29 de agosto de 2012

The Newsroom o Don Quijote en una redacción de informativos


Quizá viendo la intro de The Newsroom (HBO, 2012-), el (tele)spectador ya se haga una composición de lugar respecto esta serie. Y quizá en comparación con openings de otras series actuales, ésta resulte ser de factura muy clásica; pero precisamente a eso juega Aaron Sorkin (n.1961), presentando una serie que trata el periodismo desde dentro: la redacción de un informativo, News Night's, de la cadena ACN, en una planta de un rascacielos de Nueva York. La intro nos sugiere ese aroma a clásico, a profesionalidad, en las imágenes de tres grandes news anchorsEdward R. Murrow (recordad: "good night and good luck"), Walter Cronkite (anunciando el asesinato de Kennedy) y Chet Huntley, en una sucesión de imágenes que se superpone al trabajo delante y detrás de las cámaras, para luego pasar al elenco de actores. Sorkin muestra desde el principio las cartas: recuperar el legado de los grandes periodistas de la segunda mitad del siglo XX, de la Golden Age de la televisión. Y Will McAvoy (Jeff Daniels) es otro news anchor. O, desde el punto de vista interno de la serie, un moderno Don Quijote.

Con el capítulo piloto uno vuelve a hacerse otra composición de lugar; exactamente, con los primeros ocho minutos. Si alguien echaba de menos la pedagogía (política), aunque algunos dirán la manía de Aaron Sorkin por manipular políticamente a la gente, quedará encantado (o harto) con el piloto. Sorkin enseñó (o recordó) que es posible hacer pedagogía política con una serie de televisión como El ala oeste de la Casa Blanca... y ello no necesariamente significa hacer demagogia política. Y con esta nueva serie vuelve a demostrarlo. Quizá, y me tiro a la piscina (¿habrá agua?) esos minutos iniciales del piloto sean de lo mejorcito que se ha visto en ficción televisiva este último año... y quizá también sean muy efecticistas. Tras la contundente respuesta de Will a una estudiante en la Northwestern University, desaparece del plano mediático durante unos meses, para regresar, como fichaje estrella, de los informativos de la cadena ACN y gracias a los desvelos de su buen amigo Charlie Skinner (Sam Waterston), presidente de la división de informativos. Le imponen una productora ejecutiva, MacKenzie McHale (Emily Mortimer), que fue anteriormente pareja suya, y deberá lidiar con un equipo variado: Jim Harper (John Gallagher, Jr.), productor con una personalidad muy peculiar y muy marcada; Maggie Jordan (Alison Pill), productora asociada (en realidad, una redactora), impulsiva y que mantiene una relación cuanto menos tormentosa con Don Keefer (Thomas Sadoski), el productor de News Night's sustituido por MacKenzie y que ha trabajado anteriormente con Will; Neal Sampat (Dev Patel), redactor del blog de Will y chico-para-todo-relacionado-con-las-TIC en la redacción; y Sloan Sabith (Olivia Munn), economista con otro programa en parrilla y que poco a poco participa en el día a día del informativo de McAvoy. 

En una hora se presenta a Will, la redacción y el mundo periodístico, las trincheras en las que hay que luchar o refugiarse. Y de la teoría que se presenta en diálogos y situaciones, Sorkin constantemente (marca de la casa) pasa a la práctica: cada episodio, desde el primero con el incendio de una plataforma petrolífera en el Golfo de México, el vertido de petróleo y la consiguiente catástrofe ecológica en abril de 2010, se centra en una noticia real, en un período cronológico entre esa fecha y agosto de 2011. Así, en los restantes nueve episodios se conduce al (tele)spectador a noticias como las elecciones legislativas estadounidenses de noviembre de 2010 (los demócratas pierden la mayoría del Congreso), el atentado contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords, la caída de Hosni Mubarak en Egipto y la efervescencia de la primavera árabe en este país, la crisis de al central nuclear de Fukushima o la muerte de Osama bin Laden en Afganistán. Noticias periodísticas como materia prima, pues: en eso se centra la serie, o mejor dicho, en un constante y titánico duelo de voluntades (y de maneras de entender el periodismo) y, en consecuencia, de una puesta en práctica precisamente de esas maneras de entender el periodismo.

