13 de octubre de 2014

Reseña de Domiciano. Dominus et Deus, de Lindsey Davis

Mencionar a Lindsey Davis inevitablemente nos lleva a hablar de Marco Didio Falco, su gran personaje, sobre el que ha escrito veinte novelas (la última, Némesis, publicada en 2011) y a quien ha dado un merecido descanso en los últimos años… probablemente como consecuencia de un drama personal: la muerte de Richard, su Falco de carne y hueso, quien le inspiraba y le acompañaba en sus múltiples viajes, quien era más que un asistente personal, quien era capaz de bajar a las alcantarillas de Roma para echar un vistazo y contarle cómo eran. Así lo contaba en Marco Didio Falco. La guía oficial (Edhasa, 2011), y también anticipaba un cambio de aires. Por un lado, con una novela ambientada en la guerra civil inglesa del siglo XVII (Rebeldes y traidores, Edhasa, 2012); luego con una incipiente nueva saga histórico-detectivesca protagonizada por Albia, la hija adoptiva de Falco, que transcurre durante el reinado de Domiciano y de la que Edhasa ha publicado el primer volumen (Los idus de abril, 2014; el segundo, Enemies at Home, es de suponer que se publicará castellano en 2015). En 2013 su habitual editorial española publicó Domiciano. Dominus et Deus (título original: Master and God), que en cierto modo evoca el estilo de las novelas falquianas pero que supone un cambio de tercio. Pues el reinado de Domiciano es el período que trata esta novela y sobre el que hay mucho que decir.

Lindsey Davis (n. 1949).
Suetonio (sobre todo), Tácito y Dion Casio mediante, existe una leyenda negra sobre Tito Flavio Domiciano (51-96, emperador desde 81) que dos milenios después aún sigue perpetuándose. Las fuentes son claramente negativas y posicionadas claramente en contra de un princeps que asumió el poder al fallecer su hermano Tito, aun no siendo quizá el emperador que ni su familia ni desde luego el Senado esperaba o deseaban. Las malas lenguas de la época dejaron caer que Domiciano estuvo implicado en la muerte de Tito, a quien envenenaría cuando apenas llevaba dos años en el trono. Lindsey Davis se interesa por la figura de Domiciano pero tratando de sonsacar la realidad histórica de su reinado leyendo entre líneas las fuentes prosenatoriales (prácticamente todas: Tácito, senador y yerno de Agrícola, achacó a Domiciano la muerte de su suegro y aunque apenas nos han quedado fragmentos en las Historias que traten la figura del emperador, ya en la juventud del mismo mostraba la senda de la perversión en Domiciano; y Dion Casio, también senador, mantuvo la imagen negativa; de Suetonio, chismoso oficial, no hace falta que digamos demasiado…). La novela que reseñamos es tanto un libro de ficción histórica como un retrato desapasionado de la figura de Domiciano, de quien se destaca el trauma por los sucesos violentos del año 69: su estancia en Roma, junto a su tío Flavio Sabino, mientras reinaba Vitelio y Vespasiano regresaba al frente de sus tropas desde Oriente; los asesinatos de Sabino y Vitelio, la sangre corriendo por las calles, el refugio de Domiciano, perseguido y acosado por los vitelianos, en el templo de Isis. De manera un tanto aséptica, Davis presenta a un Domiciano, una década después de estos luctuosos acontecimientos, como el heredero de un Tito ya reinante pero también como un hombre taciturno, receloso e incapaz de olvidar lo que vivió cuando apenas tenía dieciocho años. La paranoia sería la consecuencia del trauma: paranoia respecto el Senado y el papel que jugó en el «año de los cuatro emperadores»; paranoia respecto el ejército, siempre del lado de su padre Vespasiano y de su hermano Tito; paranoia respecto la guardia pretoriana, cuyo mando ostentó Tito desde que fuera asociado al poder por su padre; paranoia respecto al «funcionariado» imperial, la burocracia heredada de los emperadores anteriores; paranoia, en general, respecto su propia familia, incluida su esposa, Domicia Longina, hija del general Corbulón a quien Nerón apartara del mando militar y obligara a suicidarse. La paranoia no le nubla la razón a Domiciano, sin embargo, capaz de discernir lo que está bien de lo que está mal, pero a medida que avanza su principado se agudiza y su crueldad se exacerba; una crueldad que se nutre de sus miedos personales y de un macabro sentido del humor que le lleva a torturar con la incerteza a todos aquellos que temían que podían ser apartados de sus funciones, arrestados en sus hogares y hechos desaparecer. 

