Para el lector común Cecil Maurice Bowra (1898-1971) es el autor de La Atenas de Pericles (Alianza Editorial), un delicioso librito
sobre el período, la historia y la influencia en las artes del estratega
ateniense, Historia de la literatura griega (Fondo de Cultura
Económica), un breve ensayo de corte (altamente) divulgativo, e Introducción a la literatura griega (Gredos). Prácticamente no
se había traducido nada más de este eminente especialista en estudios clásicos
y poeta. Por tanto, que Gredos haya decidido publicar su Homero (1971) en su
Biblioteca de Estudios Clásicos es una excelente noticia para los aficionados a
la literatura griega clásica. La biografía de Bowra ya de por sí resulta
interesante (uno de los profesores de Oxford que aparecen en la novela Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh está
inspirado en él), pues nació en China mientras su padre era oficial de las
aduanas imperiales chinas, fue evacuado a Japón durante la rebelión Boxer; la
familia regresó a Inglaterra y él quedó al cuidado de una de sus abuelas
mientras sus padres volvían a China. Con su hermano inició a los trece años un
viaje por Europa, Rusia y China, e incluso conoció a lord Kitchener. De regreso
a Inglaterra, comenzó sus pinitos en la cultura clásica y consiguió una beca
para estudiar en Oxford. Volvió a viajar a Rusa y China pero al volver a Gran
Bretaña fue alistado por el ejército, participando en las campañas finales de
la Primera Guerra Mundial. El trauma de la guerra le marcaría de por vida y
le dejaría una pésima opinión sobre los militares. Cultivó la amistad de
escritores como Cyril Connolly, Anthony Powell, Cecil Day-Lewis (padre del
actor Daniel Day-Lewis) y Isaiah Berlin. Fue profesor de estudios clásicos en
Oxford durante muchos años, con estancias en Harvard y Newcastle, y autor de
numerosos libros y artículos –cabría destacar Heroic
Poetry (1952) o The Greek
Experience (1958). En el momento de su
muerte estaba escribiendo este Homero,
cuyo último capítulo, «Resumen y supervivencia» no llegó a terminar. Con todo,
como comenta Hugh Lloyd-Jones en la nota inicial del volumen, tras algunas pequeñas correcciones formales,
se publicaron los nueve capítulos de los que constaba el libro y que ahora el
lector en español puede disfrutar.
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Cecil Maurice Bowra |
De entrada conviene decirle al lector que esté interesado
en este libro de Bowra que es absolutamente imprescindible haber leído y
conocer los dos magnos poemas homéricos, la
Ilíada y la Odisea. Y no porque
el texto de Bowra resulte ininteligible para neófitos en la materia; al
contrario, como muchos de los autores anglosajones de la primera mitad del
siglo XX, Bowra imprime a su libro de una amenidad voraz que no está reñida con
un conocimiento prácticamente enciclopédico de los poemas homéricos, y
cualquier lector mínimamente conocedor de la cuestión troyana podrá disfrutar
de las páginas de este volumen. Como en El
mundo de Odiseo de Moses Finley (Fondo de Cultura económica), Bowra
presupone que el lector sabe de qué habla y sobre qué temas de fondo, pero a
diferencia de este texto, que sobrevuela las cuestiones filológicas de los
poemas de Homero para centrarse más bien en los escenarios que recoge el aedo
griego, Bowra entra de lleno en discusiones como la composición oral, siguiendo
el método comparativo con otros poemas épicos, como ya hiciera Milman Parry
(«el Darwin de los estudios homéricos») en los años treinta, e incidiendo en
las fórmulas o frases repetidas en la obra de Homero. Puede, por tanto,
resultar de lectura algo árida este primer capítulo, pero no desespere el
lector: lo que se cuenta, dentro de este método comparativo de la epopeya, le
sonará si, además del librito de Finley, leyó en su momento Troya y Homero: hacia la resolución de un enigma de
Joachim Latacz (Destino) o manuales más especializados sobre poesía heroica
griega, y en última instancia resulta básico para comprender la grandeza de los
poemas homéricos.
Quizá espere el lector más profano que se entre en
debates amplios acerca de si Homero fue el único autor de la Ilíada y la Odisea, si hubo diversos autores durante varias décadas o incluso
siglos, o si hubo interpolaciones y añadidos a los dos poemas con posterioridad.
