3 de enero de 2013

Reseña de Akhenatón. El primer faraón monoteísta de la historia, de Dimitri Laboury

¿Qué sabemos realmente de un personaje como Amenhotep IV–Neferjeperura Uanre–Akhenatón? De hecho, como suele suceder con la cronología egipcia, hay enormes discrepancias incluso en las fechas de su reinado. Sabemos, según las fuentes epigráficas, que reinó diecisiete años, que fundó una ciudad en el Egipto Medio (Akhet-Atón, «El Horizonte de Atón»), a mayor gloria de Atón, la sublimación de Ra-Horakhty, el disco solar, la encarnación física de una deidad superior al resto de divinidades del panteón egipcio, cuyo sumo sacerdote fue el propio faraón y cuya omnipotencia apenas duró la mayor parte del reinado de Akhenatón y unos pocos años de su sucesor. (¿Smenkhara? ¿Tutankhamón?). A día de hoy, tras décadas de excavación en Tell el- Amarna, tras miles de páginas escritas, las incógnitas siguen rodeando la figura de este faraón que gobernó Egipto a mediados del siglo XIV a.C. y sobre el cual ha habido tantas interpretaciones como egiptólogos, historiadores y aficionados han escrito sobre él.
«¿Cómo diferenciar entre el Akhenatón precursor de Cristo de Arthur Weigall y James Henry Breasted; el humanista científico de W.M. F. Petrie; el déspota ilustrado de Adolf Herman; el faraón racionalista de Rudolf Abthes; “el buen dirigente amante de la humanidad” de Cyril Aldred; el excéntrico degenerado, iconoclasta y dictatorial de Donald B. Redford; el primer fundamentalista de la historia de Eric Hornung; el traumatizador reformador religioso de Jan Assmann; el filósofo presocrático de James P. Allen; el falso profeta de C. Nicholas Reeves; el adolescente impetuoso y descontento de Marc Gabolde o el amante de la realpolitik de John Darnell y Colleen Manassa?, por no mencionar sino algunos de los muchos retratos pintados por eminentes representantes de la comunidad egiptológica, garantes de la cientificidad de esa disciplina. ¿Y qué decir si añadiéramos el Akhenatón protoislámico, el de los afrocentristas, el de los padres del psicoanálisis, el de los teósofos, el de los simpatizantes del fascismo, el de los marxistas, el de los hippies, el de los raperos, el utilizado como figura señera por el movimiento homosexual e incluso el Akhenatón extraterrestre nacido de la pluma de Daniel Blair Stewart, que está teniendo un cierto éxito en Internet?» (p. 16).
Dimitri Laboury
Resulta cuanto menos complejo dilucidar qué hay tras el mito de Akhenatón y qué reflejan las evidencias arqueológicas. Precisamente por ello, ante la aparente imposibilidad de escribir una biografía al uso sobre este personaje, en Akhenatón. El primer faraón monoteísta de la historia (La Esfera de los Libros, 2012), Dimitri Laboury, egiptólogo especializado en el estudio del pensamiento y la historia cultural faraónicas a través del arte y la cultura material, abandona toda tentativa de elaborar un texto narrativo que pueda caer en lo novelesco, y se propone el objetivo de escribir una «biografía arqueológica», destinada a «describir los acontecimientos históricos tal cual han quedado registrados de forma material y, por lo tanto, resultan imposibles de obviar» (p. 17). La prioridad son las fuentes utilizadas en vez de la a menudo tópica necesidad de llegar a conclusiones apresuradas o indemostrables que suscitan a menudo más preguntas que respuestas: «esta calificación epistemológica de las interpretaciones, que intenta encontrar las certezas de lo que es probable, verosímil, posible, incierto, indemostrable, hipotético o seductor, permite evitar la tentación de negar la subjetividad inherente a todo recorrido historiográfico, pues incorpora esta subjetividad a la exposición misma de las deducciones realizadas a partir de los hechos arqueológicos» (ibidem). Por tanto, lectores que buscáis un relato sobre Akhenatón como personaje biografiable, quizá este no sea vuestro libro (a ese respecto, el libro de Nicholas Reeves, Akhenatón, el falso profeta de Egipto, Oberón, 2004, sea una apuesta más apropiada para vosotros); pero si buscáis un libro con una documentación arqueológica de primera línea, he aquí vuestro libro.

