólogos que pasan a la memoria colectiva de la historia del cine y preguntaba: "Why so serious?" (¿por qué tan serio?). Unas pocas palabras, un cuchillo en la mano y la implícita amenaza de dibujar una siniestra sonrisa en la cara nos dejaba bien claro la psique de un personaje que convertía el caos en algo más que un ataque contra el orden establecido. Comentaba Jimmy Quidd (Jeremy Renner) en un episodio de la 4ª temporada de House, que su propósito en esta vida era el despropósito, y que la vida le importaba poco si no había drogas, algo de música, más drogas... El caos por el caos, el despropósito por el despropósito. Recordemos estas palabras por qué quizás nos vengan a la mente mientras visionamos The Dark Night Rises, tan sosamente traducida por estos lares como El Caballero Oscuro: la leyenda renace.

Han pasado ocho años desde el final de El Caballero Oscuro, cuando Batman/Bruce Wayne arrostró sobre sí la mancha de la infamia para salvar a toda una ciudad, Gotham . Ocho años en los que el hombre enmascarado desapareció, convirtiéndose cai en carne de mito, de leyenda. Bruce Wayne se ha retirado del mundo también, encerrado en su mansión, como si de un John Foster Kane más se tratase (qué pedante me ha quedado esto, ¿verdad?). Pero el crimen no ha hecho lo mismo en las calles de Gotham, a pesar de la Ley Dent (en homenaje al malogrado y casi elevado a los altares Harvey Dent, fiscal del distrito, ocultando su locura final), y Bane (Tom Hardy), un nuevo villano entrará en acción. Un hombre de las profundidades de la tierra que amenaza a Gotham con la destrucción, que culmina el plan del caos total iniciado pro Joker y que promete la destrucción completa, la aniquilación de Gotham, mediante una bomba nuclear. Y todo ello gracias, paradójicamente a Batman y a Bruce Wayne. 

Christopher Nolan cierra con esta película la saga sobre el torturado hombre enmascarado que iniciara (revitalizando la franquicia) con Batman Begins (2005) y continuara con El Caballero Oscuro (2008). Y esperábamos, ante estas dos magníficas (aunque también excesivas, especialmente la segunda) películas un final majestuoso, a la altura de unas expectativas que quizá colmen a muchos, pero que también decepcionará a otros tantos. Me debato entre ambas posturas. Primer punto en contra: un metraje dilatado, demasiado (dos horas y cuarenta minutos), que hastía, agota y en cierto modo cabrea. Se le podría haber quitado perfectamente cuarenta y cinco minutos a una película que comienza con una secuencia al más puro estilo James Bond, que ralentiza el ritmo para presentarnos a los villanos (Bane) y a quienes navegan entre el egoísmo y la pura redención (Catwoman, una sugerente Anne  Hathaway), mientras Bruce Wayne/Batman se debate, una vez más, entre el peso de sus traumas y fantasmas del pasado, y la presión de la responsabilidad autoimpuesta. Bruce Wayne, el magnate multimillonario que por encima de políticos, empresarios y policías encarna el alma torturada de Gotham City. Para llegar a ello, al planteamiento de una trama que se presenta paso a paso, Nolan dilata (o quizá dilapida) prácticamente una hora, hasta que el auténtico propósito (o despropósito) de Bane se muestre a la luz con toda se crudeza. A partir de aquí, un ritmo de montaña rusa, de irregulares altibajos que lastran una película que pone toda la carne en el asador pero no selecciona los mejores solomillos en mi opinión. 

