11 de octubre de 2013

Reseña de La liebre con ojos de ámbar: una herencia oculta, de Edmund de Waal

¿Cómo llegan doscientas sesenta y cuatro netsuke o figuras en miniatura a los bolsillos de un ceramista británico? Bueno, obviamente, no todos a la vez, que los netsuke son pequeños, pero no tanto… Esta es la pregunta que uno se hace cuando lee la historia de Edmund de Waal (n. 1964), que no deja de ser la historia de su familia, los Ephrussi, originarios de Odessa, y que llegaron a ser figuras destacadas de la alta sociedad parisina y vienesa entre 1870 y 1938. Es la historia de la familia, sí, pero también es un libro de viajes (in)voluntario, un libro sobre pintura y poesía, sobre un hombre que encontró la libertad personal en Japón, sobre los estragos del Anschluss nazi por parte de una familia, unas memorias familiares, un libro de descubrimiento personal y, sí, una obra sobre los netsuke… El libro se titula La liebre con ojos de ámbar: una herencia oculta (Acantilado, 2012) y es una preciosa historia familiar construida alrededor de esas miniaturas japonesas, pero también es libro de aprendizaje, de crecimiento personal, de historia social y política, de un período de tiempo (grosso modo, entre 1870 y finales de la Segunda Guerra Mundial), trasladando al lector a un mundo que conoce, o mejor dicho que cree conocer. Porque, a fin de cuentas, ¿quién va por el mundo con una figura en miniatura en los bolsillos?
 
Edmund de Waal
Este libro está escrito para gustar… y no es un demérito, al contrario. Es la historia de una familia por diversos lugares –de los orígenes en la Rusia zarista a la bifurcación del clan, con una rama en París y otra en Viena, y luego vueltas por Londres, Tokio,… – y no cuesta imaginarse una película, o una serie sobre los Ephrussi. Si uno busca por la Wikipedia, para tener una idea inicial de los miembros de esta familia, encontrará referencias. Edmund de Waal es el descendiente de un clan que ha pasado por diversos lugares, ha tenido diversas nacionalidades, diversos credos religiosos e incluso diversos nombres. Y todo empezó por unas pequeñas figuras que Edmund heredó de su tío abuelo Iggie (Ignace) Ephrussi, que vivió muchos años en Japón (y mantuvo una relación homosexual en tiempos en que era complicado hacerlo), quien se convirtió a su vez en mentor y en amigo cuando el joven Edmund, que sorprendió a propios y ajenos decantándose por la cerámica como oficio, decidió pasar una temporada en Japón a principios de los años 90 del siglo XX. Allí conoció los netsuke, esas preciosas miniaturas, y comenzó a saber de la historia de los Ephrussi Tirando del hilo de las conversaciones con Iggie, que falleció en 1994, y del escaso archivo familiar, Edmund inició un viaje para conocer a fondo a su clan, a los Ephrussi. Visitó Odessa, París y Viena, estuvo en los edificios que durante un tiempo pertenecieron a su familia, e indagó acerca de esa familia judía que se codeó con lo mejorcito de la Belle Époque parisina o de la Viena de principios del siglo XX. Y decidió escribir la historia de esa familia… 

Pierre-August Renoir, El almuerzo de los remeros (1881)... y ese hombre de
espaldas al fondo y con sombrero de copa es Charles Ephrussi.
Lo que podría ser (y en cierto modo es) la historia típica e incluso tópica de una familia de clase alta se convierte en un apasionante tour de force que sorprende a los lectores y al propio Edmund. Charles Ephrussi (1846-1905), que involuntariamente lideraría la rama parisina de la familia, inició la colección de los netsuke en la década de 1870 y participó (y puso de moda) el japonisme, un movimiento de influencia de las artes niponas que se produjo al mismo tiempo que Japón “se abría” (cañones del comodoro Perry mediante) a Occidente. Pero Charles no sólo reunió esas doscientas sesenta y cuatro figuras japonesas sino que también (gracias a su riqueza) se convirtió en un mecenas y en coleccionista de cuadros de los principales pintores impresionistas del período, de Renoir a Degas, pasando por Manet y Pissarro, y se erigió en prototipo del dandy, del bon vivant, del Charles Swann que Marcel Proust inmortalizaría en su magna obra En busca del tiempo perdido, relacionado con los Rotschild (otra familia de magnates judíos)… y también en figura denostada y repudiada, a causa de su condición judía, cuando estalló el affaire Dreyfus. Edmund nos sitúa en la primera parte de su libro en Charles y la rama francesa de la familia, para en la segunda pasar a Viktor Ephrussi (1860-1945), el banquero bien relacionado con la alta sociedad vienesa, de la cual formó parte, a pesar del antisemitismo latente (y bien presente) de Karl Lueger, el acalde de Viena que decidía quién era judío y quién no. 

La liebre con ojos de ámbar...
Los Ephrussi de Viena recibieron la colección de netsuke de Charles como regalo de bodas y nos situamos en la otra rama de la familia: en el palacio que poseyeron en el Ring vienés, en los amoríos extramaritales de Emmy, la esposa de Viktor, en la educación de sus hijos Elisabeth, Gisela e Ignace (Iggie), en cómo les afectó la Primera Guerra Mundial y cómo la riqueza familiar se devaluó. Los años veinte fueron complicados, pero la familia aún pudo sobrevivir en una Austria reducida a ser el país que rodeaba una hipertrófica metrópolis como Viena. Edmund centra el interés en su abuela Elisabeth, de las primeras mujeres que se doctoraron en la universidad vienesa (en Derechbo), que escribía poesía y se carteaba con Rainer Maria Rilke, que se acabaría casando con un excéntrico comerciante holandés, Hendrik de Waal, y se establecería en Londres (acudiendo con regularidad, con su protestante marido, a los servicios de la iglesia anglicana, siendo ella una judía emancipada)… para luego tratar de ayudar a su familia cuando los nazis se anexionan Austria y comienza la persecución de los judíos, comenzando por los Ephrussi. Comienza el exilio de la familia y la pérdida de sus propiedades, el abandono institucional cuando acabó la guerra y apenas pudieron recuperar algunas de sus posesiones… entre ellas la colección de netsuke, que Iggie se llevó a Japón, donde se establecería y donde recibiría a su joven sobrino-nieto, que le preguntaría por esas preciosas figuras en miniatura muchos años después.

Este es un libro precioso, de principio a fin. Sí, escrito con el corazón y el alma de un ceramista que conoce a su familia y nos permite conocerla a los lectores. Un libro que cuenta muchos detalles sobre la sociedad parisina, vienesa y japonesa en un amplio espacio de tiempo. Un viaje en busca de las raíces familiares, que también culmina en Odessa, para regresar a Londres y a los bolsillos de Edmund de Waal. Y con él los netsuke vuelven a estar presentes y su historia comienza otra vez…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EL LIBRO ES UN LUJO, MEZCLA EL INTERES HISTORICO CON LA HISTORIA DE UNA FAMILIA, TODO RELATADO CON UN ESTILO INTIMO, ENCANTADOR.
MUY RECOMENDABLE, MEJOR EN EDICION CON FOTOS.

Oscar González dijo...

Un libro que vale la pena, mucho.

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