Pues Laboury ofrece un estudio que trasciende la propia figura de Akhenatón y realiza un vívido retrato de un período, de unos escenarios (Amarna, sobre todo), de la imposición de un culto religioso no del todo nuevo y de unas relaciones internacionales que afectaron en gran medida a los sucesores del faraón a menudo apodado herético. ¿Cómo ha sido el proceso de recuperación arqueológico del período amarniano? ¿De qué modo fue excavada la capital dedicada al Atón? ¿Fue Akhenatón el precursor del culto atoniano o ya hubo precedentes? ¿Es posible rastrear en las evidencias epigráficas, artísticas y escritas  (las Cartas de Amarna) los orígenes de Akhenatón, su familia, sus descendientes, sus colaboradores? ¿Llegó el culto amarniano a afectar a la población egipcia en general o solamente a los sectores sociales de la élite, y especialmente en la nueva capital? ¿Fue Akhenatón un rey pacifista al límite de caer en la desidia, de permitir que las conquistas de sus antecesores en el Levante asiático cayeran en manos de potencias rivales como Hatti o Mitanni?

Akhet-Atón, «el Horizonte de Atón»

Muchas preguntas, también muchas respuestas. Y siempre con la evidencia arqueológica en la mano. El trabajo de Laboury es exhaustivo, quizá demasiado para lectores no especializados; pero puedo asegurar que es apasionante. ¿En qué momento Akhenatón asumió su nuevo nombre, impone una nueva teocracia, un nuevo sistema ideológico para justificar su poder, señalado como el comienzo de una nueva era («¡Atón ha sido encontrado!»)? Por las evidencias arqueológicas, no sería hasta el año 5 de su reinado cuando, tras una primera experimentación de la doctrina atoniana en Karnak (la «Heliópolis del Sur»), tras proclamar la sublimación de Atón como deidad principal, única (superando la fase de «Ra-Horakhty que se regocija en el horizonte en su nombre de Shu que está en el Atón»), que el faraón toma la decisión de abandonar Tebas, el feudo de Amón («el oculto») para crear una nueva ciudad, en un lugar del Egipto Medio libre de cualquier ocupación anterior, un nuevo «Horizonte de Atón», dedicado a un dios que se encarna físicamente (el disco solar) y que ha escogido al faraón como su voz única y autorizada. La ideología de Atón se erige en un «producto puro de la nueva teología solar, en la medida en que todos los conceptos que sirven para definir su personalidad teológica en tanto que divinidad soberana y universal, fuente de toda forma de vida»; una divinidad predilecta del faraón, presentada a su vez como «alternativa» a Amón-Ra, el «dios tradicional de la realiza legítima desde hacía más de medio milenio» (p. 254). ¿Recuperación de una deidad poco conocida? Para Laboury, «la verdadera innovación de Akhenatón consiste esencialmente en su iniciativa de monopolizar en todos los planos a este dios supremo como su divinidad personal, inaccesible a los demás y, sobre todo, perfectamente amordazada. En definitiva, al instaurar un sistema teocrático –puesto que de esto se trata en definitiva–, el regio seguidor de Atón, más que fundar una nueva religión parece haber sido “el primero en encontrar un camino que conduce fuera de la religión, como dice Jan Assmann, puesto que el atonismo reduce la divinidad a una especie de principio de la naturaleza, con el cual resulta imposible comunicarse e interactuar, excepto en el caso del faraón» (p. 255). El sacerdocio de Amón-Ra no tuvo un equivalente en el culto atoniano: Akhenatón no lo necesitaba.  