Busto de Domiciano, Museos Capitolinos,
Roma.
Junto a la paranoia, Davis señala la preocupación (cuando no también obsesión) de Domiciano por la moral, como en los tiempos de Augusto y sus leyes sobre los valores conservadores en torno al matrimonio; Domiciano impone una legislación moral más estricta que la de Augusto y establece unas pautas de comportamiento social para los matrimonios, impidiendo a su vez cambios en la habitualmente permeable pirámide social romana, en la que con esfuerzo pero relativa facilidad se podía escalar de liberto a miembro del orden ecuestre. Recordaremos de alguna novela de la saga de Falco (El oro de Poseidón, por ejemplo), como un joven Domiciano impide que Falco alcance el orden ecuestre, lo cual imposibilita que pueda casarse oficialmente con Helena Justina. Junto a una imagen que no se cree a pies juntillas la leyenda negra de Domiciano, sino que trata de indagar en cuanto a la realidad de la personalidad del emperador, Davis traza un retrato más ecuánime de Domiciano como capaz comandante militar (sobre todo como un entusiasta planificador), dispuesto a labrarse un nombre como su padre y su hermano, y sin hacer demasiado caso de la imagen de Domiciano como un indolente cobarde que sobornó con tributos a los dacios para que no invadieran (demasiado) la frontera danubiana del Imperio. Frente al adagio del emperador cobarde, Davis presenta a un Domiciano que hizo frente al peligro de Decébalo en la Moesia y la Panonia, que llegó a acuerdos de paz con él y que, para mantenerlos, no dudó en otorgarles recursos para que la frontera fuera un espacio de contacto comercial, y no tanto un peligro constante para el Imperio. De este modo, se perfila la imagen de un emperador preocupado por la estabilidad de la frontera (recordemos también, aunque no se trata en la novela, el inicio de los trabajos de construcción del limes germano con una línea continua de fortalezas en los Agri Decumates). Un Domiciano, en último término, que se aleja (gracias sean dadas a los dioses) de aquel presentado con maniqueo tratamiento por Santiago Posteguillo en Los asesinos del emperador (Planeta, 2012), el mamotreto con el que ha iniciado su serie sobre Trajano.

