9 de septiembre de 2012

Crítica de cine: El erizo, de Mona Achache

[16-XII-2009]

La elegancia del erizo de Muriel Barbery (Seix Barral) se ha convertido en uno de los libros revelación de este 2009. En Francia, como lo fue Juntos, nada más de Anna Gavalda hace unos pocos años, en una novela de éxito, que combinaba calidad literaria con personajes atractivos. La novela de Muriel Barbery también, con dos personajes, Renée Michel y Paloma Josée, que consiguen establecer con el lector la suficiente empatía como para engancharle en una lectura de haikús, sensaciones y un mundo casi mágico. Y ambas novelas han tenido su particular película.

La película, dirigida por la debutante Mona Achache, realiza una particular versión de la novela, inspirada más que metódicamente basada en ella. Renée (Josiane Balasko), la portera de un edificio de apartamentos aparentemente de alto standing, y Paloma (Garance Le Guillermic), la excéntrica niña hija de un ministro, son dos personajes que se encierran en sí mismos. Renée esconde bajo su arisca piel a una empedernida lectora, mientras que Paloma planea su suicidio para cuando cumpla los 12 años, alienada en su propia familia superficialmente autosatisfecha de los logros de su estatus social). Ambas apenas se conocen, pero la llegada de Kakuro Ozu (Togo Igawa), un nuevo vecino, las acercará. Además, Kakuro y Michel tienen en común su pasión por Tolstói y Ana Karenina

La película podría haber derivado en un sentimentalismo barato, pero afortunadamente la joven directora ha sabido jugar sus cartas. Hay emoción, hay un romanticismo aparentemente diluido en apenas unos gestos o unos objetos. Hay un cuento casi de hadas que se nos escurre entre los dedos de la cotidianeidad. Hay sentimientos, sí, pero no de quita y pon. Hay una ética soterrada entre peces rojos, dibujos en rotulador y un cuarto-escondite lleno de libros. Parece que la acción no existe en esta película, que las cosas suceden poco a poco, apenas de una manera imperceptible. Casi (volvemos a esta palabra) nos recuerda a Amélie, aunque aquí la vida no es tan colorista.

Quizá se le pueda criticar a la película el abrupto final, no por lo que significa en sí mismo, sino por el intento (in)consciente de sobresaltarnos cuando nos hemos dejado llevar por la historia de los protagonistas. Casi como si hubiéramos despertado de un sueño, la película nos devuelve a la realidad. Pero, ¡qué a gusto estábamos en el tramo final de la misma! La preciosa música de Gabriel Yared (El paciente inglés, El talento de Mr. Ripley) nos ha emocionado, los personajes nos han convencido, la trama nos ha agradado.

Una buena película, sí señor, una buena elección para una tarde fría de otoño.

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