2 de julio de 2015

Crítica de cine: Calígula de Tinto Brass

[29-I-2012; retocada el 3 de marzo de 2024].

Hay películas que, por un motivo u otro, se quedan en lo circunstancial; otras que se quedan en el contenido y no en las formas; otras que consiguen enseñarnos un precioso producto aunque vacío de contenido, y las hay que tienen un poco de todo y además provocan. Y Calígula (1979), es de esas últimas. Quizá no haya una película que haya recibido tantos varapalos por la cuestión incidental como ésta: las escenas explícitamente pornográficas. Y quizá esta cuestión haya soslayado el debate acerca del contenido no estrictamente sexual de la cinta. Porque nos encontramos con un peculiar péplum, una película sobre el césar loco, una película sobre el poder, los abusos y los límites del mismo. Una película que va más allá de lo incidental y de lo grotesco. 

La historia de este filme ya da para una película en sí misma. Sintetizando, tras una preproducción que se alargó durante varios años y tras varios cambios de director y de actores, Tinto Brass se encargó del rodaje de una película que cuenta con un elenco de intérpretes ya de por sí destacable: Peter O'Toole, John Gielgud, Malcolm McDowell, Helen Mirren, Teresa Ann Savoy,... El soberbio guión es de Gore Vidal, autor de grandes novelas históricas como Juliano el Apóstata, Lincoln y Creación. Pero la productora es Penthouse y, con esta revista, Bob Guccione, su creador (una revista que no se prodiga especialmente por el buen gusto de sus desnudos). Mientras Tinto Brass --que siempre hizo un cine con alto contenido erótico (Salón Kitty, Los burdeles de Paprika), que sugiere más que gruesamente enseña--, por las mañanas rodaba la el 80% de la película según guion, con altas cotas de sensualidad y de erotismo (algunas rozando y superando, incluso, lo explícitamente sexual), por las noches, Guccione, con brocha gorda y varias de sus playmates de revista, rodaba las escenas pornográficas, ese 20% restante.

¿La penetrante mirada de la Locura?
No nos confundamos tampoco ni nos rasguemos las vestiduras: a Brass no le escandalizaron las escenas pornográficas que Guccione rodó, lo que le molestó que éste cortara, manipulara y retocara el metraje que había filmado y que tenía una coherencia lineal. Intercalando las escenas pornográficas en medio de escenas que no tenían nada que ver, cortando escenas o reubicándolas donde no tocaban (hay varios desajustes cronológicos en la primera hora, si uno se fija un poco). Gore Vidal se quejó de que su guión fue retocado e incluso reescrito (alguna escena, incluso, por parte de Malcolm McDowell). Y cuesta creer que los actores no supieran, en ese mismo set, de rodaje lo que pasaba por las noches. La prensa estuvo al tanto de lo que sucedía y saltó el escándalo. Vidal renegó del resultado final y no quiso que su nombre saliera en los créditos (aunque aparece), Brass no asumió la dirección de la cinta (se limitó a aceptar ser el director de fotografía), la mayoría de actores quedaron escandalizados (o no...), incluso algunos, como Gielgud y O'Toole acabaron cogieron un cabreo de aúpa. Y Guccione asumió el montaje final de la película, que supera las dos horas y media, aunque el "montaje del director" llega a las tres horas y media. Resultado final: una película escandalosa, catalogada como X y prohibida en varios países. Eso sí, la publicidad gratuita la convirtió en una película ya de culto desde sus inicios. Y hay que decir que como tal, por su contenido y no por lo pornográfico, debería ser considerada una cinta de culto. 

Tiberio y Calígula...
Entremos en materia: la película comienza con un Calígula (McDowell) que es casi el único pariente familiar vivo del cruel pero lúcido Tiberio (O'Toole), si descontamos a su primo Gemelo y a su tío Claudio. Como más que probable heredero del trono, Calígula viaja a Capri, donde Tiberio ha creado su refugio de placer, tétrico, oscuro y bizarro. Con la ayuda de Macro, el prefecto del pretorio, pues no se atreve finalmente a asesinar con sus manos a Tiberio, Calígula consigue el poder y empieza un reinado de locura, asesinatos, violaciones y truculencias varias. Su amor incestuoso y más allá de lo carnal con su hermana Drusila (Savoy) , su convencimiento de ser un dios, su concepción de estar desligado de las leyes terrenales (ab-solutus) y su crueldad sin límites convierten a Calígula en un personaje complejo, cualquier cosa menos aburrido o lineal, exagerado, malévolo y manipulador. Todo ello no puede llevar más que a su asesinato, tras cuatro años de terror (para algunos, que no para todos los romanos) y de reinado. 

