4 de octubre de 2014

Crítica de cine: Los tontos y los estúpidos, de Roberto Castón

En Otel·lo, el joven director Hammudi Al-Rahmoun Font nos cuenta el rodaje de la obra de Shakespeare y lo hace asumiendo él mismo el papel de Yago, manipulando a los actores para conseguir captar una emoción y un estado de ánimo concretos, y logrando un soberbio ejercicio de reflexión para el espectador acerca de qué hay de ficción y qué de realidad, cuál es el rol del director/actor y hasta dónde es capaz de llegar alguien para alcanzar un objetivo. Es inevitable pensar en esta película cuando uno se sienta en la butaca y ve Los tontos y los estúpidos de Roberto Castón, que se desarrolla también en un día de rodaje de una película... pero desde otros puntos de vista. La película de Castón parte de una situación muy diferente: fallaron las ayudas y subvenciones y no se logró reunir el presupuesto necesario para realizar la película que Castón tenía escrita, así que se vio "obligado" a cambiarla. Así, lo que iba a ser una película más o menos convencional se convirtió en un juego metanarrativo a diversas bandas, en unos escenarios mínimos, con una escenografía y atrezzos también muy reducidos, y con un cambio sustancial de la trama. Roberto Álamo interpreta a un director de cine, y voz en off, que controla los ensayos y el rodaje de la película, sólo que los actores (Nausícaa Bonnin, Cuca Escribano, Aitor Beltrán, Josean Bengoetxea y Vicky Peña, entre otros) interpretan a los personajes, a unos actores ensayando y a sí mismos. Tres niveles de interpretación que nos traslada a la ficción, el ensayo de la ficción y la realidad.

Presentando las diversas secuencias de la película, Álamo se erige en maestro de ceremonias y en narrador omnisciente de una trama que vemos en pequeñas seecuencias, y con unos personajes determinados. Así, conocemos a Lourdes (Bonnin), una cajera de supermercado que cuida de su madre (Peña), enferma de cáncer, junto a su hermana (ambas separadas por bastantes años de diferencia). Lourdes conoce a Miguel (Beltrán), un psicólogo enfermo de sida, que a su vez trata a Paula (Escribano), frustrada madre de familia, casada con un desagradable oncólogo, Mario (Bengoetxea), el mismo que tiene como paciente a la madre de Lourdes (y con la cual ha mantenido una relación sexual); Paula y Mario tienen dos hijas, Ainhoa e Itziar, que a su vez mantiene una curiosa amistad con un estudiante francés de intercambio, André, a quien (prácticamente) no vemos en todo el metraje, pero cuya voz escuchamos; un muchacho con un encanto especial y capaz de seducir, de una manera u otra, a los cuatro miembros de esta familia. A priori, historias cotidianas que se entrelazan y personajes que interrelacionan entre sí. Lo que hace Castón es mostrarnos la historia de esos personajes y su evolución, los ensayos de los actores interpretando esos roles, y a los actores en los descansos y pausas del rodaje (en blanco y negro y sin sonido). La mezcla de todo ello, sin apenas decorados, jugando con la luz y las sombras y picando la curiosidad, la fascinación o la sorpresa del espectador, es un sorprendente tour de forcé (meta)narrativo que, me temo, estas frases no acabarán de describir.
 
Se trata, pues, de una película diferente, mínima en cuanto a medios pero grande en cuanto a un desarrollo dramático que, irónicamente, se aprovecha de los escasos recursos con los que cuenta la película para contar una original historia; o, mejor dicho, desarrollar diversas esferas narrativas alrededor de unas secuencias, unos personajes y unos conflictos y situaciones planteados. Quizá la película peque de un exceso de teatralidad, pero la viveza de los diálogos mantiene el ritmo de la trama; unos diálogos en ocasiones confrontados con una "construcción" mínima por parte de los actores, que dicen sus frases pero pueden estar haciendo cualquier otra cosa en ese momento o dejando a la imaginación del espectador el "escenario" no mostrado. El espectador entra en el juego de niveles interpretativos y de estratos narrativos (de la ficción a la realidad con el ensayo de ambas en medio). La película sigue una linealidad en cuanto a su desarrollo, a lo largo de ese día, mientras nos parece percibir dos tiempos diferentes: el del propio rodaje y/o ensayo del mismo, y el de la historia que se cuenta, mucho más amplio (bastantes meses, por no decir un año). El título de la película también tiene su miga, y en relación con los personajes, pues no es lo mismo ser un tonto que un estúpido...

En definitiva, una apuesta ¿cinematográfica? diferente, ágil a pesar de las limitaciones (presupuestarias) y reflexionando acerca del compromiso, la soledad, a miseria humana, la frustración y la búsqueda de la felicidad. Una película, pues, que también induce a la reflexión, como aquel Otel·lo, sobre los (elásticos) límites entre ficción y realidad.

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