6 de agosto de 2012

Crítica de cine: Antes que el diablo sepa que has muerto

[17-VI-2008]

Hace ya 50 años largos del debú cinematográfico de Sidney Lumet con Doce hombres sin piedad, quizá su mejor película. Y ahora, con 83 añitos, Lumet, al que hace dos le entregaron un Oscar honorífico, lejos de quedarse en casa recordando viejas glorias, nos sorprende (y muy gratamente) con una nueva película, de entre lo más interesante de este 2008.

Antes que el diablo sepa que has muerto es una película que navega entre el cine negro, el drama familiar y lo mejor del cine de suspense. Todo empieza, tras una escena prólogo de cama entre Philip Seymour Hoffman y Marisa Tomei (qué bien se conserva esta mujer, y no sólo físicamente), con un robo. Un atraco que sale mal y del que, como en un puzzle, poco a poco vamos viendo cómo encajan las piezas. Y así descubrimos que dos hermanos, Andy (Hoffman) y Hank Hanson (Ethan Hawke), a cada cual peor en su vida personal, organizan un atraco de la joyería de sus padres, esperando ganar un dinero que necesitan como oro de mayo, sin que sus padres, una vez cobrado el seguro, se resientan. Pero algo sale mal, alguien muere y lo que parecía un trabajo fácil se convierte en el inicio de una espiral de catástrofes no esperadas. 

Con guión de la debutante Kelly Masterson, que consiguió seducir al octogenario con una historia que a priori no estaba entre lo que los estudios actuales consideran interesante, la trama de la película es incisiva, dura, dolorosa y llena de dramatismo. Andy tiene problemas en su trabajo, su matrimonio (con Gina/Marisa Tomei) no es lo que esperaba, la vida se le pone cuesta arriba, se refugia en la droga en momentos puntuales, sintiendo que las partes de sí mismo no necesariamente forman un todo (él) cuando se juntan. Por su parte, Hank es un desastre en lo personal: divorciado, acosado por las exigencias de su ex-mujer para pagarle la pensión alimenticia de su hija, una hija que sabe perfectamente que su padre le decepcionará. Y luego Charles Hanson (Albert Finney), el patriarca, cuya vida se detiene tras el atraco, incapaz de asumir las consecuencias; del mismo modo que ha sido incapaz de querer por igual a sus dos hijos.

Este cuarteto de actores lleva las riendas de una película que Lumet filma con detalle, con pulcra profesionalidad, con un bagaje que se nota en cada escena. Las escenas de Andy en el refugio donde acude a drogarse están llenas de una belleza y de un dramatismo como no suele verse a menudo en el cine estadounidense actual. La estructura narrativa, como las películas de Alejandro González Iñárritu, no es lineal, sino parcelada y troquelada, con flashbacks y forwards constantes. Y todo ello acompañado de la música envolvente de Carter Burwell, quinto elemento presente en esta película.

En definitiva, una película más que recomendable, en la que brillan unos actores en estado de gracia interpretando un guión donde no hay buenos ni malos. Sin duda, de lo mejorcito de este 2008.

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