Este es el Calígula que nos muestran Brass y Vidal, y que encarna con convicción un McDowell en estado de gracia (histriónico). Un Calígula que se nutre del texto de Suetonio, esencialmente, de esa leyenda negra que siempre va asociada con él. Una leyenda negra que bebe de fuentes senatoriales, que hay que leer entre líneas y no asumiendo automáticamente como cierto todo lo que dice (lo cual no significa desdeñar estas fuentes). Frente a este Calígula destaca un Tiberio que sabe lo que está haciendo al designar a su sobrino-nieto como heredero: Roma está corrupta, qué mejor emperador que un príncipe corrupto hasta la médula. Tiberio trata de justificar lo que ha hecho y lo que es: nunca quiso ser emperador, le obligaron a aceptar unas riendas que nunca deseó. Implícitamente, Tiberio acusa a Augusto y a Livia de los males de su familia ("en nuestra familia, el hermano mata al hermano, que antes ha matado al padre, que ha matado al hijo"). Hay una lectura política y antropológica de fondo y en la que se encuentran diversos elementos que analizar: el poder en sí, los límites del mismo, los abusos que se pueden cometer en nombre de una idea ("yo, en nombre del Senado y del pueblo de Roma..."), de un Estado ("este es mi mejor semental [un tipo con un falo enorme], sirve al Estado"). 

Un palacio sin pueblo.
Frente a Tiberio, vemos a un Nerva (Gielgud), amigo íntimo de Tiberio, conocedor de su brutal naturaleza, pero al que respeta y a quien siempre le dice la verdad ("me insulta en la cara", dirá de él un Tiberio sonriente cuando Nerva hace un comentario que no le favorece). Nerva simboliza el pasado de Roma, los ideales puros de la antigua República; uns ideales en los que Tiberio creyó pero que desechó, por ira, egoísmo y ambición de poder, para sumergirse en el pozo de los truculentos placeres de su naturaleza humana en Capri. Pero estamos también ante un Nerva que, previendo la muerte de Tiberio, sabe que no tiene lugar en la "nueva" Roma de Calígula y secuaces como Macro, y por eso prefiere cortarse las venas. La escena de Calígula preguntando a un agonizante Nerva que ve en la otra vida ("nada", le responde Nerva) es soberbia: incapaz de entender que no hay una Isis o una vida en el más allá, Calígula acabará por ahogar a Nerva. [En el reciente montaje "definitivo", disponible en Filmin, este fragmento de Calígula  que mata a Nerva al no recibir la respuesta esperada ha sido eliminado... incomprensiblemente].

Drusila y Cesonia (Mirren), esposa de Calígula, son, en cierto modo, la otra cara de Calígula: una con un componente más tierno (aunque no ciego) y romántico, la otra siendo la mujer que aprueba y participa de los vicios del emperador. La muerte de Drusila precipitará a Calígula a la desesperación, pero no a una "locura" que el personaje ya tenía al empezar la película. ¿Cómo definir esta locura? ¿Como el simple y puro Mal? ¿Como la muestra más perfecta de que Calígula esta por encima de los convencionalismos sociales, de las ideas del bien y del mal, del límite que marcan las leyes del hombre? ¿Es la divinidad a la que aspira Calígula un espejo de aquello que quisiera ser pero que el concepto de hombre no le permiten siquiera pensar?  

La pérdida...
Junto a estos personajes, asistimos a un ambiente de bizarros decorados y escenas que recuerdan a Golfus de Roma o al Satyricon de Federico Fellini. Lo que pretende ser un producto de cine histórico va más allá de la mera etiqueta y tiene mucho de bufonada, de comedia grotesca y llevada al límite (el "viaje" de Calígula entre la plebe romana). La música es [o lo era] uno de los elementos importantes de la película: Aram Khachaturian y Serguéi Prokofiev llenan con sus obras parte de la película, siendo el Adagio del ballet Espartaco del primero un leitmotiv de la película y un eco de la relación entre Calígula y Drusila, o la Danza de los caballeros de Romeo y Julieta del segundo en los títulos de crédito iniciales. [Música que también se ha "borrado" de ese Ultimate Cut. Incomprensiblemente].

He visionado esta película bastantes veces, la considero una excelente, va más allá de lo que es cine histórico (que de eso tiene más bien un componente parahistórico o incluso ahistórico). Brass, además, construye una imagen del amor y del sexo en la Roma antigua que supera lo que Guccione, con su playmates y sus escenas pornográficas (incluyendo la escena del barco-burdel [ahora sensiblemente recortada]), groseramente impone. Tampoco desdeño sin más estas escenas pornográficas dentro de la película, forman parte de ella, queramos o no, e ilustran los tópicos sobre las orgías romanas que siempre nos han acompañado.

Que los árboles no impidan ver el bosque, podría decir en última instancia. 

2 comentarios:

Trecce dijo...

Efectivamente hay que verla en su conjunto, pero no es menos cierto que los añadidos de los que hablas, para mi gusto están peor rodados que el resto del film, añaden poco y hasta resultan aburridos.

Oscar González dijo...

Es lo que tienen las secuencias "verdes", que aburren...