30 de junio de 2013

Crítica de cine: Después de mayo, de Olivier Assayas

Ajustar cuentas con el Mayo del 68 parecía ser la sensación hace cinco años en algunos medios de comunicacion, en aquellos que con la perspectiva que tramposamente les daba el paso del tiempo con quienes vivieron aquella época. En parte es lo que tienen las conmemoraciones y recuerdo con cierta perplejidad algunas críticas al legado del mayo francés de cuando entonces se cumplieron cuarenta años. Obviamente, lo que se pretendió en aquel año no caló ni creó tendencia en la población general. Pero tampoco hay que olvidar que para mucha gente entonces lo que sucedió en París, lo que sucedía en otros lugares del mundo (México, Estados Unidos con Vietnam, los Juegos Olímpicos del Black Power, Checoslovaquia...), fue vivido con entusiasmo, con esperanzas de que algo cambiaba. Los lemas de entonces ("prohibido prohibir"), los adoquines de las calles que eran utilizados como armas arrojadizos y con los que se elevaban barricadas, la efervescencia del momento, del ahora y el aquí, no pasó en balde. No sólo fueron jóvenes, fueron huelgas en fábricas y empresas, fue un clima que desbordó a las autoridades políticas. Y no acabó en ese año, aunque el ruido sí pareciera cesar. Del después de mayo quiere hablar en su última película un director comprometido como Olivier Assayas (Carlos). Y lo hace con un punto de vista que huye tanto de la idealización simplista como de una nostalgia que pueda enmascarar la crítica. Pero sin ajustar cuentas. 

Después de mayo nos lleva a un instituto cercano a París en 1971. A un viaje iniciático a Italia. A unos personajes jóvenes, apenas superada la adolescencia, que se dejan llevar por el eco de la revolución. Gilles (Clément Métayer) tiene 18 años, quiere ser pintor, vende fanzines políticos en la salida de clase, participa en manifestaciones y actos de protesta, acude a reuniones con compañeros y camaradas, no se muestra conforme con la línea política del grupo al que pertenece (anarquista), critica a los comunistas, desprecia a la burguesía (empezando por su padre), vive el amor y el sexo con libertad y franqueza, no exenta de inmadurez. Es un joven postsesentayochista que en realidad no sabe lo que quiere ni hacia dónde se dirige. Assayas lo erige en protagonista de su película (¿quizá en alter ego de sí mismo en su juventud?) pero no monopoliza en él la trama: Christine, camarada de grupo y con quien se relaciona tras dejarle su novia, y que siempre le echa en cara no saber lo que quiere o, más bien, hacer siempre lo que le da la gana; Jean-Pierre, el compañero de acciones nocturnas y que acaba pagando el pato; Leslie, la joven estadounidense que se enamora de su amigo Alain, también dibujante y también sin las ideas demasiado claras... todos ellos son personajes en constante movimiento, buscando la esencia de la revolución a su manera, su ritmo y sus consecuencias. Sobre ellos Assayas pone el peso de una trama que parece cosida a retazos, más que mostrada linealmente. Una trama que se pierde (conscientemente) en actitudes, detalles, fanzines, canciones, documentales, lecturas... que en muchos caso pueden parecernos banales, sin sentido hoy en día. Pero que, a poco que echemos atrás nuestros propios recuerdos, son naturales por lo verídico, lo vivido. Escuchando a Gilles y sus camaradas recordé mis tiempos de facultad, de conversaciones y charlas sobre la revolución, el marxismo; de códigos de vestimenta y chapas en la solapa; de compromisos cumplidos y otros abandonados. Mis mediados años noventa universitarios en muchos aspectos no diferían de aquellos primeros setenta. Por eso la película me parece tan verosímil en evocar actitudes, anhelos y recuerdos.

Assayas no trata de construir un ajustado retrato de la época... pero lo es. En la óptica de los personajes. En el modo de mostrar como unos dibujos, unos fanzines, unas pintadas en la pared, una acción nocturna que no sale del todo bien, formaban parte del momento revolucionario. Después de mayo. Después del 68. Los personajes nos pueden parecer coherentes, caprichosos, inmaduros, pero sienten y actúan como creen que deben hacerlo en aquellos meses, aquel año de 1971. Militancia política y descubrimiento personal: en y del amor, del mundo, del lugar que nos rodea, de los miedos del presente (ya pasado) y del futuro que no parece halagüeño. Con pulso firme, a veces nervioso, Assayas nos mete en medio de una manifestación, en una pintada nocturna, en un tren que va a Italia, en una fiesta que acaba con fuego, en mítines y reuniones. Nos traslada a momentos de contradicción constante, de crítica de la ortodoxia de partido y de sueños que se pretendía hacer realidad con la acción. Gilles parece ser tan inmaduro como el director pretende mostrarlo, y como desde fuera debía verse a esos grupos de jóvenes desharrapados que en vez de labrarse un futuro lo prefieren dilapidar en movimientos hacia ninguna parte. Y sin embargo Gilles y sus amigos/camaradas son tan reales, tan coherentes consigo mismos, como desde dentro puede dilucidarse.

Película que no es para todos los paladares, ni pretende serlo. En tiempos de estridencias visuales, el filme de Olivier Assayas parece anacrónico y fuera de toda perspectiva. Mirar hacia atrás sin ira... pero también sin vendas en los ojos. Esos fueron los "después de mayo", trata de decirnos. Esos fueron nuestros amores de juventud. Nuestros sueños. Nuestros fracasos.

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