Pero estamos hablando de una novela histórica, no de un estudio biográfico de Domiciano… aunque ambos elementos de un modo u otro se conjugan en este libro. De hecho, Davis condensa en una sola novela esa tendencia de la saga de Falco de hacer una panorámica de la vida social y cultural del Imperio en función de un elemento concreto. Así, en los diversos volúmenes de esa serie se trataban en detalle, y como telón de fondo, las minas de plata de Britania, el comercio del aceite de oliva hispano, los combates gladiatorios o la búsqueda del extinguido silfio en África Tripolitania, el teatro en la zona sirio-palestina, la “caja de ahorros” de las legiones o el tráfico de obras de arte, el mundo de los escritores, los delatores e informantes, el alquiler de viviendas y el microuniverso de los libertos, los bajos fondos y las mafias o incluso la persecución de un asesino en serie, entre otras muchas cuestiones. Con Domiciano. Dominus et Deus asistimos, en sus primeros capítulos y en paralelo, a un lúcido retrato de la vida de una liberta imperial, Flavia Lucila, y a las andanzas de un miembro de las cohortes vigiles (antiguo soldado herido en combate, con la pérdida de un ojo y cicatrices en el rostro como secuela), Cayo Vinio Clodiano, que entra en la guardia pretoriana. Ambos mundos, aparentemente inconexos, se mezclan cuando Lucila y Vinio se conocen en las postrimerías del reinado de Tito, antes de que un funesto incendio en Roma cambie sus vidas: para Lucila será una pérdida personal y el inicio de la adultez, trabajando como peluquera al servicio de las damas de la casa imperial y de las mujeres de la nobleza romana (pero también extendiendo sus servicios a mujeres del pueblo llano); para Vinio será una etapa de transición y que le llevará a vivir en primera persona una derrota militar en Dacia. Ambos personajes se conocen y se repelen, se atraen y se separan a lo largo de varios años. Su relación, en cierto modo, recuerda a la de Falco y Helena Justina, sólo que la suya es una vida con más aristas y traumas, cada uno por su lado, con problemas y conflictos que resolver. Con Lucila conocemos la vida literaria de la época de Domiciano, con Estacio y Juvenal como personajes secundarios o sobre los que se hace mención, mientras que Vinio nos traslada a la vida castrense y al funcionamiento de la guardia pretoriana, ya sea como centurión o como cornicularius (jefe administrativo). Junto a su evolución personal como personajes de ficción (aunque hay un corniculario Clodiano mencionado en la biografía de Domiciano por parte de Suetonio; Dom., 17, 2), la novela muestra la evolución del reinado de Domiciano, de las suspicacias iniciales del emperador respecto a todo lo que le rodeaba a su etapa final de terror y persecuciones constantes, hasta que se organizó la conjura que finalmente acabaría con su vida… y que paulatina y sutilmente muestra Davis. 

Un peinado de época flavia... como los
que Lucila desarrolla en la novela.
Junto a un desarrollo de los personajes con detalle, profundidad y cuidado, Davis nos muestra ese estilo tan propio que ya vimos en la saga de Falco. Ese sentido del humor en unos personajes principales que poco a poco se “sueltan” y van mostrando unas personalidades irónicas y una manera creíble de ver la vida muy creíble. Es ese estilo que recuerda en Vinio y Lucila a los Falco y Helena Justina del pasado, como si ellos también compartieran el sentido del humor de la autora. Incluso la narración deviene conocida para el lector, que pronto conecta con lo que se va relatando gracias a la agilidad de la autora y su manera de situarnos en la época con ojos (más o menos) “actuales”, jugando con el posible anacronismo –como cuando deja caer que unos prisioneros romanos “jugaban a fútbol”– de modo que resulta aceptable, pues es resultado esa ironía que siempre trasluce en las novelas de Lindsey Davis cuando trata de hacer cercana al espectador moderno la vida cotidiana en la Roma imperial.

El resultado es una novela quizá algo larga pero nada aburrida. Un estupendo retrato de una época y de un reinado; de unos personajes ficticios y de una figura histórica como Domiciano, al que no se exime de sus defectos pero que se presenta de manera más ecuánime respecto la leyenda negra con la que comúnmente se le asocia. Una novela muy del estilo de Lindsey Davis, y los seguidores nos sentimos pronto cómodos con su estilo; el estilo de las novelas de Falco pero sin Falco (aunque la autora deja un guiño a los seguidores de la saga falquiana, al hacer a Vinio hijo de Marco Rubela, el tribuno de las cohortes de vigiles con quien siempre tiene que lidiar Petronio Longo). Un estilo que convierte a esta autora en una de las mejores del género histórico actual.

2 comentarios:

Toni dijo...

Magnífica reseña! Muy posiblemente será mi próxima lectura en cuanto vuelva literariamneta hablando ¡A Roma!

Oscar González dijo...

¡Lindsey Davis no decepciona! ;-)