Segundo punto en contra: Bane es mucho Bane, pero su pose (a falta de que el espectador pueda contemplar su rostro por completo), con las manos en las solapas de la chaqueta, su voz de ultratumba (imaginad a Darth Vader declamando los veinticuatro cuantos de la Ilíada con su voz metalizada; acabaríais hartos), su devaneo entre la anarquía pura y la venganza más cruda, acaban por cansar, si no al espectador medio, os aseguro que a mí sí. Dejemos de lado la sorpresa argumental que depara el personaje y centrémonos en esa historia de corte legendario sobre sus orígenes, el mito de su desfiguración física, el inframundo del que surge (recuperando la Liga de las Sombras liderada por Ra's al Ghul), ese Pozo de los Lamentos, de los Castigados, de los que deben subir a la luz (qué platónica imagen de la caverna de las ideas involuntaria...), y que el propio Bruce Wayne deberá experimentar en sus carnes. Pero, Bane, ¿a qué deporte juega?, te preguntas constantemente. Podría ser un punto a favor, como el caos de Joker, pero al final la cosa se desinfla y el personaje en sí pierde esa fortaleza que la trama parece haberle dado. 

Tercer punto en contra: Nolan es Nolan, tiene estilo propio, no sólo en la saga de Batman sino en apuestas anteriores como Memento (2000), Insomnia (2002) y especialmente Origen (Inception) (2010). La revisión de Batman era una apuesta muy personal, asumiendo el componente gótico del personaje y alejándolo de la mera parafernalia visual de Tim Burton o, peor aún, la indigestión de Joel Schumacher. Pero en esta tercera entrega de la saga me ha parecido, en muchas secuencias, que Nolan asumía la piel de un Michael Bay cualquiera, y eso no es buena señal. Bien por la parafernalia visual, la estética también se convierte en ética, pero no de cualquier modo. La persecución de Batman por prácticamente todo el cuerpo de policía de Gotham es netamente el estilo de Nolan. La batalla en una Gotham asediada por dentro y por fuera recuerda a Michael Bay. Y la referencialidad, la auto o la exorreferencialidad es más evidente en este caso (toma pedantería...). Para muestra, la carga de los policías contra el ejército de Bane en las calles de Gotham por unos segundos evocaba la batalla entre bandas de Gangs of New York de Martin Scoresese; el Pozo recordaba el pozo en el que cae el pequeño Bruce Wayne ("¿por qué nos caemos? Para aprender a levantarnos") y todo el proceso de aprendizaje, de lucha contra los propios miedos y contra el caos que nos acosa. 

Y, sin embargo, me ha gustado esta película, por las múltiples reflexiones que permite (¿es una película política? ¿Plantea el tema de la desigualdad social en las secuencias de persecución de los ricos de Gotham? ¿Es demagógica?), a pesar de la parafernalia de cacharrines batmánicos (que no deben faltar, desde luego, pero estaría bien que no se redujeran a simple atrezzo). Me ha gustado a pesar de su despropósito en cuanto a metraje, a una trama que trata de abarcar mucho, pero que nos lleva a la esencia del mito. Me ha gustado a pesar de la en esta ocasión cargante (y reiterativa) música de Hans Zimmer. Me ha gustado por, a pesar de lo dicho anteriormente, exultante presencia de un villano como Bane, majestuoso, llenando la pantalla, destrozando a un Batman en horas bajas. Me ha gustado por incidir en la lucha contra el Mal (el Caos) como una actitud vital, una responsabilidad que pesa como una losa, pero que no debe derivar en mera venganza canalizada por el odio y la rabia. Me ha gustado porque los personajes, prácticamente todos (quizá Alfred/Michael Caine se mantenga puro), tienen aristas divergentes, ni los villanos son simplemente malos atávicos (hay causa y efecto) ni los héroes (Batman/Wayne, Gordon, Fox, Catwoman) dejan de cruzar la Línea, esa Línea. 

Mi sensación al terminar la película era ambigua: hartazgo, agotamiento, cierto cabreo ante derivas de Nolan hacia un estilo que se aleja del suyo; pero también satisfacción porque Nolan convierte un guión y un imaginario en una reflexión sobre los límites del Poder. Quizá, y más allá del condicional, con desenfreno, exceso y en ocasiones brocha gorda. Pero que te permita reflexionar es lo mejor de todo; que una película de acción, de superhéroes, consiga eso, ya es mucho. Más adelante veremos si matizamos estas sensaciones o las confirmamos...

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