16 de agosto de 2012

En torno a A dos metros bajo tierra (I)

«Six Feet Under se refiere no solo a ser enterrado como un cadáver, sino a aquellas emociones y sentimientos que se mueven bajo la superficie. Cuando uno se encuentra rodeado de muerte existe la necesidad de tener experiencias de una cierta intensidad que sirvan de contrapeso... una necesidad de escaparse. Es el caso de Nate siendo mujeriego, es el caso de Claire y su experimentación sexual, es Brenda y su compulsión sexual, es David y su homosexualidad, es Ruth teniendo varias relaciones: es la vida que trata de abrirse paso a través de todo ese sufrimiento, dolor y depresión para seguir adelante». (Alan Ball)

Aunque acaba resultando un ejercicio cansino para el espectador (será por variedad...), Paramount Channel suele repetir sus películas. Hace un par de días emitió, again, American Beauty (Sam Mendes, 1999). Grandísima película, no hay motivo para quejarse. Y de hecho me sirve de excusa para comentar cuartro cosillas de la serie que en gran parte bebe de esta película, pues no en balde es Alan Ball el guionista de la película y el creador de la ficción televisiva llamada A dos metros bajo tierra (Six Feet Under, HBO, 2000-2005). LA serie por antonomasia, por ahora y por siempre jamás. Y por muchas hipérboles que servidor quiera añadir. No sólo de esta serie vive el hombre que esto escribe (la ficción televisiva es amplísima), y es cierto que en un hipotético podio estaría la serie de Ball junto con Mad Men y El ala oeste de la Casa Blanca (sin distinguir puestos), pero es de esas pocas series que me apetece revisitar; y aunque su secuencia final (ojo, semi-spoiler) sea vista en innumerables ocasiones, no por ello dejan de manar las lágrimas con su rememoración. 

Es precisamente el final de American beauty (y no únicamente), la secuencia que consigue que me acuerde siempre de la serie de Alan Ball:


Todos conocéis Six Feet Under, o al menos os sonará siquiera vagamente (y si no, tenéis un problema), así pues no me dedicaré aquí a analizarla a fondo. La trama es importante y el elemento culebromaníaco inherente (y casi omnipresente en la 3ª temporada), a fin de cuentas es la historia de una familia, los Fisher, tras la muerte del patriarca (Richard Jenkins) en el piloto. Una familia que tiene un negocio, una empresa de pompas fúnebres; de hecho, la casa familiar, como suele ser habitual en negocios de este estilo en los USA, es también el lugar de trabajo, y ello afecta a los miembros de esta particular familia. El piloto (que ya tardáis en ver y luego en darle una oportunidad a la serie, pues puede desalentar a incautos) nos muestra el regreso a casa del hijo pródigo, Nate (Peter Krause), para la cena de Navidad. Pero la muerte (absurda) del padre de familia, Nathaniel,  obliga a Nate a quedarse un tiempo en la casa de la que se marchó hace media vida, huyendo del negocio familiar (y fracasando por su cuenta)... para ya no marcharse. David (Michael C. Hall), el hijo mediano, se encarga contra su voluntad de seguir los pasos del padre, aunque quería estudiar derecho; esconde su homosexualidad y la relación que mantiene con un policía local, Keith (Matthew St. Patrick). Claire (Lauren Ambrose) es la hermana pequeña, adolescente (con lo que ello conlleva). Pero no olvidemos a Ruth, la matriarca viuda (Frances Conroy; es un gustazo volver a ver a esta actriz en American Horror Story), el personaje que más sorprende en la primera temporada... y en toda la serie. Ya tenemos a los Fisher; añadamos a Rico Díaz (Freddy Rodríguez), el ayudante de Nathaniel padre y quien realiza el auténtico trabaja de reconstrucción y estilismo de los cadáveres.

Mencionaba antes la importancia del pìloto. En un capítulo que supera la hora, se nos muestra a los Fisher en estado puro, haciendo frente a la tragedia inesperada de la muerte del padre en Nochebuena. Nate, por su parte, ha conocido e intimado con Brenda (Rachel Griffiths), un personajq que ya desde el principio es para darle de comer aparte (sin menoscabo de su peculiarísima familia). Una de las frases de Nate en el piloto nos muestra el carácter de la serie como carta de presentación:
«Genial. Mi padre ha muerto, mi madre es una puta, mi hermano quiere matarme y mi hermana fuma crack».
Después de esto, el mundo. El negocio de las empresas de pompas fúnebres es visto en la serie con crudeza y sensibilidad a partes iguales. Recomiendo muy encarecidamente la lectura de Muerte a la americana (1963 [1998]) de Jessica Mitford, el libro sobre el entramado que rodea a este sector profesional, y del que la serie parece (y sin duda lo ha hecho) haber bebido. Ya en el piloto Nate no puede dejar de estallar ante el modo en que la muerte de su padre se convierte en una ceremonia que se le antoja fría y carente de emociones: 
 «¿Quienes son estas personas? ¿Estos directores de casas funerarias que contratamos para que enfrenten a la muerte por nosotros? ¿Cómo eso afecta sus vidas, el crecer en un hogar donde hay cadáveres en el sótano, el ser un niño e ir junto a tu padre que esta trabajando por un cuerpo abierto encima de una mesa?¿Como te afectaría eso a ti?». 
El piloto, además, muestra algunos breves anuncios de productos funerarios (basados en otros tantos reales); ese momento en el que Nate explota ante el usa del dispensador de tierra para el momento del entierro del ataúd es más que relevante. Jessica Mitford decía en su libro: «He aquí una sociedad donde el negocio de la pompa fúnebre se salió completamente de madre». Y aún así, los profesionales del sector fúnebre aplaudieron el modo en el que la serie refleja su día a día, su profesión, las dificultades de un trabajo complejo por las ramificaciones emocionales. 

Pero Six Feet Under no se limita al negocio familiar. Más allá de la cuestión profesional, la muerte está muy presente en sus cinco temporadas; como no recordar, en el episodio 11º de la primera temporada un diálogo de Brenda. la novia de Nate: 
«¿Sabes lo que encuentro muy interesante? Si pierdes a tu cónyuge, te llaman viuda o viudo. Si eres un niño y pierdes a tus padres, entonces eres huérfano. ¿Pero cuál es la palabra que describe a un padre que pierde a su hijo? Supongo que es demasiado jodida como para que tenga nombre». 
En el 11º de la quinta temporada, Nate vuelve a recordarle a Brenda el significado, no sólo de la vida, sino del propio hecho de estar vivo. Carpe die, diríamos. Hay una lucha constante entre vida y muerte, incluso en nuestras propias fantasías, y Nate descubre a su manera el sentido de todo ello. Del mismo modo que Nate también pudo conocer  (o al menos imaginarlo), en una habitación vacía, a ese padre ausente. Pero no sólo Nate, también David aprenderá a valorar lo que significa estar vivo, después de una experiencia traumática. 

Me voy a dejar innumerables cosas en el tintero, ya lo digo de entrada. De hecho, lo dejo aquí y mañana sigo...

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