La serie tiene una factura clásica, decía antes, y se pueden entrever referencias (voluntarias o no) en ficciones televisivas como Lou Grant (CBS, 1977-1982) y en películas como Network (Sidney Lumet, 1976) o Buenas noches, y buena suerte (George Clooney, 2005). El oficio de periodista es primordial: contar una noticia, sí, pero previamente contrastarla, confirmar las fuentes, realizar entrevistas, traer invitados y dejar un sello personal. Will McAvoy no es meramente un presentador de informativos: emite juicios de valor (sin caer en la banalidad o el mero partidismo), critica, denuncia o reivindica aquello que considera que está bien o mal en un país llamado Estados Unidos de América y que un informativo diario presenta a los telespectadores (nota para el espectador patrio: ¿Iñaki Gabilondo?). Will McAvoy puede entonar un mea culpa en nombre de la profesión, cuando quizá nadie se lo ha pedido; puede conducir de modo brillante un improvisado telediario en torno a un suceso que se acaba de producir (el atentado contra la congresista Giffords) e impartir una lección práctica de auténtico periodismo colectivo ("es una persona; un médico certifica su muerte, no un telediario", proclamará Don Keefer); pero también Will se puede equivocar y convertirse en el matón que pretende denunciar.Y es que Will McAvoy es un hombre pasional, visceral, egocéntrico, complejo, a ratos odioso y subido siempre a su Rocinante particular (Charlie) y acompañado de un Sancho Panza femenino (llámese MacKenzie, que aún así ansía volver a ser Dulcínea) luchando contra molinos. Siempre contra molinos. A su manera, y de forma consciente y voluntaria, Will McAvoy es un moderno Don Quijote. Luchando contra el mal periodismo, denunciando las mentiras y manipulaciones del Tea Party (una de sus fijaciones por no decir obsesiones, la cual le puede costar el despido), reivindicando el papel de la buena política, recordando a los republicanos la traición a su propio electorado (y quién sino él, republicano declarado y desencantado) y el modo en el que pervierten el legado de los Padres Fundadores. Todo el mundo sabe que Aaron Sorkin es demócrata confeso y combativo; que su alter-ego en la serie (Will) se declare un republicano que no puede seguir apoyando a los republicanos es quizá una vuelta de tuerca respecto a El ala oeste de la Casa Blanca.

Rocinante, Sancho y Don Quijote...
Está claro que una serie de este cariz es imposible por nuestros lares. Al espectador medio español le falta educación política (en el sentido más pedagógico de la palabra) y, por otro lado, la clase política española está a años luz de la estadounidense. Y no es que los yanquis sean más listos, estén mejor preparados o hagan las cosas la mar de bien; pero también la concepción de la política, de conceptos como la libertad, el servicio público, la relación entre el congresista y su circunscripción (que mamoneos y cacicadas también las tienen por aquellos pagos, que conste), la importancia del individuo, del ciudadano... aquí ni los partidos, ni las cadenas de televisión (y mucho menos sus informativos), ni, a fin de cuentas, el ciudadano de a pie, se lo plantean, y menos aún en una serie televisiva; y eso que hemos tenido nuestra Transición, nuestros debates políticos de mayor o menor altura y nuestra Clave con José Luis Balbín. Y no será porque nos falten Quijotes (quizá vayamos muy  sobrados), pero sí falta esa audacia teñida de impulsividad y, por qué no, de locura, como la de don Alonso Quijano. Y Will McAvoy la refleja en cada episodio. Incluso en sus horas más bajas. Sin pretender caer bien (aunque inevitablemente lo consigue), sin exigir sentar cátedra (aunque lo hace, recordando cuáles son las claves del periodista). Y dejándose llevar por el romanticismo de la secuencia de una película en que unos jugadores de fútbol americano dejan sus camisetas en la mesa del entrenador o en las curiosas disquisiciones musico-filosóficas de Broadway (Camelot, por ejemplo, en el último episodio)

¿Nos sermonea Sorkin? Probablemente. Pero también nos obliga a reflexionar y a veces nos ilumina. El idealismo de la política desde la Casa Blanca se traslada ahora a una redacción de informativos, pero sigue prácticamente intacto. Es posible un mundo mejor, cada día se puede forjar o mejorar, nosotros somos responsables y beneficiarios de ello. La serie gustará a los seguidores de Sorkin, yo el primero: resulta fácil empatizar con los personajes, quedar seducidos por esos largos diálogos, esas conversaciones a varias bandas, ese toma y daca constante que lleva a algo más que una mera conclusión. Quizá los detractores de este autor de series televisivas (a día de hoy, sólo David Simon, Matthew Weiner y a su manera J.J. Abrams pueden colgarse esta etiqueta-que-es-mucho-más-que-una-pegatina-pegada-al-brazo) centren sus mordeduras en el elemento culebromaníaco presente en toda ficción seria. Y en esta serie está muy presente, pero de un modo natural: quizá a algunos les empachen los dimes y diretes del triángulo Jim-Maggie-Don o el histerismo (simplemente delicioso) de MacKenzie (es genial verla perder los papeles, aportando un toque de humor que recibes con los brazos abiertos); pero quizá no puedan negar que Sorkin hilvana con eficacia las transiciones entre las diversas tramas internas de la trama; quizá un personaje como Neal quede a priori colgado y catalogado como el geek de la oficina; quizá los ecos de la pasada (y en cierto modo muy presente) relación entre Will y MacKenzie invadan sin avisar lo que se supone que es el plato fuerte de la serie (el periodismo), pero quizá todo ello no sean más que modos de sazonar, condimentar y dar sabor a la ficción de Sorkin. Y qué decir de Sloan: Jim Harper atrapaba en los primeros episodios como secundario, pero desde mitad de temporada es Sloan, la encantadora inadaptada social, la que seduce al espectador con su personalidad.

Terminada esta primera temporada, a un (tele)spectador ya de por sí rendido a Sorkin le queda la sensación de haber visto una de las mejores series de este último año y el pesar de haberse quedado sin su dosis semanal de ficción televisiva. Con sus más y sus menos, desde luego. Pero con mucho más. Siempre mucho más que la media de series. Y también queriendo más. Con sermón, si hace falta, y, ¿sabe usted?, póngame dos tazas... que si no me gustan al menos las discutiré.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy totalmente atrapada por esta serie, en especial por el personaje Will McAvoy, estoy muy emocionada porque ya casi sale la tercera temporada.