14 de abril de 2017

Crítica de cine: Nieve negra, de Martín Hodara

Nieve negra es una película curiosa por varias cuestiones, algunas de ellas relacionadas con su producción; en este caso, coproducción hispano-argentina, con participación de medios españoles y catalanes por igual en el primer caso. Ello quizá explique (o quizá no, quién sabe) que el rodaje se haya realizado en el Pirineo catalán y andorrano para simular la Patagonia argentina. Más difícil de entender, y entramos ya en lo narrativo, es que los personajes principales, que en la edad adulta interpretan Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, suelten algunos diálogos en catalán en sus roles adolescentes; no demasiados, pero sí los suficientes como para que después de oírlos durante casi una hora en ese delicioso deje argentino que tienen ambos a uno le llame la atención oír a varios personajes dialogar en la lengua de Mercè Rodoreda (¿que los personajes se apelliden Sabaté tendrá algo que ver?). Quizá esta sea la nota más llamativa de una cinta que se sumerge en el thriller y en ambientes montañeses pero que aporta más bien poco a un género habitualmente manoseado, más que homenajeado, como es el thriller.

Marcos (Sbaraglia) regresa a Argentina tras la muerte de su padre (Andrés Herrera). Le acompaña su esposa Laura (Laia Costa), embarazada de pocos meses, y el propósito del viaje es lidiar con una complicada herencia familiar y hacerse cargo de una hermana, Sabrina (Dolores Fonzi), ingresada en un hospital psiquiátrico. Un amigo de la familia, Sepia (Federico Luppi), insiste en que Marcos viaje a un paraje montañoso de la Patagonia para reencontrarse con el hermano que no ve desde muchos años atrás, Salvador (Darín), con el objetivo de que venda su parte de la herencia y poder encarar así un futuro incierto; hay una oferta por la finca familiar, dividida entre los tres hermanos al morir el padre, pero sólo se hará efectiva si venden los tres. Pero Salvador, que ocupa una cabaña en su parte de la finca, en medio de las montañas, no está dispuesto a vender. Y es el que el tortuoso pasado regresa con el recuerdo de la muerte de un cuarto hermano, Juan (Iván Luengo), que siendo apenas un niño fue asesinado, supuestamente, por Salvador; de ahí su aislamiento y decisión de no querer saber nada ni de la familia del pasado ni de ese hermano que aparece en el presente con una oferta que no le tienta.

Nieve negra juega con una historia de muerte y culpa en dos tiempos, pasado y presente, con numerosos flashbacks que se visualizan al mismo tiempo que avanza la trama. Unas imágenes, en ocasiones muy breves, que muestran a los cuatro hermanos Sabaté y a un severo padre, especialmente con Salvador, viudo y con mucho dolor contenido. La película del guionista y director Martín Hodara –que ha realizado varias películas con Darín: la exitosa Nueve reinas (2000), las menos laureadas El aura (2000) y La señal (2007), al menos por nuestros lares– tiene en esa estructura narrativa una de sus principales bazas, siendo la segunda los escenarios nevados de montaña, el frío y esa sensación constante de soledad y desarraigo. Podríamos añadir una tercera en el elenco de actores, con ya veteranas primeras figuras del cine argentino y jóvenes promesas como Laia Costa, que recientemente certificó que es algo más que una promesa con su papel en Victoria (Sebastian Schipper, 2015), con la que ha conseguido numerosos premios en España y Europa. Con tales ingredientes, la receta parece sabrosa y toda una apuesta ganadora. Pero la primera conclusión con que se queda el autor de estas líneas es que Hodara y su coguionista Leonel D’Agostino desaprovechan unos materiales de primera, se quedan en la referencia facilona y tratan de sorprender con un giro final que también suena a manido. 

No es una mala película la que estamos reseñando, ni de lejos; pero sí un producto en cierto modo tópico en sus temas de fondo (el regreso al hogar, las heridas no cerradas en una familia rota, la caza, la violencia latente que en ocasiones rompe barreras), que promete un duelo de actores que finalmente queda bastante descafeinado y que avanza con demasiada lentitud en su primera hora (y eso que son noventa minutos de metraje). Hay personajes apenas desarrollados, como el que interpreta Luppi, extraña figura que orbita alrededor de esa familia, o la hermana desequilibrada; de hecho, Dolores Fonzi apenas tiene una participación con entidad en el filme. Tampoco los principales actores sacan todo el partido posible de sus personajes; Ricardo Darín, por ejemplo, apenas tiene diálogos para llenar un folio y medio y su presencia en el filme, que se nota que es para potenciar una modesta producción, no saca petróleo como uno esperaría con ese personaje a priori muy apetitoso: resulta demasiado cerrado para el espectador, sin apenas aristas y con una mínima empatía. Sbaraglia y Costa acaban por llenar la mayor parte del metraje y con méritos, pero no tantos como para que a uno le atraigan del todo lo que hacen o dicen. Que esa falsa Patagonia nevada sea lo que a la postre acabe por destacar es un acierto del filme, pero también un hándicap narrativo que no esconde las flaquezas de un guion que a menudo se percibe escrito con el piloto automático. Una película de suspense no sólo tiene que captar atmósferas sino también desarrollar personajes, y en esta ocasión no se cumple del todo la fórmula. Los flashbacks al pasado, que van mostrando el quid de la cuestión que se lanzará al espectador en los minutos finales, a la postre quedan demasiado deslavazados narrativamente hablando, con bastantes agujeros (la cuestión lingüística, innecesaria a nivel argumental, comentada al inicio de esta crítica es una muestra de ello). 

En definitiva, estamos ante una película que promete mucho más de lo que acaba por ofrecer, que se queda en la superficie en cuanto a la esencia del thriller (o lo desarrolla, si se quiere, con poca fuerza) y que trata de llenar sus carencias echando mano de un puñado de buenos actores que tampoco pueden hacer mucho más con los roles que les han tocado. Entretiene lo justo, si bien el metraje ayuda a ello: la cinta dura lo que tiene que durar en función de lo que se quiere contar y en este caso es poco, pero al menos no se alarga innecesariamente. Nieve negra remolonea demasiado en su primera hora y trata de recuperar tiempo con un tramo final demasiado apresurado para lo que hasta entonces se ha contado; y además con una “mirada” final que no sorprende ni satisface. Y es una lástima, pues hay buenos ingredientes en esta receta; lo malo es que o bien no se ha salpimentado bien la cosa o el problema está en el cocinero. Sí, quizá sea ese el problema final…

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