28 de noviembre de 2014

John Elliott y el oficio de historiador

Hablar de John H. Elliott (n. 1930) es hacerlo sobre una de las grandes figuras de la historiografía modernista, hispanista en concreto, de todo el siglo XX. Ayer tarde-noche, jueves 27 de noviembre de 2014, la Fundación RBA organizó un coloquio, más bien una charla, entre Elliott y José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático de historia medieval de la Universitat Autònoma de Barcelona, alrededor del tema «la historia y el oficio de historiador». Pocos historiadores actuales, con una larga trayectoria, quizá puedan tratar este tema con el grado de maestría y experiencia de Elliott. A sus 84 años de edad mantiene una lucidez y una visión de la vida que provoca, sobre todo, una sanísima envidia. Para quienes nos hemos curtido en los estudios históricos, hemos pasado por una aula universitaria y tratado temas como la Monarquía Hispánica de los siglos XVI y XVII y su dinámica «imperial», la revuelta catalana de 1640 (y sus prolegómenos), el valimiento/ministerio del conde-duque de Olivares o las conexiones entre política y arte en la corte de los Austrias, escuchar a Elliott en directo es volver a repasar mentalmente su bibliografía, su método histórico y su manera de entender el estudio de la Historia. Ayer, pues, más allá del formato de la charla y de algunas frases de Elliott, servidor recordaba su obra.

Canciones para el nuevo día (1570/799): "I Love Music"

Rozalla - I Love Music



Disco: Look No Further (1995)


21 de noviembre de 2014

Reseña de Los filósofos de Hitler, de Yvonne Sherratt

¿Hubo filósofos al servicio del Reich nazi? Podríamos plantearnos en primer lugar si la filosofía pudo dar argumentos al régimen que condujo al Holocausto e incluso podríamos llegar a la conclusión que la propia pregunta es tendenciosa. Pero también podríamos pensar que el antisemitismo que condujo a Auschwitz fue el caldo de cultivo necesario para que se llegara a la puesta en práctica de la aniquilación física de la población judía europea. Otra cuestión sería preguntarnos por la filosofía en concreto. Pues, ¿influyó la filosofía de Kant, Schopenhauer o Nietzsche en el Holocausto? La respuesta es categórica: no. ¿Pero se surtieron los nazis de la obra de estos y otros pensadores para dotar su programa teórico y práctico de contenido ideológico y de un sustrato filosófico? Ahí podemos decir que sí. El antisemitismo estaba presente en el contexto histórico de los pensadores ilustrados y del Novecientos, e incluso hombres como Kant tenían una mirada sesgada sobre los judíos. De ahí a afirmar que Kant tenía un pensamiento antisemita hay un trecho, pero todo hombre es hijo de la época que vivió, del mismo modo que Platón y Aristóteles pertenecieron a unos tiempos en los que la esclavitud no era discutida ni rechazada (y no es esta una analogía muy lograda, lo sé). Cierto es que la ciencia ayudó a los nazis con experimentos eugenésicos y médicos, sirvió para construir artilugios militares con objetivos catastróficos (aunque a la postre las «bombas mágicas» V1 y V2 no sirvieran de nada), y se realizaron experimentos con víctimas que serían eliminadas mediante programas de eutanasia. La jurisprudencia se puso al servicio del entramado nazi desde antes de las Leyes de Núremberg (1935) y hubo juristas que edificaron «legalmente» el estado totalitario de Hitler. Pero, ¿la filosofía pudo ponerse al servicio de un Estado que pervertía el conocimiento y destruía las propias raíces del pensamiento racional? Para responder a estas preguntas, Yvonne Sherratt, en Los filósofos de Hitler (Cátedra, 2014), se acerca a una serie de personalidades y trata de sintetizar argumentos e ideas que han sido tratados en libros independientes.