Akhenatón, Nefertiti y dos de sus hijas
La construcción, colosal, de una nueva capital sería la máxima expresión de la preponderancia del proyecto ideológico de Akhenatón. El capítulo dedicado a esta cuestión es quizá de lo mejor del libro de Laboury. Un libro que nos lleva a entender cómo fue fundado el «Horizonte de Atón», sus dimensiones, los diversos edificios, la liturgia diaria de Akhenatón para realizar las ceremonias religiosas,… Conocer la ciudad, sus barrios, su ocupación desde el año 8 del reinado del faraón, las capas sociales que vivieron en ella y el gobierno de Akhenatón desde la nueva sede. Para entonces, Akhenatón ya se ha casado con Nefertiti, ha creado una familia entregada al culto de Atón, con seis hijas que «regocijan su corazón» y un heredero, bautizado en buena lógica como Tuthankatón, «La imagen viviente del Atón». Pero los últimos años del reinado de Akhenatón se ven ensombrecidos por las muertes que diezmaron la familia (quizá debidas a la peste que a mediados del siglo XIV a.C. se extendía por el Próximo Oriente y que afectarían también a la corte del rey hitita Shuppiluliuma). La doctrina atoniana se endureció, liberada de cualquier referencia al sistema teológico tradicional, al mismo tiempo que el contexto internacional mutaba: al derrumbamiento del aliado tradicional de Egipto (Mitanni), se añadió la presión de la potencia hitita, la efervescencia en la zona siria (donde Akhenatón trató de proteger los intereses egipcios, actuando como un Maquiavelo avant-la-lettre), aunque no pudiendo evitar una derrota ante la ciudad de Qadesh, bajo el área de influencia hitita. A la muerte de Akhenatón, ya viudo de Nefertiti, le sucedería su hija Meritatón (Smenkhara), que en lugar de realizar la corregencia del heredero, reconvertido ya en Tuthankamón, asumió el poder durante unos pocos años, buscando un marido entre los hititas: la famosa cuestión de Zannanza, el hijo de Shuppiluliuma, tradicionalmente vinculado a un matrimonio no consumado con la hija superviviente de la familia atoniana (Ankhes-en-Atón/Ankhes-en-Amón), viuda de Tutankhamón. Horemheb, sucesor de Ay (¿el padre de Nefertiti?), a su vez faraón tras Tutankhamón (¿su nieto?), se encargaría de iniciar la damnatio memoriae de la figura de Akhenatón; a la postre sería Ramsés II, medio siglo después, quien se encargaría de borrar el vestigio de los últimos monarcas de la XVIII Dinastía, engarzando la figura de sus ancestros (Ramsés I y Seti I) con Amenhotep III… imponiendo el silencio, la no existencia física, del período amarniano. La capital sería abandonada progresivamente ya en época de Tutankhamón, reaprovechados sus edificios para otros monumentos en Tebas, reocupada parcialmente en el medio milenio siguiente… hasta ser olvidada por todos y enterrada por la arena del desierto.

Como se puede constatar, pues, estamos ante un libro ambicioso, muy «arqueológico», soberbiamente ilustrado, espléndidamente traducido… simplemente apasionante, por emplear una sola palabra. Quizá el trabajo exhaustivo de Dimitri Laboury (que ha dejado para otro volumen un análisis de la imagen artística de Akhenatón, del arte amarniano en sí mismo) sea excesivo para lectores profanos en la materia. Pero estamos ante un libro que se va a convertir en una obra de referencia, si no lo es ya, sobre la figura de Akhenatón, sobre su proyecto ideológico y sobre una teología que quizá para algunos sea la primera religión monoteísta de la historia.

3 comentarios:

Clodoveo11 dijo...

Este libro me parece más interesante que el de Reeves, o por lo menos más apegado a la realidad.

A ver si lo pillo en inglés, porque en español los precios son prohibitivos. Como el de la Guerra de Crmea de Figes, a casi 40 en Edhasa y a 14 en inglés. Vergonzoso.

Bye

Oscar González dijo...

Lo bueno de esta edición es la traducción de José Miguel Parra, egiptólogo; y se nota, vamos si se nota: buenísima. Si no estás muy puesto en arqueología, te resultará más árido leerlo en francés (la edición original), y tampoco te vas a ahorrar gran cosa (precio similar, añade los gastos de envío).

Clodoveo11 dijo...

Vaya gaita: en Amazon está a unas 19 libras sin gastos de envío, pero en francés, lengua en la que no paso de commantalevú. Si fuera en inglés no me importaría el lenguaje técnico, desde luego.

Parra es una garantía de solvencia en todo lo que hace; de hecho, me parece más capacitado que muchos anglosajones de por ahí. Su libro de las momias y el de las pirámides son excelentes.

¡Bueno, y feliz 2013, ahora que parece que Blogger chuta!!!

Saludos