Quizá incluso sobre la propia biografía de Homero. Brevemente, Bowra comenta
todo ello en un capítulo inicial, para después, ya con las manos en la masa,
tratar la composición oral de la poesía homérica, los obstáculos y dificultades
de composición, así como las contradicciones que los poemas, con mayor o menor
lógica, contienen. Resulta ineludible mencionar la construcción propia que
tienen los poemas de Homero, compuestos para ser recitados y no leídos, lo cual
necesariamente significa que se repitan las archiconocidas fórmulas, epítetos y
enumeración de pueblos, lugares y personas. Todo ello implicaba que el poeta
concebía sus cantos para la recitación y que a su vez existía un cierto grado
de improvisación; ello explicaría las repeticiones, las contradicciones o la
adaptación de los versos a estilos estereotipados a gusto del público que escuchaba
la recitación. Al mismo tiempo, es posible concebir algunos cantos en la Ilíada y la Odisea como obras cortas, algunas de ellas ya conocidas antes de
Homero, que se erigiría en recopilador al mismo tiempo que creador. Sobre
batallas, armas, economía, funerales o actitudes heroicas, Homero refleja el
estadio de la tradición, los diferentes estratos de costumbres y objetos que
dejan entrever un largo proceso de desarrollo, y que finalmente son recogidos
en los poemas. Tres períodos son los que contribuyeron a este proceso de
desarrollo: la civilización micénica, finalizada en torno al 1200 a.C., la
época de la guerra de Troya, y de la que provendrían algunas fórmulas verbales,
receptáculo de la edad heroica, así como de la cultura material del Bronce Final;
la llamada Edad Oscura, que finalizaría en torno al año 800 a.C., durante la
cual «el canto heroico, nacido de la época micénica, debió de desarrollar
plenamente su carácter como registro de
un pasado glorioso y de hombres y acontecimientos aureolados» (p. 73), y
durante el cual la poesía épica recogió elementos culturales que otorgaban a ese pasado heroico una pátina
de realidad; y, por último, el siglo VIII a.C., durante el cual se compusieron
los poemas, una época de enormes cambios, con la introducción del alfabeto
griego. «Los diversos estratos culturales en los poemas proceden de las
distintas épocas en las que la tradición llevó a cabo su obra de asimilación y
creación» (p. 74).
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La apoteosis de Homero, de Jean-Auguste Dominique Ingres (1827) |
Una vez conocemos estos elementos, Bowra entra de lleno
en los recursos compositivos de la obra de Homero: los personajes, su
configuración, su aureola de fantasía y realidad. Elementos estilísticos como
los símiles, metáforas ampliadas y simplificadas, que suelen ser breves y
marcados: escudos que son «como una torre», diosas que surgen del mar «como
neblina», Apolo que desciende «como la noche»; no proceden del pasado
legendario, y apenas beben del mito, sino que apuntan a la naturaleza y a los
seres humanos como lugares de origen, comprensibles para el público que escucha
al aedo. Símiles que destacan la fuerza y la furia de los guerreros, pero
también los sentimientos más comunes, como la piedad, como cuando Príamo entra
en la tienda de Aquiles para reclamar el cadáver de Héctor y, sin mediar
palabra se abraza a las rodillas de Aquiles y le besa la mano
[c]omo cuando una densa ofuscación apresa al hombre que mata
en la patria a una persona y llega a un pueblo extrañó
ante un hombre acaudalado, y el estupor invade a quienes lo ven
Il. XXIV 480-482
Los símiles, mucho más numerosos en la Ilíada que en la
Odisea, son necesarios para romper la monotonía, especialmente en las escenas
de combates y batalla, sirviendo además para marcar pausas o cambios en la
acción. Una acción que varía entre los diversos episodios de la Ilíada, lo cual fuerza al aedo a jugar
con una variedad de elementos compositivos. En la Ilíada, un poema unitario
aunque con una línea episódica, se construye con precisión los encuentros en
plena batalla, los duelos entre enemigos (Ayax y Héctor, Diomedes y Glauco,
Patroclo y Héctor, finalmente Aquiles y Héctor) y las conversaciones entre
personajes que no volverán a encontrarse; en la Odisea, en cambio, Homero juega con la alternancia: la ausencia de
Odiseo en los primeros cuatro cantos, relatando las andanzas de Telémaco y
preparando al lector para el retorno del héroe; el relato del propio Odiseo de
su historia a los feacios; y la segunda parte del poema (cantos XI-XXIV), que tienen
como línea de desarrollo el regreso de Odiseo, la matanza de los pretendientes
y el reconocimiento de Penélope. La técnica episódica en cada poema obliga al
aedo a no dejar nada abierto, aunque luego puedan producirse contradicciones,
de modo que el público que le escucha no pierda el hilo de la acción. ¿Cómo
abordar la simultaneidad de acciones? ¿Cómo dotar al poema de un sentido de la
unidad de modo que las diversas historias entretejidas den pie a un relato
unificado? Los temas secundarios de los poemas corren el riesgo de desbordar al
poeta y de ahí procede la habilidad de Homero para ligar personajes, tramas,
acciones y escenarios diversos… y el hilo narrativo de Bowra poniendo al lector
en antecedentes.
Quizá, remarcamos, a un lector inexperto en la materia
homérica puede resultarle algo duro seguir el proceso creativo de Homero, pero
como decíamos antes, no desespere. La frescura del texto de Bowra, el modo como
engarza diversos aspectos de la técnica poética, el recuerdo constante a la
edad heroica griega y el análisis pormenorizado de los dos poemas (un capítulo
propio para desarrollar la forma y el carácter de los dos textos homéricos),
dan pie a que podamos conocer a fondo múltiples aspectos que rodean el proceso
de creación de la Ilíada y la Odisea. Tratar con detalle la poesía de
acción, los elementos dramáticos, resulta también interesante en un penúltimo
capítulo, para acabar el libro con el análisis de la edad heroica que Homero
evoca, en los aspectos sociales y económicos, en las actitudes de los personajes
que deben ser verosímiles para el público que escuchaba los poemas. Al finalizar
este libro, el lector podrá tener una imagen completa de los dos poemas, su creación,
formación y significado; incluso resulta del todo recomendable utilizar el libro de Bowra el perfecto companion, la guía que acompañaría la (re)lectura
de la obra de Homero. Y todo ello en apenas doscientas cincuenta páginas…
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