Canciones para el nuevo día (1565/794): "Fire With Fire"

Scissor Sisters - Fire With Fire



Disco: Night Work (2010)


20 de noviembre de 2014

Reseña de Cultura popular en la Edad Moderna, de Peter Burke

¿Qué es la cultura? No respondan, no soy como el profesor Nolan de El Club de los Poetas Muertos (1989) que, echando mano del estudio previo del doctor J. Evans Pritchard se preguntaba qué es la poesía. ¿Podemos hablar de una cultura popular? Peter Burke comienza su ensayo planteándose qué entendemos por «cultura» y cuál es la noción de «popular». «Se ha dicho a menudo que el término “cultura popular” da una falsa impresión de homogeneidad y que sería mejor usarlo en plural y hablar de “culturas populares” o sustituirlo por expresiones como “la cultura de las clases populares”» (p. 26). En este punto remite a Carlo Ginzburg, cuyo libro El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1976) nos acerca la idea de dos tipos de cultura: una hegemónica y otra subalterna. La primera sería la de la elite social –nobles, burgueses ricos, jerarquía eclesiástica, «intelectuales», y con el poder que supone la escritura y, en consecuencia, la lectura, y con el monopolio de la imprenta como mecanismo para expandir un conocimiento apto para esa elite. La cultura subalterna, en cambio, sería la de las clases populares: los campesinos, los molineros como el que protagoniza su libro, los estratos artesanales urbanos y rurales, el clero bajo (los párrocos y capellanes), que transmitirían oralmente un tipo de cultura basada en la tradición, notable por su diversidad y heterogeneidad, y que, dependiendo de su ámbito de actuación, a su vez podía dar lugar a una cultura popular urbana y una cultura popular rural. Peter Burke, en Cultura popular en la Edad Moderna, cuya tercera edición actualizada (2009; la primera es de 1978, la segunda de 1994) publica ahora Alianza Editorial, trata de ir más allá de etiquetas y compartimentos estancos.

Canciones para el nuevo día (1564/793): "Wasting Your Time"

Carlos Jean - Wasting Your Time



Disco: Wasting Your Time - single (2014)


16 de noviembre de 2014

Crítica de cine: Interstellar, de Christopher Nolan

La Tierra se muere. Con este planteamiento inicial, Christopher Nolan (a quien no hace falta presentar) se pregunta cuál es la solución. Porque el planeta que nos ha creado y cobijado se muere y hay que buscar nuevas alternativas para la especie humana. Muy probablemente para una minoría, pues la ciencia, a pesar de los avances que pueda desarrollar, no podrá más que enviar a un nuevo planeta-hogar a una mínima parte de la especie humana. La ciencia es la respuesta y el método, la solución y la hoja de ruta a seguir. Los científicos son los guardianes de un conocimiento secreto en un mundo del futuro no demasiado lejano en el que las misiones espaciales del siglo XX se consideran propaganda e incluso se deja entrever un revisionismo "histórico" en cuanto a lo que hizo el ser humano y respecto a lo que se debe explicar en los libros de texto. El espacio no es la última frontera en un mundo del futuro en el que los Estados parecen haberse dislocado, se han recortado gastos (que uno de ellos sea el militar y armamentístico no deja de ser curioso) y se busca granjeros y agricultores. "Hemos olvidado que somos exploradores y pioneros", dirá Cooper (Matthew McCounaghey), el protagonista de la película, cuando acude a la escuela de su hija Murphy. Pero los tiempos no requieren exploradores, ni siquiera ingenieros, sino agricultores. Agricultores que produzcan alimentos, aunque la propia naturaleza destruye lo que germina y crece: el trigo se extingue, el maíz está en riesgo de desaparecer; algunas cosechas se queman pues están infectadas por plagas. Tormentas de polvo cubren las casas, las mesas, los libros. Como en los años treinta en algunos estados norteamericanos, el Dust Bowl, columnas de polo que todo lo llena, advierten a los terrícolas de que su planeta se vuelve contra ellos. Interstellar es la epopeya de la búsqueda de un nuevo hogar, y aunque la ciencia-ficción sea su género, las preguntas que se plantea (y las respuestas que encuentra... o no encuentra) son muy reales. Muy humanas, de hecho.

4 de noviembre de 2014

Reseña de Julio César. Un dictador democrático, de Luciano Canfora (y II)


