28 de septiembre de 2014

Crítica de cine: La entrega, de Michaël Roskam

Algunas de las novelas de Dennis Lehane han dado pie a interesantes películas, como Mystyc River de Clint Eastwood (2003), Adiós, pequeña, adiós, debut como director de Ben Affleck en 2007, y Shutter Island de Martin Scorsese en 2010. Pero hasta ahora Lehane, que ha formado parte del equipo de guionistas de The Wire (y ha logrado algunos premios) y ha escrito algún episodio de Boardwalk Empire, no había escrito un guión para cine. La entrega es un relato que escribiera hace años pero que no avanzó más allá del primer capítulo (con todo, acaba de ser reeditado en castellano por Salamandra): un hombre solitario, Bob Saginowski, encuentra un cachorro de pitbull en un cubo de basura y conoce a Nadia, una mujer que guarda mucho miedo; al mismo tiempo, Bob trabaja de camarero en el bar de su primo Marv, que tiempo atrás lo vendiera a mafiosos chechenos y que en la actualidad es utilizado como "buzón de entrega" de dinero destinado a ser blanqueado. Y todo ello transcurre en el Brooklyn obrero, un mundo que suele estar al margen de escenarios más habituales de Lehane como es Boston y la mafia irlandesa de Massachussets. Ese capítulo se quedó ahí, pero Lehane siguió pensando en Bob, el perro y el buzón de entrega. Quizá no había una novela en esas páginas, pero podía salir una película. Y cuando se le ofreció la oportunidad, Lehane la aprovechó para escribir un guión potente y algo complejo, dando más importancia a Marv y destacando el protagonismo de Bob. Había película, se buscó un buen director (el belga Michaël Roskam), un buen plantel de actores: el ya consagrado Tom Hardy como Bon, el gran James Ganfolfini como Marv en su último papel y Noomi Rapace, aka Lisbeth Salander, como Nadia. El resultado es una película que se estrena con cierto retrado pero que, para empezar, ya le ha dado a Dennis Lehane un premio: ayer por la tarde, el premio a mejor guión en el Festival de San Sebastián.

La entrega es una película de mafiosos, y chechenos para variar, pero es también la historia de un hombre solitario, Bob; tan solitario que cuando se encuentra al cachorro de perro no sabe qué hacer con él, y cuando decide quedárselo no sabe cómo cuidarlo. Nadia será la ventana de Bob al mundo exterior, aparentemente. Entendámonos; Bob no es un anacoreta, y aunque acuda todas las mañanas a misa (aunque sin comulgar), su vida es sencilla e incluso se podría decir que rutinaria. Pero Bob está solo, muy solo. Ni siquiera la relación con Marv, su primo y jefe, le supone un aliciente como para abrirse al mundo. A medida que avanza la trama percibimos en Bob que no es lo que aparenta y que ha habido algo en su pasado que le ha impulsado a ser un ser solitario. Para Lehane, la soledad es un estado de ánimo letal y lo traslada al personaje de Bob, como en cierto modo lo inocula en Nadia, que también guarda un mal recuerdo del pasado. La trama parece lineal pero la cosa se complica cuando un atraco en el bar de Marv pone de los nervios a los mafiosos chechenos que años atrás se hicieron con el negocio. Se acerca la Super Bowl, uno de los acontecimientos deportivos del año (como la final de la Champions League en Europa) y un reciente atraco en un bar que funciona como buzón de entrega de dinero negro es una contrariedad. Lo que no pueden imaginar los nuevos dueños del bar de Marv es que éste planea su propio atraco, a espaldas de Bob, y la manera de escapar de una vida monótona y carente de emociones ahora que ya no es dueño del bar. Por último, la inicial relación de Bob con Nadia se complica cuando reaparece un matón local, Eric Deeds (Matthias Schoenaerts), que reclama la propiedad del cachorro de perro, atemoriza a Nadia y pone a prueba la paciencia de Bob. Las tres tramas, mezcladas entre sí y con un ritmo que al principio resulta algo lento, poco a poco se trenzan para llegar a un momento en el que ya no hay vuelta atrás.

Quizá la voz en off de Bob al principio y en el casi final sea lo más prescindible de esta película: no aporta gran cosa sobre la mentalidad de Bob y de alguna manera despista e incluso descentra al espectador. Bob habla poco, parece un tipo anodino y que nunca busca brega, pero el espectador intuye que es mucho más que una fachada de soledad y sumisión. Hay mucha fuerza en ese personaje, torturado y necesitado de ir a misa todos los días. Que el detective de policía Evandro Torres (John Ortiz) lo cale casi desde el principio ya es una buena pista, aunque Torres también se mantiene a distancia. Bob, Marv, Nadia y Eric conforman un involuntario grupo de personajes obligados por la necesidad a relacionarse entre sí (aunque no todos a la vez) y obligados también a establecer sus propias reglas del juego. Pero no pueden ganar todos y no todos están dispuestos a ceder. En ese sentido, Lehane plantea un guión interesante en cuanto a las relaciones de poder y también en cuanto al grado de soledad que arrastra a cada personaje a hacer algo... o a no hacer nada, e incluso a no querer hacer nada... hasta que se le obliga.

La película, a pesar de que hay momentos de cierto relax en el ritmo, resulta un buen ejercicio de género noir y criminal, con la oportunidad de poder ver por última vez a Gandolfini en la gran pantalla y de considerar ya a Hardy (si es que no lo hizo con la reciente y magnífica Locke o anteriormente con Warrior), como un actor a tener muy en cuenta. Quizá el personaje de Nadia, con una Noomi Rapace que, tras Prometheus, "acaba" de llegar a Hollywood, sea el menos desarrollado. Pero la conjunción de los tres, añadiendo el inquietante Schoenaerts, da fuerza a un elenco interpretativo interesante. El resultado es una película de cocción algo lenta pero segura y eficaz en su globalidad. Y la confirmación de Dennis Lehane, tras la novela negra y la televisión, en el cine como un guionista de mucho talento.

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