2.- La interminable guerra civil. La guerra iniciada con el cruce del Rubicón por parte de César y cinco cohortes en enero de 49 a.C. tuvo varios finales… pues hubo varias guerras civiles. No andaríamos muy desencaminados si concluyéramos que continuó incluso después de la muerte de César: para las mentalidades de la época quedó claro que Filipos (octubre de 42 a.C.) fue la tumba de la República, pero aún hubo enemigos de César –que su hijo adoptivo, «otro» César, heredó y que duraría, en cierto modo hasta Nauloco (36 a.C.) con la derrota naval de Sexto Pompeyo o incluso Actium (septiembre 31 a.C.) y la toma de Alejandría (al año siguiente), cuando los últimos anticesarianos que quedaban, y que se habían unido a Antonio, fallecieron de muerte natural (Gneo Domicio Ahenobarbo, que heredó la inimicitia de su padre, muerto en Farsalia) o la ejecución de Casio de Parma, último de los asesinos de César que quedaban con vida. Canfora dedica un capítulo a la «larga guerra civil» (el XXVI), y que trata las campañas de Tapsos (46 a.C.) y Munda (45 a.C.), muy diferentes en su concepción y en la del propio enemigo. Pero de hecho la guerra civil iniciada en el 49 a.C., y que culmina en Farsalia (agosto de 48 a.C.), es una campaña que difiere de las posteriores: «una cosa es la guerra “pompeyana”, que acaba con la muerte de Pompeyo, y es reemprendida casi tres años más tarde, por sus hijos. Otra es la guerra “republicana” de Catón. La diferencia entre las dos perspectivas –si bien ofuscada por el hecho de que el adversario que haya que vencer sigue siendo de todos modos César– se advierte mejor si se considera que, sucesivamente, entre Sexto Pompeyo y los “liberadores” (como los cesaricidas se hacían llamar) no se constituyó ningún frente. Y del 43 en adelante los cesarianos libraron dos guerras por separado. Es más, en cierto modo, la de Sexto Pompeyo será una guerra de Octaviano: una continuación de la guerra “pompeyana” en la que se habían enfrentado los respectivos “padres”» (p. 218).

Canciones para el nuevo día (1552/781): "Apollo 13 (The Launch)"

James Horner - Apollo 13 (The Launch)



Disco: Apollo 13 - soundtrack (1995)


1 de noviembre de 2014

Reseña de Julio César. Un dictador democrático, de Luciano Canfora (I)

Nota: Visto lo que me estoy "enrollando" con esta reseña (que me temo no es tal), la dividiré en dos partes, para hacerla más legible. Luego las uniré en un solo documento en PDF.

Sobre Gayo Julio César (c.100-44 a.C.) suelen hacerse análisis que en ocasiones tienden a la hipérbole. Líder político, caudillo militar, creador de su propia propaganda, mito y leyenda antes y después de los Idus de Marzo. Alfred North Whitehead dijo una vez que la filosofía occidental no deja de ser una serie de notas a pie de página del pensamiento platónico; ¿podríamos pensar en que el cesarismo fue la hoja de ruta de militares y políticos en los últimos veinte siglos? Etiquetas reduccionistas al margen, lo cierto es que la memoria y el exemplum de César ha estado presente, de un modo u otro, en el pensamiento y la praxis política de la historia universal desde hace mucho tiempo. Pero, ¿qué César tenemos en mente? ¿El ambicioso y escurridizo político popularis que tiene su propia agenda? ¿El insaciable conquistador de las Galias o el hombre que lucha por defender su dignitas y en defensa de los tribunos de la plebe, y que al cruzar el Rubicón se pone al margen de la ley o la defiende de esa factio paucorum que ha tratado de subvertirla a su antojo? ¿El hombre que aspiraba a la tiranía (adfectatio regni) o el salvador y purificador de la República? ¿El autor de unos Commentarii que eran mucho más que una serie de despachos oficiales enviados al Senado y/o una «versión» de la (interminable) guerra civil de los años 49-45 a.C., o el furioso inspirador de un panfleto en contra de Catón (Anticato), su más irreductible enemigo y símbolo de una manera de entender la República a la antigua usanza? ¿El pérfido procónsul que causó un genocidio en las Galias o el talentoso comandante militar que en la gran rebelión gala del año 52 a.C. realizó las más impresionantes obras de poliorcética hasta entonces conocidas por los romanos? Probablemente en César haya muchos Césares (y algún Mario, parafraseando a Sila), y bastantes de ellos (por no decir todos) sean los anteriormente prefigurados. Bertolt Brecht, mientras preparaba su inacabada novela Los negocios del señor Julio César, anotó: «Escribiendo el libro de César debo estar atento a no creer ni siquiera por un instante que las cosas tuvieron que suceder por fuerza como han sucedido» (Arbeitsjournal, 23 de julio de 1938; publicados en Frankfurt del Meno en 1973). Que Luciano Canfora comience su (no estrictamente) biografía Julio César. Un dictador democrático (Ariel, 2014 [1999]) con esta cita no es fruto de la casualidad, sino una primera conclusión: hay mucho que decir y mucho que entresacar de fuentes, historiografía y mitos sobre Gayo Julio César.